Opinión

Elogio de la mano

Si dejar a alguien de la mano no está bien, peor es encontrarle luego dejado de la de Dios

Apretón de manos entre Mariano Rajoy y Javier Fernández el pasado mes de octubre
Apretón de manoslarazon

Es la palabra a la que más espacio dedica el diccionario, y la que más acepciones tiene si se cuentan las locuciones, expresiones y frases hechas. Y nada tiene de extraño: se valen también de ella los animales (muy en particular el elefante, al que le sirve de trompa) y puede encontrarse a cualquiera de los dos lados del que habla o trata de orientarse, en las paredes recién pintadas, en los juegos de azar…

La mano es capaz de hacerse pasar por habilidad y tacto (con los niños, por ejemplo), por influencia y poder (verbigracia en una empresa), teniendo en esto ventaja la izquierda, particularmente si se trata de resolver con astucia situaciones difíciles. Ser la mano derecha de alguien reporta quizá más beneficios que ser mano de obra, y tenerla de santo para encontrar remedios eficaces cuando haya necesidad es aún mejor que tenerla, habitual y simplemente, buena. Varía mucho según sea el calificativo que se le aplique: mano blanda, mano diestra, mano dura, mano larga, mala mano, de primera o de segunda mano…; o, refiriéndose a las dos a la vez, manos libres, limpias, sucias o muertas. Del mismo modo es diferente si se va por ahí con ellas cruzadas, vacías, llenas, con una en el corazón o una sobre la otra, con una delante y otra detrás o con las dos en la cabeza.

Y enumera con pormenor el diccionario las posibilidades que ofrece una sola, a saber: abrirla, alzarla o levantarla, apretarla, bajarla, cargarla y descargarla, darla y estrecharla, frotárselas uno mismo, meterla en algún sitio, pedirla en matrimonio, ponérsela encima a alguien o tendérsela, ponerla en el fuego o en el pecho… Y las dos a la par: llevárselas a la cabeza (por ejemplo, al enterarse del sueldo de la presidenta de Red Eléctrica, 546 000 euros anuales: una vergüenza, un escarnio para los ciudadanos de a pie, una inmoralidad que sacó a la luz el apagón que nos dejó a oscuras el pasado lunes), no saber uno lo que se trae entre ellas o dónde las tiene, besárselas a alguien, pillarle con ellas en la masa… Si dejar a alguien de la mano no está bien, peor es encontrarle luego dejado de la de Dios, y acaso sea preferible que algo se nos vaya de las manos a que se lo quitemos a otro de las suyas. Y si nunca está bien que dos lleguen o vengan a las manos, más reprobable es untárselas a un tercero con ánimo de obtener secretos beneficios; y si se ve uno obligado a lavárselas, que sea en verdad porque no ve claro el asunto, no vaya a suceder que, por desentenderse y no querer saber nada, se las aten por la fuerza al inocente.

(Volviendo a lo del apagón: naturalmente, la mencionada presidenta de Red Eléctrica ha eludido toda responsabilidad en el asunto y descarta dimitir, un verbo este que la clase política española no ha aprendido todavía a conjugar.)