Historia

Del barrio de Pekín al Barrio Chino, la curiosa relación entre Asia y Barcelona

La capital catalana ha tenido dos zonas con nombres, o sobrenombres, asiáticos, sin ninguna similitud aparente

El dragón de las Ramblas de Barcelona
El dragón de las Ramblas de BarcelonaLa Razón

Los mayores del lugar todavía recuerdan cuando al Raval de Barcelona se le llamaba Barrio Chino, aunque nunca viesen a un solo oriental por sus calles. Como mucho recuerdan al extraño dragón que, a modo de gárgola, recibe a los visitantes en la Casa Bruno Cuadros (la Rambla, 82). Pero incluso el mitológico animal tiene poco de chino. Era un guiño a la tienda de paraguas, sombrillas, abanicos y bastones ubicada en su interior a finales del XIX.

No obstante, la capital catalana sí que tuvo un barrio chino, conocido como el barrio de Pekín, que, por peripecias de la vida, hundía sus raíces en Cuba. El barrio nace, también de finales del XIX, cuando un grupo de familias chinas procedentes del Caribe se instalaron en los márgenes de Barcelona huyendo de las guerras de independencia. Según parece, estas familias, en el nuevo mundo, fueron convertidos en esclavos, pero prosperaron y se hicieron comerciantes. Algunos se casaron con mujeres cubanas y se convirtieron al catolicismo. Con la guerra de la Independencia, quienes estaban a favor de la corona española huyeron de la isla y muchos de ellos llegaron a Barcelona. En la playa, entre el mar, el ferrocarril y la fábrica de material ferroviario Can Girona, en Poble Nou, construyeron sus chabolas. Corría el año 1870. Otra versión sobre el origen del barrio explica que, en realidad, los nuevos habitantes de los núcleos chabolistas de la playa eran originarios de Filipinas, que también fue descolonizado en esa época.

Una de las chabolas del barrio de Pekín en Barcelona
Una de las chabolas del barrio de Pekín en BarcelonaLa Razón

El barrio, en cualquier caso, estaba formado por un entramado de barracas sin pavimento ni alcantarillado, y alguna que otra casa, además de la iglesia de Sant Pere Pescador (incendiada durante la Semana Trágica), un dispensario y una escuela. La miseria endémica del barrio se agravaba con los temporales que periódicamente lo arrasaban. Fue especialmente grave el de 1917, que terminó por completo con el barrio. El páramo resultante, sin embargo, fue reconstruido y reocupado con inmigrantes del resto de España que trabajaban en las obras de la Exposición de 1929. En los años cincuenta llegaba hasta el Camp de la Bota. A principios de los años setenta había unas 400 barracas en las que vivían alrededor de 8.000 personas. Al final de la década el barrio desapareció y la mayoría de sus habitantes fueron trasladados a los barrios de la Mina de Sant Adrià de Besòs y del Bruc de Badalona.

El Barrio Chino, por su parte, es una historia completamente diferente. Quién sabe si alguno de esos emigrantes acabó viviendo en el Raval. Pero la nomenclatura tiene un origen muy diferente. El Raval siempre tuvo mala fama. Incluso en nuestros días. Al fin y al cabo su propio nombre indica que se trataba del arrabal de la ciudad, con problemas crónicos de congestión demográfica y de degradación (insalubridad, mala habitabilidad, inseguridad etc.), que fueron abordados con varios proyectos de reforma, entre ellos el de Àngel Baixeras (1879), tras la Guerra Civil y el más reciente, durante la Barcelona olímpica. Ninguno de ellos ha funcionado. Al menos no como las administraciones tenían en mente. El Raval mantiene el espíritu rebelde y desaliñado que le caracteriza.

Quizás fue eso lo que fascinó a bohemios, escritores y artistas, como Hemingway o Picasso, que hicieron del barrio el campo base para sus juergas nocturnas con la absenta como protagonista. También servía como refugio para la doble vida de la burguesía catalana. En especial, Arc del Teatre y las calles adyacentes, que ya por entonces formaban un conjunto muy denso de bares, cafés, cabarets, tablados flamencos y prostíbulos. Parece que el nombre fue lanzado por el periodista Francisco Madrid en su libro «Sangre en Atarazanas», publicado hacia 1926 en el que se recogían sus artículos y una serie de relatos titulada «Los bajos fondos de Barcelona» Hacía referencia a un bar popular de entonces, La Mina, que describía como «la gran taberna del barrio chino. Porque el distrito quinto, como Nueva York, como Buenos Aires, como Moscú, tiene su barrio chino». O lo que es lo mismo, el Barrio Chino recibía su nombre de la analogía con los bajos fondos de cualquier otra ciudad, en este caso, el Chinatown de Manhattan. La prensa sensacionalista puso el resto y el nombre hizo fortuna. Y así fue hasta la llegada de los Juegos Olímpicos, cuando las administraciones pusieron especial esmero en «limpiar» el barrio expulsando sin miramientos a buena parte de sus habitantes y, con ellos, al nombre.