Coronavirus
Los chimpancés que pasaron tres meses confinados
Este tipo de primates, como los humanos, son muy sensibles a todos las patologías respiratorias
Charlie da la espalda a Cristina cuando ésta llega a las instalaciones de la Fundación Mona. Pese a que la cuidadora lleva mascarilla y gafas de sol, él la reconoce de inmediato. Está enfadado, aparentemente no quiere saber nada de ella, pero por el rabillo de ojo sigue todos sus movimientos. Charlie, un chimpancé de más de treinta años que hasta que en 2001 llegó a la fundación vivía en una pequeña jaula al servicio de un adiestrador que entrenaba y alquilaba a los animales para diferentes propósitos, no le perdona que no haya venido a verle durante los casi tres meses de confinamiento.
Y es que el mismo 12 de marzo, los responsables de la Fundación Mona decidieron cerrar sus puertas y aislar a los animales temiendo un posible contagio. Tal y como señala Olga Feliu, directora de este centro de recuperación de primates, “por entonces no sabíamos si podían contagiarse, pero lo suponíamos por la proximidad de estos animales a los humanos”. “Al poco tiempo, salía un estudio científico que apuntaba que la mayoría de primates son susceptibles de contagio”, explica Feliu, quien además recuerda que “los chimpancés son muy sensibles a todos los temas respiratorios”. “Las afectaciones de esta índole son las que más bajas causan entre estos animales”, añade la directora del centro para a continuación poner de relieve que, además, en la fundación hay individuos con otras patologías previas que les hacen más vulnerables, como problemas de corazón, enfermedades crónicas...
En definitiva, los 14 chimpancés y los cuatro macacos de Gibraltar que se encuentran en las instalaciones de la Fundación Mona han estado confinados durante casi tres meses, tiempo durante el que una cuidadora del centro y cinco voluntarios que permanecerán en la entidad durante un año en el marco del programa de becas del Cuerpo Europeo de Solidaridad, optaron por aislarse junto a los animales para ofrecerles durante este tiempo los cuidados y atenciones que éstos requieren. Además, puntualmente y de forma alterna, cada cierto tiempo acudían a las instalaciones dos cuidadores de apoyo, quienes sin embargo no entraban en la zona destinada a los animales.
El resto del personal del centro, que cuenta con once trabajadores, no ha podido visitar a los animales durante el tiempo en el que éstos han permanecido confinados, es decir hasta finales de mayo, aproximadamente. Simplemente debían de conformarse con las videollamadas que puntualmente realizaban con sus compañeros confinados, quienes entonces les ponían a los chimpancés en pantalla. “Les he echado mucho en falta”, asegura Cristina, una de las cuidadoras, quien recuerda que “en las videollamadas Juanito”, un chimpancé que llegó a la fundación en diciembre de 2003, cuando apenas tenía un año, “me enviaba besos”.
Pese a ello, Olga Feliu “asegura que los animales no han notado de forma significativa ese confinamiento porque han podido seguir con sus rutinas diarias”, pero el vínculo que se ha establecido entre estos animales y sus cuidadores es tal que algunos de estos primates aún se muestran enfadados por la ausencia prolongada de sus referentes humanos. “Los chimpancés están divididos en dos grupos. El primer día que regresé a Mona, los que forman parte de uno de ellos me vinieron a saludar desde detrás de la valla con euforia, pero los del otro grupo, con quienes tengo una relación más fuerte, están enfadados y solo dos de los siete que lo forman me saludaron”, comenta al respecto Cristina para a continuación señalar que “Charlie incluso me dio la espalda”.
La ruina del confinamiento
Pero eso es para el equipo que trabaja en el centro una simple anécdota, porque el verdadero problema que la crisis del coronavirus ha generado a la entidad es de carácter económico. Ésta se financia principalmente de las visitas que recibe el centro, así como del merchandising y los cursos y conferencias que la entidad organiza, pero como apunta Olga Feliu “durante los últimos meses, todas estas actividades no se han podido llevar a cabo y representan en torno al 60% de nuestros ingresos”. El resto, procede principalmente de las donaciones que llevan a cabo los padrinos y socios de la entidad, a quienes, en algunos casos, las consecuencias económicas de la pandemia ya no les permiten mantener esas aportaciones.
Así las cosas, la caja de la Fundación Mona anda escasa de recursos. “A los animales nunca les ha faltado comida porque hemos tirado de nuestros ahorros”, asegura Feliu, sin embargo, esos ahorros son los que la entidad había ido reuniendo para un inminente y obligado traslado de las instalaciones a una nueva ubicación. “Nosotros estamos ocupando un terreno municipal que el ayuntamiento nos cede sin problemas, pero resulta que éste está en un zona inundable, entre el río Onyar y una pequeña riera, y la Agencia Catalana del Agua nos ha dicho que hemos de dejar este espacio”, cuenta la directora.
Hacia finales del mes de mayo, la fundación llevó a cabo una campaña de recaudación de fondos que le permitió recuperar parte de los ahorros invertidos en el día a día durante el confinamiento, pero es solo una bocanada de aire ante una situación asfixiante. Cabe recordar que los gastos anuales en el cuidado y atención de un chimpancé rondan los 7.500 u 8000 euros anuales y que la entidad aún no ha podido recuperar su actividad. Este fin de semana, Fundación Mona vuelve a abrir las puertas al público con las máximas medidas de prevención y seguridad ante la amenaza aún presente del coronavirus, sin embargo eso no es sinónimo de recuperación de la normalidad ni del ritmo de visitas. Y es que como recuerda Feliu, “las escuelas son para nosotros una parte muy importante de nuestros ingresos y por ahora, para el mes de julio, solo tenemos confirmada la visita de cuatro casales de verano, que además, al tener que organizar sus actividades en grupos más reducidos, no representan más que la entrada de una veintena de niños cada uno”.
Desde la propia fundación, tienen claro que, de una u otra manera, “hay que poder atender a nuestros animales, algunos de los cuales pueden llegar a vivir hasta 60 años en cautividad”. “Es un problema de compromiso y se ha de hacer”, constata Feliu, pero no hay que olvidar que la labor que lleva a cabo esta entidad tiene fines sociales y que, por lo tanto, es responsabilidad de todos.
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