Semana Santa
Pascual González: de la Calzada al cielo de los cofrades
El trovador sevillano, pregonero apócrifo de Sevilla, fue hermano de San Benito desde el día en que nació y con seis años hizo su primera estación de penitencia
El álbum de la memoria de Pascual González, pregonero apócrifo y pródigo de Sevilla, tenía en letras negritas al líder de los Cantores de Híspalis como hermano de San Benito desde el mismo día en que nació. Con sólo seis años realizó su primera estación de penitencia con la cofradía. El por entonces prioste José María Rodríguez Guillén «fue uno de los apóstoles» de la fe de Pascual González. Y San Benito hoy le dio el último adiós.
Pascual González defendía que “algunas hermandades” parecían “haberse tatuado en la memoria” de su “corazón”. El fundador y alma de los Cantores de Híspales es ya historia de la cultura popular sevillana y también de la Semana Santa, a la que estuvo íntimamente ligado y para la que sonaba como posible pregonero año tras año desde hace décadas. Pascual González -como con el Betis, su otra gran pasión- tejió un pregón en vida y en obra para quienes quisieron escucharlo.
Pascual González era hermano de San Benito desde el 25 de Septiembre de 1950 en que nació, aunque su condición de cofrade la fue fraguando a lo largo de su existencia. Sus recuerdos más lejanos se remontaban a 1956, con la primera estación de penitencia, según contó a LA RAZÓN para una serie sobre vivencias de Semana Santa en el año 2007.
González contaba que “eran tiempos difíciles para una cofradía de barrio que vivía con las mismas carencias y aprietos que los vecinos del arrabal de la Calzada”. Por aquellos tiempos, “el prioste de la hermandad era José María Rodríguez Guillén. Un hombre que, entregado en cuerpo y alma a San Benito, sabía arremolinar a la chiquillería en su taller de labores diarias donde gozábamos con sus enseñanzas y con las de su lugarteniente Carlos Morán , actual capataz de la Presentación al Pueblo”. “A los siete años, era un orgullo llegar a casa a las tantas de la noche y que mis padres vieran mis manos negras de cepillar y pulir la orfebrería”, señalaba. “José María, cuya memoria guardo en mi corazón, fue uno de los apóstoles de mi fe”, confesaba Pascual González.
Fruto de las circunstancias, en los años 60, se forjaron los primeros acercamientos a cofradías fuera de los límites de la Calzada para Pascual González. “Algunas parecen haberse tatuado en la memoria de mi corazón”, señalaba. Los tres centros de la Academia Orad ( Pasaje de Andréu, Guzmán el Bueno y Cruces) , donde fue alumno durante siete años ( 1960-1967) , le acercaron a la Iglesia de Santa Cruz. En ella, el reclinatorio diario ante el altar del Crucificado -“Paño de lágrimas de mi bachillerato”, decía- le hicieron devoto de sus Misericordias.
“Mi tío Jacinto atendía la cobranza –a domicilio– de varias hermandades. En 1963, por motivos de enfermedad, tuvo que delegar su trabajo en familiares y amigos”, señalaba a LA RAZÓN el Cantor de Híspalis. Entonces, Pascual, a sus 13 años, se vio convertido en cobrador interino de la Hermandad de los Javieres y se doctoró , desde el templo del Sagrado Corazón, en el callejeo sevillano, portando el estandarte del Santísimo Cristo de las Almas. “Inolvidable es el recuerdo de ver al Gran Poder cruzando la Calzada en su camino hacia la Huerta de Santa Teresa con motivo de las Santas Misiones”, comentaba. Eso ocurría en Febrero de 1965, fecha en la que Francisco Buiza comenzó a tallar la imagen del Cristo de la Sangre en su taller de la Casa de los Artistas.
La bendita suerte de que la abuela paterna de Pascual González viviera en Jerónimo Hernández, esquina del Pozo Santo, fue la coartada perfecta para que, convirtiendo sus visitas semanales en casi diarias, sus padres no le echaran en falta las muchas tardes que pasó junto al imaginero hasta la consecución de su gran obra. Para ello, el entonces joven sevillano tuvo que ganarse la confianza del artista, de afamado carácter gruñón , al que le hacía algunos recados y al que, cual lazarillo, acompañó en sus cotidianas visitas a La Anunciación y el Salvador, donde parecía abstraerse ante las imágenes del Cristo de la Buena Muerte y del Cristo del Amor. “Nunca olvidaré aquel día que al entrar en el Salvador y contarle que a mí me bautizaron ante el altar de Pasión, él detuvo el vaivén de su cojera, me miró y me dijo: ‘’Entonces niño, tú estás iluminado por el arte sobrenatural de Dios’'” .
A finales de los 60, Pascual González coincidió en la tuna universitaria con algunos hermanos del Museo, entre ellos Manolo Nieto, el hermano mayor saliente. Esa amistad le acercó a la Virgen de las Aguas, a la que tuvo gran devoción. De los 70 en adelante, precisamente, Manolo Nieto fue uno de los padrinos de ingreso en la Hermandad del Silencio. Se cumplía así, uno de los sueños cofrades de la infancia del compositor como era ser nazareno del Nazareno por excelencia , con la Madre y Maestra. Desde entonces, Pascual González hizo la estación de penitencia los viernes de madrugada desde la Capilla de San Antonio.
El artista sevillano vivió la Semana Santa sin normas establecidas, moviéndose por instintos como hacen los correcaminos cofrades . El Domingo de Ramos solía levantarse temprano -contaba- para poder disfrutar de la Misa y de la Procesión de Palmas en la Catedral, un rito para iniciar la Semana Santa con buen pie . Por la tarde, entre la salida de la Hiniesta y la entrada de la Estrella, “Dios dirá”, aunque tenía “predisposición por ver al Cristo del Amor saliendo de la Anunciación”. El Martes Santo era para San Benito: “Me llama por donde vaya”.
El Jueves Santo tocaba calle Alfarería para cenar en casa de los padres de los compañeros Carlos y Mario. Tras la cena, la túnica de ruán negro del Silencio mientras ellos hacían sus ropas de costaleros de las Tres Caídas . Ese año 2007, como algo excepcional, entre las seis y las doce del viernes, Pascual González fue a Lebrija para ver la entrada de la Hermandad de los Dolores, de la que era hermano desde hace muchos años .
Las obras “Sevilla reza cantando” y “La Pasión según Andalucía”, entre otras, le permitieron la fortuna de poder vivir la Semana Santa durante más tiempo. “Una de las satisfacciones más grandes de mi vida fue en el Royal Albert Hall de Londres, al ver a las 6.000 personas, que llenaban el aforo del teatro más importante del mundo, puestas en pie aplaudiendo tras nuestra interpretación, en versión sinfónica, de la marcha Nazareno y Gitano”, recordaba.
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