Opinión

El ministro de la hidra

El escritor Fernando González Viñas reflexiona sobre la decisión del ministro de Cultura, Ernest Urtasun, de eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia

El portavoz de Sumar, Ernest Urtasun, durante una rueda de prensa, en el Espacio Rastro, a 4 de diciembre de 2023, en Madrid (España).
El portavoz de Sumar, Ernest UrtasunCarlos LujánEuropa Press

El problema no es que supriman un premio, una cosa que tampoco nos va a sacar de pobres. El problema radica en que dan ganas, como gritó Estanislao Figueras, el presidente de la Primera República, de soltar aquello de «estoy hasta los cojones de todos nosotros». Porque el debate político de la sol y sombra, tan ajeno a las corridas de toros desde que la Ilustración las reguló para someter al pueblo y evitar que saltase al ruedo por su cuenta, se ha instalado definitivamente en el ruedo. Por un lado están los que regalan abanicos de cartulina –¡de cartulina!– con las siglas de su partido a las plazas de toros. ¡Hombre!, por favor, un aficionado va a la plaza vestido de domingo y para abanicarse, si tiene que hacerlo, se lleva un paipai que heredó de su bisabuelo que fue de los últimos de Filipinas y se trajo una bala y el consolador airesco de Mindanao.

Ese mismo aficionado, cuando ve a alguien con un abanico de cartulina con unas siglas políticas, le entra el mismo sarpullido que si viese a alguien con chándal en la contrabarrera del 2. Luego están los del otro lado, a los que les cae un ministerio como el que le cae una muñeca Chochona en la tómbola, sin saber ya qué hacer toda la noche de feria con la p… muñeca Chochona. Y claro, al que le ha caído el ministerio, mientras sus amigos están con la resaca de mayo de Anís Machaquito, se levanta una mañana fresco como una lechuga y dice «a ver qué me invento» y suprime aquello que le servirá para que cuando juegue al futbolín con sus amigos, estos le pasen la mano por la espalda y le digan «valiente».

Dicho esto, el acto ridículo del ministro de la tómbola, que tiene todo el derecho del mundo a que ni le interesen ni entienda la complejidad de los toros, porque no se puede pretender que todo el mundo entienda y ejercite el pensamiento abstracto y la exposición intelectual que se desarrolla dentro de una plaza de toros y sus aledaños, se ha convertido en una Hidra de mil cabezas que desborda el lago Lerna en el golfo de la Argólida, donde descansaba plácidamente. Como consecuencia, la multiplicidad súbita de premios regionales de vocación nacional del premio de tauromaquia va a permitir que todos podamos aspirar a nuestro premiecito, nuestro minuto de gloria efímera, el discursito leído en el que apelamos a nuestro territorio mítico como si fuésemos un poeta con ínfulas de estatua ecuestre. Como la Hidra, que pretendía vengar la muerte del león de Nemea, estamos inmersos en una burda y soez venganza continua, de unos contra los otros, algo que se ejercita a diario desde los ministerios, los micrófonos y las redes sociales. Que si te pongo un premio y que si te lo quito y que si me lo quitas te lo pongo yo, como un eco de la letra de la famosa salsa de los Fannia All Star. Un quítate tú para ponerme yo, muy practicado por personajes con cargo que, sean antiritualistas taurómacos o lo contrario, no han entendido nada. Porque cualquier aficionado que comprende el complejo mundo en el que se expone a diario, en una repetición constante, el ciclo de la vida y la muerte en un redondel, sabe que si compras una entrada de sol, conforme avanza la tarde, la sombra te alcanzará de modo irremisible y beatífico. Hasta que llega la sombra, el espectador de toros, ajeno a los vaivenes políticos, se abanica con su paipai filipino y saca su pañuelo blanco para limpiarse el sudor y ejercer la soberanía de la mayoría social, que antes de que llegase esta esplendorosa democracia en tantas otras cosas, solo se ejercitaba precisamente en las plazas de toros, exclusivamente allí, dentro de sus muros amnióticos.

Todos aquellos que intentan de un modo u otro colocarnos en el sol o en la sombra política deberían asistir un día –aunque fuese solapados bajo un sombrero jipijapa y un traje a lo Pepe Isbert en «El verdugo»– a una corrida de toros y ver cómo el sol acaba diluyéndose y dejándonos a todos desnudos, es decir, iguales, oscurecidos, indistinguible ya el rojo o el azul, que de todo signo hay en los tendidos. Como la voz que más se oye en el país resulta ya ser la de los sexadores de tendencias políticas, cualquier día nos tendremos que exiliar a Papúa Nueva Guinea, donde no hay premios nacionales de nada ni falta que les hace, y anidará, supongo, el espíritu de Estanislao Figueras, que fue un catalán visionario y bastante más sensato que el que ha despertado a la Hidra de los premios.

Fernando González Viñas es Historiador, escritor y traductor. Ha sido comisario de exposiciones sobre cómics, toros y autores como López Espí.