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Más empresarios, menos políticos
Por David Muñoz Lagarejos
La función empresarial, desde un punto de vista liberal, es la acción de una persona o un conjunto de personas voluntariamente coordinadas, para modificar el presente (y por tanto el futuro) y conseguir unos objetivos. Según el profesor Huerta de Soto, el sentido de empresa como acción está necesaria e inexorablemente unido a una actitud emprendedora, que consiste en intentar continuamente buscar, descubrir, crear o darse cuenta de nuevos fines y medios.
La función empresarial se expone en su máximo esplendor en un mercado libre, sin conexiones políticas e independencia de la política y la economía. En dicho mercado libre las normas están establecidas de antemano: vida, libertad y propiedad del prójimo. Sin estas tres condiciones no hay mercado y función empresarial en un ámbito de libre comercio. Y es en el propio mercado libre donde florece en mayor medida la innovación y el emprendimiento.
Los descubrimientos e inventos que han tenido lugar a lo largo de la historia han sido consecuencia de la acción humana: investigación y desarrollo para mejorar las condiciones de vida. Por ejemplo, en la revolución industrial, la mecanización del trabajo telar, la expansión fabril, etc. hizo que se liberara fuerza de trabajo humana y que buena parte de ésta pasara al cuidado de la familia, al ocio, etc.
Hay dos mitos sobre la función empresarial y el mercado muy presentes hoy en día. El primero de ellos nos dice que el mercado es anti social. El segundo tiene que ver con el egoísmo del empresario. Pues bien, el mercado no es anti social: gracias al libre mercado y su globalización, el número de pobres no ha dejado de caer en los últimos siglos, más aún en las últimas décadas y cualquier persona puede alcanzar cotas de riqueza que en sociedades preindustriales solo estaban reservadas a los herederos de los monarcas y a sus más cercanas compañías. Por otro lado, un empresario es egoísta, sí, porque quiere progresar, pero no es una noción de egoísmo a las que estamos acostumbrados y de la que habla el mito, pues no se cierran en ellos mismos. Una empresa crece más cuanto mejor sirva a los demás, es decir, a los clientes y consumidores (derrumbando aquí también el mito anti social). Ese egoísmo e interés en sí mismo es que el que hace servir mejor a los demás (“no es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”, Adam Smith).
Por otro lado, el mundo de la política tiene como objetivo ganar votos y ganar elecciones, aspirar a gobernar. Es por ello que las normas cambian en función de los intereses partidistas. En la política no hay garantizado ni vida, ni libertad ni mucho menos propiedad. En la política, al contrario que en una empresa en un mercado libre, existen incentivos perversos para progresar gracias al poder de quien legisla. Es por ello que la corrupción campa a sus anchas en un sistema político donde el poder de políticos y burócratas se expande.
¿Cuáles son las sociedades que más prosperan? Las que tienen en primer plano la función empresarial, el respeto por las reglas del juego, la libertad económica y el capitalismo. Aquellas sociedades, por el contrario, que aspiran a la expansión de la política, del Estado, dirigir desde la economía desde la planificación central, son aquellas sociedades que fracasan. Es por ello que necesitamos más empresarios y menos políticos. Necesitamos acabar con los mitos de la empresa y el capitalismo y desmontar la benevolente visión que algunos tienen de la política.
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