Opinión
No toda presencia acompaña
"Hay momentos en la vida en que uno se da cuenta que está rodeado de gente y, sin embargo, solo"
No todo vínculo es hogar, ni tampoco toda compañía abriga. Hay momentos en la vida en que uno se da cuenta que está rodeado de gentey, sin embargo, solo. Y no es una tragedia: es una revelación. Porque hay presencias que no acompañan, que no suman, que no entienden, ni preguntan. Sí , presencias que están, pero no pasan de estar. Y que, por lo tanto, no cuentan.
En cambio, la soledad (cuando es lúcida) no se parece en nada a ese desierto emocional que nos han pintado desde siempre. No es la ausencia de afecto, ni el eco de un fracaso personal. Es otra cosa. Es una elección que nace después de haberse escuchado con honestidad, después de haber estado demasiado tiempo rodeado de personas que, en el fondo, no tenían nada que ver con uno...
Creo que para estar acompañado de verdad se necesita más que un cuerpo al lado. Se necesita presencia real, sintonía, una mirada que sepa quedarse. Lo otro (el mero estar) está sobrevalorado... Para tomarte una cerveza, para llenar una tarde, para salir de casa, vale cualquiera.
Y aún así muchas veces es mejor salir sólo. Pero para compartir silencios, para reír con complicidad, para llorar sin vergüenza o simplemente para no tener que traducirse... hace falta alguien muy específico.
Y claro uno no se vuelve exigente por capricho, sino por experiencia. Después de haber dado demasiado en vínculos que ofrecían poco. Porque estar con alguien por no saber estar solo es una trampa...
Lo que ocurre cuando uno aprende a estar solo (no de forma resignada, sino profunda) es que deja de aceptar lo que no vibra con su verdad. Se vuelve selectivo, no por elitismo emocional, sino por cuidado propio. Ya no se justifica lo mediocre y ya no se aguanta lo que cansa.
La soledad, entonces, se convierte en un filtro natural que separa lo accesorio de lo esencial, lo ruidoso de lo verdadero.
Hay relaciones que son puro ruido de fondo. Gente que está ahí como una decoración, como un acompañamiento de circunstancia. Y el peligro es acostumbrarse a eso: a la conversación vacía, al gesto automático, al contacto sin profundidad. Cuando uno se queda solo por decisión, se libra también de esa especie de zombificación afectiva. Vuelve a afinar el oído interno.
Y empieza a entender que el silencio, cuando es genuino, no pesa. Al contrario, libera.
No se trata de idealizar la soledad. Se trata de devolverle su dignidad. De dejar de verla como una sala de espera hasta que llegue “alguien”. Porque a veces, ese “alguien” no llega nunca. O llega, pero no era. O llega, y peor: se queda sin saber estar.
Y entonces, uno comprende que hay soledades que son infinitamente más plenas que muchas compañías. Y que el tiempo en calma vale más que cualquier conversación forzada. ¿Saben? Creo que es mejor el eco de uno mismo que el ruido de los otros... Porque si uno no aprende a estar bien solo, estará siempre en peligro de conformarse con lo que sea. Y a determinadas edades "lo que sea" es restarle vida a nuestra vida.
No hay mayor trampa que estar con alguien por no saber estar solo. Porque esa decisión, disfrazada de afecto o de estabilidad, casi siempre exige pagar un precio: el de dejar de ser uno mismo para no incomodar.
Y en esa transacción sutil se va perdiendo lo más valioso: la autenticidad y el entusiasmo. Sólo tenemos una oportunidad de vivir.
¡No perdamos el tiempo!