"Retratos sin tiempo"
La intimidad fracturada
El catedrático y arquitecto Rafael Lucas (Granada, 1950) ha abordado durante la pandemia una “novela inacabable” donde busca “a un hombre nuevo”
Cuando llegaron las peores noticias, cuando hubo que meterse en casa, Rafael Lucas (Granada, 1950) impartía clases en la Universidad de Sevilla y pensaba que al lunes siguiente la vida volvería a ser la misma que hasta entonces conoció. Pero no sucedió así, todo se volvió más complicado. «Fue una sorpresa, yo estaba con los alumnos un viernes 11 de marzo, vine a mi casa y ya no volvimos a clase, no hubo una preparación, todo pasó de repente: se acabó el curso, me jubilé y, es más, no he vuelto a la Escuela, ni me ha llamado nadie. Tampoco hubo un acto de despedida, fue una verdadera ruptura con todo lo anterior». Nos tiraron desde lo alto del tobogán sin saber ni cuántas vueltas nos esperaban ni lo largo que era el túnel, cada vez con mayor velocidad veíamos no sólo la muerte real de los demás, sino también la del hábitat social que nos protegía hasta entonces. Nuestros afectos se enfriaron a medida que el miedo se adueñaba de todo. Te puede contagiar un familiar y hablas con los amigos sólo por teléfono; llegaba el aislamiento, el turno de la distancia. «Hubo una parte claramente traumática en los primeros meses. Al consolidarse que ésa era la nueva vida, hemos descubierto el ámbito de lo privado, el hogar, la azotea y otra relación con el tiempo. Sin poder salir, al no poder tener contacto con los demás, volvimos los ojos hacia lo doméstico, hacia lo íntimo, y eso me permitió escribir esta novela inacabable, donde busco a un hombre nuevo, y ponerme a dibujar, a trabajar en los collages que fui formando con lo que tenía a mano: periódicos, revistas, cartulinas, almanaques y cientos de horas de trabajo. No podía salir a comprar nada, pero tenía muchas horas». Romper la barrera de la intimidad le costó poco al virus, que como una carcoma, construyó galerías que alcanzaban lo más hondo de nuestras vidas.
Los besos y abrazos, una caricia, hasta el rostro se eclipsó detrás de una mascarilla, tapando la carcajada y la mueca del miedo. «No me imaginaba que esto fuera tan importante, no sólo porque las calles estuvieran vacías, sino porque el Covid llegó hasta la intimidad de las personas, la rompió. Tus propios hijos te pueden pegar la enfermedad, y eso es menos asumible que un cambio político o climático porque las relaciones humanas se mantienen bajo casi cualquier estructura. Ahora todo es más complicado, puede que no para todo el mundo igual, pero a nosotros nos ha afectado, nos hemos convertido en amigos pero también potencialmente en “enemigos”. Es un tema triste, de una gran preocupación; porque puedes contagiar a quien quieres o incluso matarlo sin saberlo. Imagínate lo que es eso, vivir con esa responsabilidad». Mientras se recupera el pulso habitual de la vida, Rafael piensa en volver a viajar, en descubrir nuevas tierras, en estrenar ilusiones. «Tú sabes que vamos a cualquier sitio, a donde sea», siempre con el plural del amor en los labios. «No dependerá del Covid, lo decidirá nuestra salud. Si estamos bien volveremos a ir de un lado para otro, no te quepa la menor duda». La vida de verdad espera en Perú, Japón o Dubái, aposentada entre las calles de Roma, cobijada en una ilusión. Así sea.
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