Viajes

Ventanas de todo el mundo para todos los gustos

Sumérgete en este artículo para conocer el intrincado mundillo de las ventanas y de las terrazas, piezas clave a al hora de elegir nuestro alojamiento vacacional

Lluvia en Valencia a través de una ventana
Lluvia en Valencia a través de una ventanaServicio Ilustrado (Automático)EUROPA PRESS - ARCHIVO

Detalle a tener en cuenta cuando busquemos nuestro alojamiento de viaje: la ventana. La ventana puede compararse perfectamente una pantalla de televisión con un solo canal pero que tiene el potencial para ser el canal más increíble de el vecindario, así te lo digo, la ventana bien elegida se convierte en algo sencillamente apoteósico. Comienzo diciendo que una ventana significa mucho más que monótonas puestas de sol y paisajes de escándalo peleándose por entrar en nuestra habitación; aunque si buscamos únicamente puestas y salidas de sol, en ese caso puedo decirte algunos hoteles donde el sol y los paisajes brillan y brillan y brillan hasta volver grandiosa una rutina de millones de años. Por ejemplo, el andBeyond Ngorongoro Crater Lodge colgado de las lianas sobre el cráter del Ngorongoro (Tanzania), con el enorme lago de allí abajo lleno de bichitos y donde, si me apuras, puede incluso que aparezca un maldito leopardo mientras no estamos duchando. Aquí nuestra ventana puede transformar la rutina en un escenario letal.

El tamaño ideal de una ventana, según dice el experto que vive debajo de mi cama, es de dos metros por otros dos metros y veintiún centímetros. Una vista interesante es casi un requisito. Que el “televisor” consiga distraernos el rato que estamos parados en la habitación, eso es fundamental. Nivel cinco en cuestión de ventanas: bajo nosotros fluye como la sangre una calleja florentina muy ruidosa pero que tiene pasión italiana, una pasión que sea del estilo del Ferrari rojo, de la sangre perfumada y de las cuerdas vocales de Pavarotti. Nivel diez en cuestiones de ventanas: un hotelito con nuestra chica (o chico, o gato) en la Capadocia turca. Según amanece y corres la cortina, allí alucinas porque tienes ante ti cien o doscientos globos aerostáticos subiendo y refulgiendo contra el cielo, en contraste con los extravagantes edificios de hace 2.000 años. Si viajas más barato, podría ser la ventana de una furgoneta en el Camping HIO (Pontevedra). Pero da igual, todo es lo mismo. Lo bueno de las ventanas es que pueden traspasarse en ocasiones de un edificio a otro, en busca de un alojamiento más barato pero con vistas igual de espectaculares.

Los globos aerostáticos en Capadocia son un espectáculo inigualable.
Los globos aerostáticos en Capadocia son un espectáculo inigualable.Alfonso Masoliver

Vistas únicas

Aunque reconozco que tuvimos mucha suerte con la ventana en el Clarion Collection Hotel With Tromsø (Noruega). Y verán. Claro que pueden encontrarse ventanas igual de buenas pero resulta que no es lo mismo una ventana sin más que la ventana que conseguimos. Todo empezó cuando mi mujer encontró un puñado de patatas fritas entre las sábanas de la cama y vimos una taza de café a medio beber en la mesilla de noche. Lo dijimos en la recepción (sin montar ningún escándalo) y como los noruegos son muy educados pues nos cambiaron de una habitación en el primer piso con vistas al callejón trasero, a una habitación de categoría superior en el quinto piso de cinco, con el puerto de Tromsø al completo y perfectamente encuadrado en el vidrioso lienzo. Era casi como un cuadro contemporáneo. La gracia de esta ventana consistía en que su imagen, el puerto noruego, apenas parecía moverse un milímetro durante aquellos días. Solo de vez en cuando salían de la escena o entraban barcos, cambiaban como disimulando las nubes, atrapaba el rabillo de mi ojo el hormigueo de los coches cruzando el Tromsøbrua. Era un cuadro estático pero a la vez en perpetuo movimiento.

No todas las vistas son únicas. Pero otras sí que lo son.

