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Opinión I Méritos e infamias

Taravillo’s shots

El filtro Riverotaravillo funciona y detrás de cada línea escucho su voz que me susurra al oído: «Te lo dije»

Antonio Rivero Taravillo larazon

Nos tomamos un platazo de jamón y varias copas hablando de libros Antonio Rivero Taravillo, David González y servidor después de charlar sobre la Navidad una noche en la Fundación Cajasol; creo recordar. Así, con deliciosos sorbitos, mi vida y la suya se enhebraban en acontecimientos gozosos e inesperados, compartiendo la felicidad sólo unos minutos cada pocos meses durante los últimos quince o veinte años de existencia y periodismo. Algunas veces lo observaba comer desde lejos en la barra del Eslava –el bueno, el que comandaba Sixto Tovar–, sin saludarlo para no interrumpirle el almuerzo. Sabía cómo disfrutaba de los manjares y el ritmo gastronómico de San Lorenzo, por eso lo esperaba a la salida para darle la sorpresa. Eso, cuatro minutos a lo sumo, y el compromiso de vernos pronto. Tras una temporada sin coincidir, apareció con sus gafas y la barba de lego cartujo detrás de una esquina por el barrio del Arenal, portando su sonrisa malévola en el rostro élfico, contentísimo. «¡Estoy estupendamente!», me gritó sin que yo supiera que estaba malo ni tuviera tiempo de abrir la boca. Me alegré por dentro y por fuera, porque lo que no conocía él es que yo, acorazado en una personalidad expansiva, lo admiraba mucho más de lo que me atrevía a demostrar. Por eso me lo encontraba muchas más veces en sus páginas que en la vida cotidiana. Su libro de viajes por Inglaterra fue el único que metí en la maleta cuando pasé una estancia en aquel país; al que no volví a ver con los mismos ojos tras su lectura, por cierto. Lo mismo me sucede con Cernuda, Cirlot o Joyce; el filtro Riverotaravillo funciona y detrás de cada línea escucho su voz que me susurra al oído: «Te lo dije», acompañada de una breve risa. Se me acabaron estos «shots» que nos quita la muerte para la eternidad, pero quedará para siempre la memoria y el cariño de un ser único que me ofreció la receta para acercarme a «Ulises». «Es como si te quisieras beber un whisky de golpe, de una vez. No puedes. Haz pequeñas catas, acércate a sorbitos», me recetó cuando le dije que se me hacía bola el clásico irlandés. Así gastamos el tiempo que nos tocó, en pequeñas pero jugosas dosis. Bye, bye, Antonio.