Transición Ecológica
El «frío residual» del gas natural, en la encrucijada entre lo fósil y lo renovable
Andalucía cuenta con la única planta oceanotérmica de España que transforma este excedente en electricidad
En Palos de la Frontera (Huelva), junto a la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, una planta de regasificación de gas natural licuado (GNL) convierte el frío en energía que se puede utilizar. El gas llega en buques metaneros a 160 grados bajo cero y se almacena en enormes tanques criogénicos antes de transformarse en combustible para la generación de energía eléctrica. Durante ese proceso se libera un excedente térmico que en Huelva se aprovecha para producir electricidad mediante una instalación oceanotérmica. Es la única de su tipo en España y un ejemplo de eficiencia dentro de una infraestructura fósil.
El gas natural licuado no es una energía limpia. Es un combustible fósil con menor impacto climático que el carbón o el petróleo, pero con emisiones de dióxido de carbono y metano que lo mantienen fuera de la categoría de renovable. Sin embargo, su papel sigue siendo esencial. En un sistema eléctrico cada vez más dependiente del sol y del viento, el gas actúa como un respaldo que aporta estabilidad cuando las renovables no cubren la demanda. Andalucía, con casi un 70% de su potencia instalada procedente de fuentes limpias, todavía necesita ese colchón. Y buena parte de él pasa por Huelva. En este contexto, el aprovechamiento del frío del GNL se presenta como una forma de avanzar hacia un modelo energético más limpio sin comprometer la seguridad del suministro.
Según el «Informe Andaluz de Infraestructuras Energéticas 2025», elaborado por la Agencia Andaluza de la Energía, la planta de Palos «es la segunda más grande de España en almacenamiento de gas natural licuado, con 619.500 metros cúbicos de capacidad», y constituye «una infraestructura estratégica para la seguridad de suministro de Andalucía y del conjunto del sistema nacional». En 2024, recibió 38 cargamentos procedentes de siete países distintos, principalmente Estados Unidos y Nigeria. España, añade el documento, «se ha consolidado como el principal reexportador de GNL a nivel mundial por segundo año consecutivo».
Pero el interés ambiental de esta instalación no está solo en el gas que produce, sino en el frío que libera. Durante el proceso de regasificación, el GNL absorbe calor del entorno para volver a su estado gaseoso, dejando tras de sí una enorme cantidad de energía térmica negativa. Ese frío, que en otras terminales se disipa sin uso, en Huelva se aprovecha. Una pequeña planta oceanotérmica de 4,5 megavatios utiliza la diferencia de temperatura entre el gas y el agua marina del Atlántico para generar electricidad. El propio informe la describe como «una instalación renovable que emplea una energía residual procedente de la vaporización del gas natural licuado para generar electricidad aprovechando las diferencias de temperatura entre la corriente de gas natural licuado y el medio ambiente, en concreto la masa oceánica atlántica». Todo ello la convierte en la única planta de su tipo –y al servicio de la innovación– en el territorio español.
El aprovechamiento de ese «frío residual» se plantea como una forma de economía circular aplicada a la energía, lo que antes era un desperdicio térmico se convierte en un recurso útil. En el puerto de Huelva se estudian también otras aplicaciones, como su uso para refrigerar instalaciones industriales o conservar productos alimentarios sin necesidad de sistemas eléctricos adicionales. Son proyectos todavía incipientes, pero apuntan a una línea de trabajo que busca reducir el impacto ambiental de las infraestructuras gasistas y hacerlas compatibles con los objetivos climáticos.
La cuestión de fondo es si estas mejoras bastan para considerar sostenible una planta de gas. Los expertos coinciden en que no. La sostenibilidad plena exige eliminar las emisiones, no mitigarlas. Sin embargo, en un sistema energético en transición, la frontera no es tan nítida. En Andalucía, donde las energías renovables suponen a 30 de junio de 2025 un 68,7 % de la potencia instalada, el 25,4% proviene de ciclos combinados de gas, que funcionan como respaldo del sistema cuando la producción eólica o solar no es suficiente. En esa función de apoyo se justifica, de momento, la existencia de la planta.
¿Puede una infraestructura de gas formar parte de la transición ecológica? Desde la propia Administración andaluza se insiste en que el futuro pasa por adaptar estas instalaciones a los nuevos vectores energéticos. El informe apunta que el sistema gasista regional «permite reducir la dependencia de fuentes más contaminantes» y que su desarrollo «refuerza la seguridad energética de Andalucía». Al mismo tiempo, reconoce la necesidad de integrar biometano, gas sintético o hidrógeno verde en la red de transporte para avanzar hacia un modelo descarbonizado. Para la región, el reto pasa por «garantizar el suministro energético y, al mismo tiempo, avanzar hacia un modelo neutro en carbono en 2050».