Coronavirus
Diario de una cuarentena con niños: Día 45
Volver a la calle
La obligación del periodista es informar desde el campo de batalla. Algunos de mis ídolos, pienso en Chaves Nogales, Jay Allen o Bob Woodward, han escrito sus crónicas desde el lugar de los hechos y, cuando no han podido, han utilizado fuentes directas para que le narren los hechos. Este domingo era el día en el que los niños volvían a ocupar las calles, aunque solo fuera por una hora, y yo estaba feliz por Nora porque, por fin, tras respetar escrupulosamente el confinamiento, podía volver a pasear sentada en su cochecito.
El médico me tiene prohibido pisar el asfalto hasta, espero, esta semana que entra. Eso me ha obligado a recurrir a alguien que me haga de corresponsal y que me comunique de primera mano cómo ha vivido la pequeña de la casa el poder ocupar de nuevo el espacio público. Fue mi mujer la encargada de darme buena cuenta de todo aquello como testigo directo.
Cuando, tras varias semanas encerrada en casa, decides preparar a tu hija de casi nueve meses para llevarla a dar un paseo, vistiéndola con esa ropa de calle que lleva muchos días sin usar te das cuenta de una cosa: ha crecido mucho, probablemente demasiado. La ropa para un día de sol ha empezado a irle pequeña. Uno empieza a preguntarse cuando Fernando Simón u Oriol Mitjà, que tanto monta o desmontan tanto, darán luz verde a la apertura de tiendas de ropa infantil, considerándolas como uno de esos comercios de primera necesidad. Afortunadamente, en el armario de Nora hay todavía una blusita, unos tejanos grises y un gorrito, últimas junto antes del confinamiento, con el que salir acompañada de su madre. La veo sentada en el cochecito y me parece una pequeña Neil Armstrong a punto de alcanzar la luna, de pasar por la puerta como una exploradora de lo desconocido.
Madre e hija son precavidas e inician su recorrido a las once en previsión de lo que parece inevitable: que muchos salgan a mediodía, hora punta de los días de fiesta. Mi informante me cuenta que toman la calle Tarragona en dirección hacia la estación de Sants. Para Nora es el reencuentro con un cielo que es ahora más azul que nunca, con un sol que parece más brillante que nunca y con una ciudad que no tiene a los automóviles como banda sonora callejera. Sonríe y mira a todas partes como quien llega a un nuevo mundo. Ella ya lo conoce, pero hace demasiado tiempo que le es ajeno, así que lo observa todo sin perderse ningún detalle, nada se le escapa. No sé si reconoce esas calles por las que tantas veces la hemos llevado a pasear, pues todo está más limpio, más brillante y reluciente gracias a que apenas hay contaminación.
Las dos viajeras siguen su travesía por el paseo de Sant Antoni, hasta hace poco lleno de pequeñas terrazas. Esa vía es ahora un camino libre y luminoso, perfecto para pasear. Son casi mediodía cuando, junto antes de llegar a Plaza de Sants, las dos paseantes empiezan a coincidir con otras familias, con las primeras bicicletas, patinetes y monopatines. Sí, es el inicio de un día de fiesta, de un domingo con el que celebrar, aunque sea poquito y casi en voz baja, que se está ganando al maldito bicho. Buena prueba de ello es que en las panaderías de la zona se ven colas para comprar un postre, un pastel con el que conmemorar tan grata efeméride.
Mi informante me llama y me dice que Nora se está durmiendo. El trote de las ruedas sobre el asfalto es aquella vieja medicina que empleábamos, hace ya algunos meses, para tratar de dormirla en esos días en los que ni los brazos ni los meneos del moisés servían para nada. Una vez más, el método ha funcionado. Nora ha caído en un sueño profundo y, como me cuenta su madre, no la despiertan los gritos de los niños que disfrutan de esa libertad reconquistada. Mientras, en casa, todo resulta excesivamente silencioso y tengo que ponerme música de fondo porque me acostumbré a escribir con alguna voz a mi alrededor, aunque sea la de una niña pidiendo su biberón. Y es que, tras tantas semanas, se hace raro que Nora no esté en casa.
Media hora más tarde, cuando oigo como entra la llave en la cerradura, me levanto hacia la puerta con curiosidad por ver la reacción de Nora. Ella llega despistada porque se acaba de despertar. Me mira y sonríe. Me dice a su manera que está contenta por volver a pasear. Mañana regresará a la calle, nuestras calles, las calles de todos.
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