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Angkor, la ciudad perdida

Tras cinco siglos sumida en las tinieblas del olvido, Angkor, en Camboya, recupera su protagonismo entre los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo.

El conjunto arqueológico de las ruinas de Angkor se ha ganado, por méritos propios, un lugar destacado entre las maravillas de la antigüedad.
El conjunto arqueológico de las ruinas de Angkor se ha ganado, por méritos propios, un lugar destacado entre las maravillas de la antigüedad.larazon

Tras cinco siglos sumida en las tinieblas del olvido, Angkor, en Camboya, recupera su protagonismo entre los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo.

Piedras gastadas por el tiempo, ocultas bajo un manto de musgo, luchan por emerger entre la impenetrable frondosidad de la selva tropical; templos enteros atrapados por los tentáculos de raíces gigantescas. Es Angkor, la antigua capital de Camboya y de aquel fabuloso Imperio Khmer que llegó a dominar buena parte del sudeste asiático entre los siglos IX y XV.

Todavía hoy, sigue siendo uno de los mayores enigmas de la Historia cómo ese imperio, que llegó a reunir una población cercana al millón de habitantes y ocupar un área comparable a la isla de Manhattan (el complejo urbano más extenso del mundo preindustrial), llegó a desaparecer por completo para perderse entre las tinieblas del olvido durante cinco siglos.

Lo poco que de verdad se sabe es que el Imperio Khmer había basado todo su poder en la gestión y control del agua; que lograron construir una fastuosa red de canales con la que llegaron a «dominar» la furia monzónica y sus temibles inundaciones. La principal teoría, que barajan arqueólogos e historiadores, apunta a que debido a un enorme crecimiento de la población, se vieron obligados a ganar espacio en la jungla a cambio de una salvaje deforestación, y que esta insensata actuación provocó la ruptura del ciclo natural de lluvias acarreando largos períodos de duras sequías que erosionaron el suelo hasta el punto de hacer imposible la supervivencia en la zona y, por consiguiente, su abandono total.

Las ruinas de Angkor quedan a poco más de seis kilómetros de la bulliciosa Siem Reap, cuartel general casi obligatorio para la mayoría de turistas que visitan este conjunto arqueológico que se ha ganado, por méritos propios, un lugar predominante en la lista de grandes maravillas de la antigüedad como Machu Picchu, las pirámides de Giza, Petra o Chichén Itza. Si lo comparamos con la humildad (incluso pobreza) reinante en el resto de la Camboya rural, Siem Reap no es más que un triste espejismo de prosperidad, plagado de hoteles de lujo, restaurantes, vida nocturna y un aeropuerto con vuelos internacionales.

Basta seguir la carretera Charles de Gaulle para llegar a la entrada más frecuentada del conjunto monumental: la puerta sur de Angkor Thom, coronada con sendas cabezas orientadas a los cuatro puntos cardinales. Antes de traspasar esta puerta es preciso recorrer un puente que nos permite cruzar sobre el inmenso lago que rodea Angkor Wat, el templo que, por si solo, ya merecería la visita a Angkor. Dicho puente está flanqueado por 54 Devas (dioses protectores) en el margen izquierdo y otros tantos Asuras (demonios) en el derecho, todos tirando, en distinta dirección, de una serpiente de varias cabezas, simbología de la perpetua lucha para intentar mantener el delicado equilibrio entre el bien y el mal, elementos siempre presentes en la condición humana.

Justo en el centro geométrico de la antigua ciudad nos aguarda Bayon, para muchos el más original de todos los templos de Angkor. Los 216 rostros que lo decoran, esculpidos sobre 54 gigantescas torres de arenisca, observan a los miles de visitantes con mirada serena y una enigmática sonrisa (que recuerda a la Gioconda) que confieren una atmósfera que, a veces, resulta inquietante.

Levantado en el siglo XII por Suryabarman II, el rey elevado a categoría de dios, no solo es el más fastuoso de todos los templos de Angkor, sino también el edificio sagrado más grande del mundo. Absolutamente todo en Angkor Wat es de dimensiones colosales: el foso, que lo rodea por completo, tiene una anchura de 200 metros; la torre principal (hay cuatro más, todas con forma de capullo de flor de loto) es tan alta como Notre Dame de París y su muralla mide más de tres kilómetros. Conviene recordar que Angkor Wat mantiene su función como lugar de culto y, por ello, es preciso conservar cierto decoro en nuestra indumentaria y ser respetuosos con los cientos de devotos budistas que acuden a rezar y depositar sus ofrendas de flores, frutas e incienso.

La visita a Angkor Wat requiere de tiempo y calma; perfectamente puede llevarnos una jornada completa si queremos recorrerlo por completo. Un consejo a tener en cuenta es llegar al templo muy temprano y, si es posible, ver amanecer allí; regresar a nuestro hotel cuando el calor y la humedad empiecen a hacer estragos, y volver al recinto cuando decaiga la fuerza del sol y poder disfrutarlo con las bellas luces del atardecer. Además, de esta forma, evitaremos gran parte de la turba de turistas que lo abarrotan en las horas centrales del día.

Sin duda alguna, Angkor Wat es la joya de la corona del arte Khmer, con tal despliegue de equilibrio, armonía, proporción y perspectiva que resulta del todo imposible no emocionarse con su contemplación. En sus columnas, estatuas y relieves podemos leer más de ocho siglos de la historia de Camboya.

Por suerte, la maquinaria constructiva del imperio Khmer no se detuvo en Angkor Wat; en siglos posteriores emergieron decenas de bellísimos templos, sobre todo bajo el mandato de Jayavarman VII, el rey que otorgó mayor esplendor al imperio. Entre ellos, destaca Ta Prohm, conocido popularmente como el «Templo de la jungla» por ofrecer la imagen perfecta de la simbiosis entre la naturaleza y la obra de la mano del hombre. Lo que hoy vemos es el resultado de cinco siglos de lenta conquista de la jungla, con rincones oníricos donde gigantescas raíces parecen surgir directamente de la piedra. Fue usado como escenario en el rodaje de varias escenas de la película «Tomb Raider».

A unos 30 kilómetros al noroeste, Banteay Srei, o el «Templo de las mujeres», es para muchos el templo más perfecto de Angkor, la auténtica joya del arte Khmer. Fue construido casi dos siglos antes que el de Angkor Wat y destaca por sus reducidas dimensiones (sobre todo si lo comparamos con Angkor Wat) y por la profusión ornamental de sus muros de piedra arenisca de intenso color rojizo. Cuesta encontrar un fragmento de muro, dintel o frontón sin una figura o filigrana esculpida. La entrada del templo está flanqueada por varias figuras de monos guardianes, réplicas de los originales que se encuentran expuestas en el Museo Nacional de Angkor, en Siem Reap.