Turismo
Caben más
La Encuesta de Movimientos Turísticos en Frontera (Frontur) informó antier de la plusmarca batida en 2019 por Andalucía, que recibió a más de doce millones de turistas extranjeros, un dato para regocijo de quienes se alegran de la prosperidad de sus conciudadanos y que amarga a quienes disfrutan con el mal ajeno, pregoneros de ese nuevo ludismo apocalíptico que abomina del único medio de vida de la región. Podría parecer una cifra enorme, pero es de desear que se animen a venir muchísimos más. (Tampoco es desdeñable el sumando de nacionales que no se recoge en esta estadística.) Con una extensión de 87.268 kilómetros cuadrados, la comunidad autónoma aún está lejos de los veinticinco millones de visitantes de Portugal, apenas un poco más grande (92.212 kilómetros cuadrados) y con muchísimas menos dotaciones, si bien el imán de Lisboa, una de las grandes capitales europeas, infla sus registros. Y hablando de megalópolis, el ejemplo de que el sector aún camina en pañales por aquí es París, que se fue en 2018 hasta los 35 millones de turistas casi todos concentrados en cuatro distritos del centro más dos grandes polos del extrarradio, Versalles y Marne-la-Vallée (Eurodisney). En la última edición de Fitur, el alcalde de Sevilla se adornó, torero, con un pase del desprecio a los gretinos-cretinos de la moda antiturista al asegurar lacónica pero taxativamente que en su ciudad «caben más» de los que ya vienen. El quid de la cuestión es si para que quepan más, en efecto, será necesario encerrar a los aborígenes en guetos o si no es utópica su intención de desviar a algunos de ellos a destinos barriales alejados del sobrecargado –esto no tiene discusión posible– circuito tradicional. Vale lo mismo el comentario para otros destinos urbanos como Córdoba o Granada. Las playas, nuestro otro gran activo, no corren por el momento peligro de saturación, al contrario, la competencia del Magreb y del Mediterráneo oriental anuncia años de sequía y competencia feroz.
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