Sociedad

«Me pasearon rapada en el pueblo por ser mariquita»

Manolita Chen, icono trans andaluz, cuenta con una fundación que ofrece casas de acogida a personas repudiadas por su condición sexual

Manuela Saborido Muñoz, más conocida como Manolita Chen
Manuela Saborido Muñoz, más conocida como Manolita Chen La Razón

Con «18 Orgullos» a su espalda en lo que va de año, «¡y los que me quedan!», Manuela Saborido Muñoz continúa en una trinchera de la que fue pionera en una España en la que «se nos miraba como a bichos raros o enfermos».

Satisfecha de los derechos conquistados a lo largo de estos años, Manolita Chen, como se la conoce popularmente, hoy pasea con orgullo por las calles, las mismas, de ese pueblo, Arcos de la Frontera, que la vio nacer y que, siendo aún una niña, recorrió rapada al cero «para que todos supieran que yo era la mariquita».

«Si tuviese que elegir esos momentos de mi vida que, de una forma más cruel, han dejado huella en mí, sin lugar a dudas, serían dos», señala. «El primero», y quizás más traumático, «cuando, siendo muy joven, me pasearon rapada por mi pueblo para que se supiese que era mariquita, la mariquita de Arcos, y el segundo», revive a sus 81 años, «cuando entré en el servicio militar».

«Recuerdo que, nada más entrar en el cuartel, me raparon la cabeza como una bombilla (una de las mayores humillaciones que podía sentir alguien que, como yo, se sentía mujer) y, acto seguido, el cabo primero se acercó a mí y me dijo que allí no querían maricones, dejándome claro el calvario que me esperaba y que, finalmente, se cumplió. Con mofas y desprecios constantes».

Era una época en la que la «gran mayoría de las mariquitas se escondían, algo a lo que yo me negué desde un principio», manifiesta.

«Desde que mi madre me parió, yo me sentí mujer y, a diferencia de lo que yo llamo ‘mariquitas cortijeras’, nunca oculté», señala la gaditana.

«Yo nunca tuve que salir de ningún armario. No me gusta esa expresión». «Yo era una mujer, no una transexual, y así me mostraba, aunque», como ocurrió, «tuviese que pagar por ello», añade..

Eso sí, como muchas compañeras de la época (años 50, 60 y 70), Manolita Chen se puso en manos de la cirugía para «sentirme más mujer». «Creía que era algo que me exigía la sociedad», explica.

«Decir que me había operado era como tener un título más para mi cuerpo. Me operé por eso, aunque lo pasé verdaderamente mal». «De hecho», recuerda, «lo tuve que hacer clandestinamente (Casablanca)».

Clandestinidad en la que también se refugió para hormonarse en compañía de su amiga, la ‘Peluchica’.

«En aquellos años, las hormonas nos la poníamos las unas a las otras. Las comprábamos de estraperlo», rememora.

«Recuerdo que también contrajimos la sífilis, que se contagiaba por la ropa, no había ni que tener sexo. y que nosotras mismas nos tuvimos que administrar la penicilina», señala.

«La comprábamos a escondidas, en determinadas farmacias, una vez que cerraban las puertas al público)», recuerda.

«Si ya nos trataban como a apestadas, de saberse que teníamos la sífilis», señala, «creo que nos hubiesen ahorcado».

Y es que si hay algo que a Manolita Chen le gusta hoy del colectivo es «ver que quienes se sienten mujeres no tienen la necesidad de mostrarse diferente a como son. No se operan, no quieren cambiar su aspecto; eso me parece extraordinario». «Es una de las cosas más bonitas que veo yo dentro del colectivo, que se muestran como son», dice.

No obstante, pese a que poco tiene que ver la realidad actual del colectivo con la que a ella y a otras muchas mujeres y hombres les tocó vivir décadas atrás, Manolita Chen contempla con gran preocupación el movimiento de intolerancia y «odio» que se está produciendo a través de las redes y los planteamientos de la ultraderecha, tanto a nivel nacional como europeo.

«Aunque a algunos les pueda sonar muy fuerte, soy de las que piensan que, si se pudiera, parte de España nos metía en las cunetas», manifiesta.

«Cunetas» de las que ella, a su avanzada edad, no de deja de rescatar a esas personas que padecen situaciones de rechazo y desprecio social e, incluso, familiar.

«Yo, que he sufrido ese desprecio, tenía muy claro que el colectivo debía disponer de casas de acogida en las que dar cobijo a esas personas que son repudiadas, perseguidas, etc. por su condición sexual», señala.

«De ahí que», de forma pionera y de la mano de su fundación, «abriese una casa de acogida para esas personas que, de un día para otro, se ven en la calle». Proyecto que ha ido creciendo (Arcos de la Frontera y Sevilla) y que, próximamente, contará con otra casa en Arcos, «con capacidad para ocho personas».

«Lo que hacemos», explica, «es proporcionarles los recursos para que puedan integrarse social y laboralmente. Así, además de alojamiento y manutención, les proporcionamos apoyo sicológico y emocional para que salgan adelante y tengan una vida plena». «Tanto a personas de España», resalta, «como de otros países». «Espero que algún día esto no sea necesario, pero mucho me temo que, de ser así, tardará en llegar ese momento», concluye.