Pintura

103 días

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Parece que el Ayuntamiento de Barcelona por fin tendrá un plan para la montaña de Montjuïc. Parece que se presentará pronto. Parece que puede ser un poco de oxígeno para un espacio que merece ser rescatado y recuperado para la ciudadanía tras años, demasiados años, de abandono y desidia por parte de las instituciones. Porque parece que Montjuïc, tras renacer en 1992, no merecía una nueva oportunidad ciudadana, sobre al convertirse en una gran plataforma cultural.

Hablando de cultura, sigue siendo una buena plataforma para hacer ejercicio. El pasado año, por ejemplo, para poder acceder desde la plaza España al Museu Nacional d’Art de Catalunya se debían usar las escaleras de siempre, las de la toda la vida, pero no las automáticas que, como algunos empleados del museo se han encargado de contabilizar, estuvieron 103 días seguidos estropeadas.

Montjuïc es ese pariente triste y quejoso al que no nos gusta hacer caso. Tal vez sea porque para algunos tiene ese recuerdo amargo de ser tumba de muchos y escenario en su castillo de represión. Pero Montjuïc no se merece esa leyenda negra.

Hay en la montaña esa vocación hermosa y diferente de divulgar arte, desde las ruinas griegas y romanas que se guardan en el Arqueològic pasando por la explosión de color de Joan Miró pasando por ser templo del románico de Taüll o de algunos de los mejores tesoros del modernismo. Hay mucho que ver y que disfrutar, pero para eso Montjuïc no puede limitarse a una línea de autobuses. Ese lugar parece que solamente se ilumina cuando algún peso pesado actúa en el Sant Jordi. No debería ser así. No puede ser así.

Montjuïc podría convertirse en una suerte de isla de los museos, como la de Berlín, pero en su papel de montaña. Lo que no puede ser es que se tenga que subir a oscuras y con agujetas para una semana.