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Las madres están de moda
Son inmortales. No hace falta que Google las rejuvenezca ni importa que se les olviden las cosas y los nombres. Su sangre y sus sentimientos perviven en cada una de nosotras. Siguen dándonos el calor y la vida. Están cada vez más preocupadas por sus hijos que no trabajan, más solitarias cuando sus nietos no les abrazan, perdidas en un mundo que sigue su rumbo sin detenerse para decirles lo guapas que están. Hoy me detengo para recordar cuánto ha hecho mi madre por mí y para pensar en cuánto me gustaría hacer a mí por mi hijo. Las madres están de moda.
Estos días se llenan las tiendas, las redes sociales y los WhatsApp de mensajes y regalos que nos recuerdan lo importantes que somos las mamás. Se ponen de moda los vestidos y los kaftanes para estilizar su figura. Las calles huelen a flores y a colonias de bebé. Nos mueve la ilusión de hacerlas sentirse en el centro del mundo por un momento, durante el día que conmemora su entrega, su sacrificio, sus alegrías y su dolor.
En las ciudades en paz, no suenan las sirenas ni huele a escombros. En los barrios perdidos de la guerra y la discriminación no se detiene el llanto de las madres. Pero en unos y en otros lugares, separados por los miles de kilómetros de la injusticia, las madres vuelven a convertirse en el eslabón más fuerte y universal de la humanidad.
Ahora que la inmortalidad ha dejado de ser una característica exclusiva de su vida, me paro un instante para decirle a mi madre cuánto la he querido y cómo la quiero después de todos estos años. Y comparto con todas vosotras la idea de que me gustaría dejarle a mi hijo un futuro mejor en el cuál, ser madre sea un sentimiento universal de felicidad, de sosiego y de paz. Parece Navidad, pero no. Es el Día de la Madre, la celebración más bonita del mundo.
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