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Valencia

La "trastienda"de las Fallas

La ciudad del Turia conserva una de las tradiciones más antiguas del país gracias a la labor de indumentaristas, artistas, peluqueros y pirotécnicos. Todos velan por que sus costumbres sigan latentes y no pierdan ese punto folclórico que tanto las caracterizan

Uno de los talleres localizados en la Ciudad del Artista Fallero | David Jar
Uno de los talleres localizados en la Ciudad del Artista Fallero | David Jarlarazon

La ciudad del Turia conserva una de las tradiciones más antiguas del país gracias a la labor de indumentaristas, artistas, peluqueros y pirotécnicos. Todos velan por que sus costumbres sigan latentes y no pierdan ese punto folclórico que tanto las caracterizan.

En el taller de Jordi Palanca remolonea un olor especial. Es una mezcla entre pólvora y buñuelos que se agarra fácilmente a la garganta. Como los nervios que tanto él como sus trabajadores llevan acumulando durante estos últimos días. A su falla le faltan un par de retoques para plantarse en mitad de un festín de petardos, de sátiras y de tradiciones. Pues en Valencia no basta con dejarse llevar por el ritmo de los fuegos artificiales, hay que formar parte de su arte para entender lo que de verdad suponen. Son un zarandeo al corazón y Jordi lo sabe de sobra. «De pequeño jugaba con los ninots; ahora, los creo con la misma fascinación», dice sin ocultar su emoción. Lleva 33 años al frente del proyecto más importante de su vida y, por mucho que pase el tiempo, siempre hay algo que le devuelve la ilusión. «Es muy vocacional», añade. Y no le falta razón: aún no ha terminado la temporada y ya está pensando en la que viene. «Primero, los bocetos; después, los materiales. En nada volveremos a estar quemando las ideas que ya nos rondan por la cabeza». Porque, en definitiva, esa cremà no es más que la excusa perfecta para volver a crear.

A las puertas, varios niños corretean sin perder de vista lo que pasa ahí dentro: las figuras empiezan a tener rasgos más definidos y los colores están tomando sus respectivos tonos. En pocas horas, estarán a pie de calle, bajo la atenta mirada de los pasacalles y al son de la música que emana de las populares verbenas. Apenas tienen ocho años, pero ya saben que quedan tan solo diez minutos para la mascletà. El disparo de aviso acaba de sonar en la Plaza del Ayuntamiento. «Es una sinfonía de sonidos. En ella no hay instrumentos tradicionales, pero sí silbidos, sirenas o zumbidos», explica Reyes Martí, pirotécnica. Ella es la quinta generación de una familia que se ha dedicado siempre a remover las entrañas de sus vecinos a golpe de traca. Para conseguirlo, los pasos son muy claros: «El retintín debe ir subiendo poco a poco, acompañado por serpentinas y rotaciones. Así hasta que llega el bombardeo». Un momento en el que el valenciano luce con orgullo sus señas de identidad y que sirve para que los que se encuentran lejos no pierdan de vista sus orígenes. Entre ellos se encuentra Amparo Fabra, indumentarista. No hace ni diez minutos que ha escuchado el repique y ya está ultimando los trajes de fallera que tiene pendiente.

Ella es el vivo ejemplo de la pasión convertida en ropaje. Sus manos hablan por sí solas cuando cogen las telas y bordan los penúltimos detalles. Hace 38 años abrió su propio taller y, desde entonces, siempre ha tenido claro que lo más importante es que el vestido esté bien confeccionado. «Independientemente del precio. Si está bien hecho, luce siempre», sentencia. Los hay desde 2.000 euros, pero todos preparados a medida. «Es una inversión para toda la vida. Tanto la tela como la manteleta, así como el aderezo, están pensados para cada chica. No hay dos trajes iguales». Su misión es reproducir piezas clásicas del siglo XVIII o del XIX, por lo que no hay mucha cabida a la innovación. Algo que también ocurre con los peinados tan característicos que lucen estas falleras. «Es una parte fundamental para que luzcan como es debido», avisa Carles Ruiz, peluquero de Espai Ripalda. Sabe lo que dice pues, de aquí al final de las fiestas, peinará a una media de 80 chicas al día. «Tengo mucha responsabilidad. Llevo 31 años haciéndolo, pero siempre es como la primera vez». A lo largo de la jornada, ya ha colocado varios moños espirales a ambos lados de la cabeza y las icónicas trenzas en la parte trasera. Eso sí, siempre adornados con tres peinetas. «Sin duda, es su seña de identidad».

Así lucirán por la plantà, la ofrenda a la Mare de Deu y la cremà. Reivindicarán una tradición declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2016. Y, sobre todo, acompañarán a las fallas que hoy plagan la ciudad y que, el próximo martes, darán la bienvenida a la primavera tras su quema. «Aunque han sido creadas para perderse en el tiempo, la voluntad del pueblo puede salvar a una de ellas», recuerda Vicenta Expósito, inspectora coordinadora del Museo Faller. En él, se guardan los conocidos como ninots indultados, es decir, aquellas esculturas que han sido liberadas de las llamas gracias a la votación popular que se celebra cada año. El primero de ellos data de 1934 y recibió más de 23.000 votos. «Cuando sabes que tu arte tiene fecha de caducidad, se vuelve un poquito más especial», añaden PichiAvo, autores de la falla municipal. En ella, el dúo ha buscado ensalzar el grafitti y el arte clásico, reinterpretando los mitos clásicos a través de expresiones contemporáneas. «Nuestra falla cuenta con un símbolo presente en todas nuestras obras: la bombilla que simboliza la idea, la creación, el despertar». El mismo que surge en lo más profundo del valenciano cada vez que escucha a un ninot marchitar.