Semana Santa / Madrugada

Los Gitanos: un ruego nunca olvidado

"La fila de nazarenos del último tramo, renuente, vuelve la mirada hacia Él, pero deben ir adentrándose en la angostura de Sierpes"

Nuestro Padre Jesús de la Salud, de la hermandad de Los Gitanos de Sevilla
Nuestro Padre Jesús de la Salud, de la hermandad de Los Gitanos de SevillaEPEP

Pasaron los tiempos en los que nazarenos de capa con distintos escudos se enfrentaban en el interior de la Seo hispalense por una insustancial prebenda como la preterición de un puesto tras el trasunto de una Madrugada incierta. Un amanecer frío y desangelado ha dado paso a las primeras luces de un Viernes Santo. El atisbo del Astro Rey, se deja sentir allá por la Encarnación, en tanto el público horas antes apiñado en ese profano templo de la Campana, lenta pero inexorablemente va abandonando sus prietas sillas. El vacío va siendo cada vez mayor y un cofrade, joven aún con su inseparable grupo de amigos, forzados por ese frio, aquí llamado relente, llega al convencimiento que el Señor de la Salud y su Bendita Madre de las Angustias deben disculparles su ausencia, pero el cansancio de tantas horas, desde las primeras del Jueves Santo hasta ese momento en el que los cuerpos se cortan por mor de las bajas temperaturas, justifican esa deserción.

Pero en ese instante, un nazareno entre el marasmo de sillas desalineadas y vacías, junto al palquillo, se acerca a ese cofrade y con voz entrecortada, ahuecada por el antifaz le dice: “Por favor, hermano, no se marche, que ahora viene mi Cristo”. Aquel hombre, se detiene y mira profundamente a los ojos del anónimo nazareno y sopesa la profundidad del mensaje contenido en sus palabras. Hay toda una enseñanza de vida en él. Y comprende que no ha de desatender una llamada como aquella tan plena de significado y casi sin pensarlo, le responde: “Gracias hermano, le puedo asegurar que mientras el Señor me de fuerzas, nunca abandonaré este lugar para orar ante Él”. Y así, año tras año década a década aquel entonces joven cumplió la promesa dada a ese hermano penitente en su súplica, pese a los rigores de esos gélidos amaneceres que a veces se dan en Sevilla. Y el Señor quiso premiar esa fidelidad, permitiéndole recibir las aguas bautismales a su propio hijo bajo sus benditas plantas. Al tiempo que en la recordada década de los años ochenta, le ofreció contemplar unas estampas imborrables en la mente de un buen cofrade:

La Madrugada había dejado el retraso consiguiente que hacía aún más penosa si cabe la Estación de Penitencia de los nazarenos cuya Hermandad cerraba la noche. El Señor llega suavemente mecido por los acordes de su banda y como es preceptivo, en esa regla no escrita, debe detenerse ante el palquillo donde los cansados rostros de los Consejeros le rezan un Padrenuestro. La fila de nazarenos del último tramo, renuente, vuelve la mirada hacia Él, pero deben ir adentrándose en la angostura de Sierpes, les sigue la Presidencia, los ciriales, incensarios y navetas. El fiscal de paso, junto al capataz y sus contraguías, metros más atrás continúan su recorrido en pos de la Cofradía y el Señor queda solo. Nada se mueve y la mirada desconcertada al principio e inquieta después de los Consejeros, se hace cada vez más acuciante.

¿Qué ha pasado, para que Ntro. Padre Jesús de la Salud, haya sido abandonado por los suyos de aquella manera? Nadie se lo explica y el clásico murmullo de La Campana va convirtiéndose en un ensordecedor silencio. Nada ni nadie se mueve, cuando de pronto, un imperceptible movimiento de esas cuatro perillas que como ningunas otras acompasan el caminar del Señor por Sevilla, comienzan milímetro a milímetro a elevarse. La multitud contiene la respiración sin pronunciar palabra alguna, pero el Señor de la Salud parece decidido a tomar de nuevo la Cruz y es sabedor del camino hacia la Catedral. Una vez arriba el paso, la música irrumpe con sus acordes aquel infinito e inigualable momento. Ninguno de los presentes ha osado pronunciar un comentario ni batir una palma. El Señor con su SILENCIO, nos demuestra que ostenta el GRAN PODER de Dios, pese a haber sido condenado en la más injusta SENTENCIA, dictada por los hombres, que, indefectiblemente, le conducirán al CALVARIO, pese a que como Hombre haya sufrido TRES CAÍDAS. Pero Él aquí y ahora derrocha SALUD y es testimonio vivo de superación de todas nuestras ANGUSTIAS, y está dispuesto a dar su Vida por todos nosotros.

Ese discurrir por la Plaza se hace eterno: Un minuto por cada año de Jesús desde su venida al mundo en Belén. Y cuando el paso arría ya en la estrechez de la antigua calle de Los Tres Conventos, el estallido de aplausos se hace incontenible cascada. Ese ya exiguo grupo de sevillanos inasequibles al desaliento, ha contemplado la más grande chicotá en honor de su Bendita Imagen, y que sin duda quedó grabada en la mente de cuantos tuvieron la dicha de contemplarla. Y que hoy, todavía, algunos elegidos aún rememoramos.

Y no fue la única, que otras hubo con un profundo significado, pero imposible de relatar en este breve espacio que es la página de un diario.

Y además ya es Viernes Santo.