Incluso existen ventanas que llegan a envolvernos: el concepto que llevamos trabajando durante las últimas líneas se hace fuerte y consigue rodearnos, se vuelve contra nosotros. No hay tiempo para exquisiteces porque la ventana se transforma en un nuevo elemento, como la luz o como la oscuridad, en un cuarto estado de la materia que parece brillar más que cualquier otro. Podría decirse que es nuestra fe en la ventana por lo que nos apostamos la vida en su cristal. Miren la foto, admiren a esos valientes mostrando al mundo la resistencia de su ventana en el Hotel Skylodge Adventure Suites de Perú.

Skylodge Adventure Suites de Perú. Dreamstime
Skylodge Adventure Suites de Perú. DreamstimeDavid Robertsdreamstime

Las terrazas: ¿capricho o necesidad?

Entre los caprichitos que caben a la hora de elegir una ventana, también entra la ya clásica terraza. Desde antes de que los nobles de Trujillo mandaran hacer sus terrazas en las esquinas para mostrar su poder, desde antes incluso de las terrazas ajardinadas de Babilonia o de la Roma Imperial, la terraza de nuestra ventana es el capricho más apetitoso. Si necesitas fumar un pitillo antes de acostarte pues te lo puedes fumar tranquilísimo en la terraza del Parador de Benavente, en la Quinta de San Francisco (Castrojeriz), en el Hotel Eurostars Zarzuela Park de Aravaca, en el Hotel Mont-Blanc de Megève, en el Rocco Forte Hotel De Russie en Roma. A veces el uso de la ventana se limita a calmar el vicio del fumador o del curioso y si la ventana tiene terraza podremos fumar y cotillear la acera más fácilmente, qué remedio.

Si vas a pasar más de seis días en el alojamiento, sin duda, la terraza pasa del capricho al requisito. Sobre todo si la habitación es compartida. Una cerveza al atardecer en una terraza del Meliá de Punta Cana sabe igual de bien que en un apartamentucho que alquilé durante un tiempo en la Avenida do Brasil en Bissau. Aunque puede que me sentara un poco mejor la cerveza de Bissau.

Imagen del hotel Paradisus Punta Cana
Imagen del hotel Paradisus Punta Canalarazon

En la terraza de Bissau tenía un televisor con las imágenes del televisor, y ahora me explico. Las imágenes de África del televisor las veía en Bissau todos los días durante veinticuatro horas y manaban un fuerte olor húmedo. Al primer día perdí el mando con el volumen. Pero fue una sorpresa porque las imágenes no correspondían del todo con las del televisor de mi casa en Madrid. Fumando cigarrillos junto a mi compañera de piso veíamos a un grupito de viejos que se reunían varias veces a la semana para jugar al ajedrez, al astuto vendedor de gallinas regateando una y otra vez el precio de sus animalejos desaliñados y cubiertos de mierda, una y otra vez todos los días menos los viernes. Veíamos a vecinos que nos encontrábamos al lanzarnos allí abajo y perros discutiéndose las aceras por las noches. Una buena terraza es un televisor que supera en credibilidad al televisor, se vuelve más creíble cuantos más cigarrillos te fumas allí asomado.

Fue bochornoso porque yo me fumaba los pitillos y algunos los tiraba a la mugrienta calle (mirando que no cayeran en nadie) donde no se notarían un par de colillas más, así lo hacía, me los fumaba y si no tenía un cenicero a mano pues los tiraba con cuidado a la calle. Un día que fui a comprar pasta de dientes en el minimercado que había justo debajo de la terraza, el dueño apareció y me vino muy amable a regalarme un cenicero. Dijo sonriendo como disculpándose que al cenicero invitaba la casa y yo me puse rojo y seguro que él pensó: “¡luego dicen que nosotros somos los de color!”.

Ahora he aprendido la lección del cenicero y te señalo desde el papel como el tío Sam, desde la pantalla, solo que te aparezco vestido de rojo y gualda y con otro mensaje menos típico: si fumas en la ventana del hotel, no te olvides de tirar los pitillos a un cenicero.