Pandemia

Así entró la covid en una residencia de Sevilla: no se hizo PCR a una usuaria nueva

La Junta de Andalucía eliminó la obligatoriedad de realizar los test preventivos a ancianos que ingresaban por primera vez en un centro si estaban vacunados. Once personas murieron en Alcalá de Guadaíra por un brote en agosto

Varias personas practican ejercicios de movilidad en una sala común de la residencia de mayores sevillana "Guadaíra"
Varias personas practican ejercicios de movilidad en una sala común de la residencia de mayores sevillana "Guadaíra"Kiko Hurtado

El 31 de julio un centro de mayores de Alcalá de Guadaíra confirmaba un positivo por covid entre sus residentes. La alarma saltó cuando el virus ya había entrado en la residencia. La activación del protocolo de aislamiento no impidió que los contagios se produjeran: el brote se dio por cerrado un mes después, el 7 de septiembre, después de que no se comunicara ningún positivo, según informó la Junta de Andalucía. Ese mismo día LA RAZÓN accedió a las instalaciones de la residencia «Guadaíra», a 15 kilómetros de Sevilla. «Ha sido un horror», reconocía la directora, Eva María López Navarro, quien apenas llevaba un mes en el puesto cuando sucedió la tragedia, que costó la vida a once personas. La «paciente cero» –no fallecida, según confirman desde la residencia, por error se informó de que había fallecido– fue una residente nueva a la que no se le hizo PCR ni test de antígenos antes de ingresar. Desde el centro señalan a la Junta porque el protocolo sanitario no obliga a realizar ninguna prueba para detectar coronavirus. En el caso de la fallecida, informan de que estaba vacunada, pero se había contagiado de un familiar cercano con el que había estado conviviendo. Desde la Consejería de Salud y Familias confirmaron a LA RAZÓN que el protocolo solo incluye la realización de test a aquellas personas que permanezcan varios días fuera de la residencia, como ha sucedido en las vacaciones, además de someterlos a un aislamiento preventivo antes de permitirles volver a hacer vida en común con el resto de residentes contempla que se «realizará una prueba diagnóstica de infección activa de Covid-19» antes del ingreso de nuevos residentes «si no están vacunados, en las 72 horas previas».

Según se publicó en el BOJA de 18 de agosto, desde el día 20 se redujeron las medidas para controlar la pandemia en los centros sociosanitarios andaluces, por dos motivos: el alto nivel de vacunación y la disminución de los casos diagnosticados. Sin embargo, la Orden –cautelarmente paralizada tras el recurso de una asociación– reconocía que «sí hay un incremento importante de la incidencia por covid-19» y por eso «se considera necesario realizar cribado al personal en los centros residenciales de personas mayores y de grandes dependientes»: «semanalmente a un tercio de los trabajadores, de tal forma que cada 21 días se haya realizado el cribado completo a todos».

Mercedes Selfa y Adela Ballesteros, dos residentes del centro «Guadaíra»
Mercedes Selfa y Adela Ballesteros, dos residentes del centro «Guadaíra»Kiko Hurtado

En el centro «Guadaíra» viven 160 personas, que desarrollan su actividad en cuatro de las cinco plantas, divididos según sus condiciones de salud, explica un trabajador del centro. Las zonas comunes no están a pleno rendimiento para evitar nuevos focos de covid; los ejercicios se hacen con mascarilla y manteniendo la distancia social. En la primera oleada de la pandemia sí pasaron miedo, reconoce Mercedes Selfa, que vive allí desde hace once años. La covid ha trastocado su rutina y todavía les impide recuperar los viajes que hacían, aunque las salidas acompañados están permitidas, igual que las visitas de familiares, siempre programadas con antelación. A los visitantes se les toma la temperatura, se desinfectan las manos y se les pone una bata sobre la ropa, mientras permanecen en el patio exterior donde se hacen los encuentros, con las mascarillas puestas. Otra residente, Adela Ballesteros, está esperando la llegada de su sobrina: «Esta es mi casa y me atienden muy bien», cuenta. Sobre el brote que les ha mantenido aislados todo agosto y los primeros días de septiembre relata que han seguido las instrucciones que les daba el personal de la residencia. Es un centro grande, con casi doscientas plazas, y no todos tienen una relación estrecha aunque la mayoría comparte habitación con otra persona. Hasta final de julio, hubo una tranquilidad relativa. La covid entró cuando estaban vacunados los residentes. Antonio Araújo es de los más jóvenes; tiene 65 años y hace nueve que vive allí. Presume de que fue el primero en vacunarse –«como era por orden alfabético...»– y su voz es lo primero que los residentes escuchan cada día. Desde la megafonía da los buenos días y resume el tiempo y las noticias, procurando pasar por alto las que tienen que ver con la covid. «Al principio hacía la cuenta de los días que llevábamos de confinamiento –recuerda–, pero llegó un momento en que no quería saber nada», por la sobreinformación que ha habido en la pandemia.

José admite que cada día regresaba a casa «con miedo. No tanto por mí, sino por si contagiaba a mi familia». Las precarias condiciones de salud de muchos de los residentes complicaron su trabajo: «No tenían contacto físico con sus familiares y eso era muy duro». Desde la residencia se programaban videollamadas para aquellos que no disponían de móvil y se les entrega una revista personalizada con fotos y mensajes de la familia. Los ejercicios se realizaban en las habitaciones. «Más que fisioterapia demandaban cubrir sus necesidades emocionales».

Durante el estado de alarma se confirmaron 2.581 casos de mayores infectados por coronavirus en residencias, la mayoría mujeres (69%), y fallecieron 560, según datos de la Dirección General de Salud Pública y Ordenación Farmacéutica de la Consejería de Salud, publicado en el BOJA.