Arte

Kahnweiler, el hombre que vendía los cuadros de Picasso

Una gran exposición recorre la carrera de quien fuera uno de los grandes marchantes de arte del siglo XX

Una imagen de un visitante de la muestra ante los retratos de Kahnweiler por Picasso
Una imagen de un visitante de la muestra ante los retratos de Kahnweiler por PicassoToni AlbirAgencia EFE

Se necesitaban el uno al otro como el aire para respirar. Sin Picasso no habría Daniel-Henry Kahnweiler, pero sin Kahnweiler no habría Picasso. Probablemente no les suene este nombre alemán, pero se trata de uno de los más importantes galeristas del siglo XX, el hombre que se dedicó a vender a museos y coleccionistas de todo el mundo lo más importante de la producción picassiana, empezando por el cuadro más emblemático del malagueño, es decir, «Las señoritas de Aviñón». Pero también estuvo detrás, desde su galería parisina, del impulso de las carreras de Juan Gris, Georges Braque, André Masson, Manolo Hugué, Paul Klee o Fernand Léger.

A partir de este sábado y hasta el 19 de marzo, el Museu Picasso de Barcelona dedica una gran exposición al galerista, pero también al editor de ediciones de bibliófilo firmadas por algunos de los mejores nombres de su escudería artística, todo ello con la imponente sombra de Picasso planeando por las salas de una muestra que se nutre, especialmente, de la gran donación de sus fondos que Kahnweiler realizó al Centro Pompidou de París.

Bajo el comisariado de Brigitte Leal, la exposición es una oportunidad única para visitar lo que fueron las tres galería que regentó: la que llevaba su nombre, la Simon y, sobre todo, la Louise Leiris. A partir de 1908, Kahnweiler, desde su sala de exposiciones, presentó lo que estaban haciendo en la capital francesa un grupo de jóvenes que se habían propuesto revolucionar el arte, poner las bases de la gran revolución que llevaron a cabo las vanguardias en los primeros años del siglo pasado. A ello se le suma que el propio galerista supo ser el primer historiador y el primer divulgador de todos ellos.

La exposición se abre, gracias a la cámara de Jacqueline Roque, con un momento. Es el 3 de junio de 1957, Kahnweiler visita a su amigo en su finca de La Californie, pero no se trata de hacer negocios como en muchas otras ocasiones. El marchante acudió para convertirse en modelo de un retrato que en una única sesión realizó Picasso. Jacqueline fotografió ese momento que también se tradujo en unas litografías con el galerista como protagonista.

Lleno de ratas

Hacía casi medio siglo que se habían conocido. Todo empezó en el verano de 1907, cuando Picasso era uno de los jóvenes creadores que ocupaba uno de los estudios ruinosos y llenos de ratas del Bateau-Lavoir. En ese momento, el pintor trabajaba en una gran tela de la que poco se sabe, salvo que es la obsesión de Picasso. Kahnweiler, que hacía poco que había abierto una galería en el número 8 de la rue de Vignon, fue uno de los primeros en darse cuenta de que allí estaba naciendo algo que desde entonces lo iba a cambiar todo, y sería «Las señoritas de Aviñón» el epicentro. Con el tiempo, sería Kahnweiler uno de los pocos en saber apreciar ese cuadro pese a la indiferencia, por ejemplo, de Guillaume Apollinaire.

La exposición en el museo barcelonés nos permite pasear por «mi pequeña galería», como la llamaba el propio Kahnweiler, rodeada de obras maestras como los paisajes con ecos fauvistas de Georges Braque o los retratos de André Derain. Una mención aparte merece el incondicional apoyo que realizó a Juan Gris, quien se instaló en el mismo vecindario que el marchante, en Boulogne, a las afueras de París. Entre los dos nació una gran amistad que solamente rompió la prematura muerte del artista, en el año 1927. A Kahnweiler debemos precisamente el primer gran libro sobre Gris. La muestra también ofrece una visión del trabajo del marchante como editor al reunir a los artistas de su galería con la palabra escrita de Max Jacob, André Malraux, Antonin Artaud o Apollinaire.

Todo este camino desemboca en Picasso, con una sala en la que se siguen los pasos de una colaboración conjunta que tendrá su momento álgido cuando en 1957 Kahnweiler se convirtió en el marchante en exclusiva del pintor. «¿Qué habría sido de nosotros si Kahnweiler no hubiera tenido este sentido de los negocios?», diría el mismísimo Picasso.