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Cien años de una visita a Cataluña

Lo que Dalí guardó de Lorca

La fundación que lleva el nombre del artista ampurdanés conserva algunos de los diversos papeles originales del poeta granadino que sobrevivieron a las tijeras censoras de Gala

Lorca y Dalí fotografiados por Anna Maria Dalí Fundació Gala-Salvador Dalí

Una de las primeras cosas que escuchó Enrique Sabater cuando se convirtió en el secretario personal de Salvador Dalí es que no se miraba atrás. Todo lo que tuviera que ver con el pasado quedaba de alguna manera oculto. Esa fue una advertencia que le lanzó Gala, la esposa del pintor, y que muchos años después el propio Sabater le comunicó al autor de estas líneas. El hombre de confianza del artista me aseguró que nunca vio entre los papeles de su jefe, es decir, del artista surrealista, algún vestigio de la correspondencia que Federico García Lorca mantuvo con Salvador Dalí. «Si la hubiera visto la habría publicado, pero es que a Gala no le gustaba hablar de ese tema», me comentó.

Pero Dalí sí guardaba algunas cosas, unas pocas, las que habían sobrevivido al paso del tiempo, a una expulsión de la casa familiar y a los celos de Gala. Son documentos que hoy forman parte del Centre d’Estudis Dalinians de la Fundació Gala-Salvador Dalí de Figueres. Esta institución ha tenido la gentileza de permitir a este diario la consulta de la totalidad de los papeles lorquianos que fueron guardados por el padre de los relojes blandos hasta el final de sus días. Ahora que se cumplen cien años de la primera visita de Lorca a Cataluña, gracias a una invitación de Dalí, es un buen momento para revisar ese fondo.

Desgraciadamente el artista conservaba muy pocas cartas y en la mayoría de casos de manera fragmentada. En algunas faltan páginas y en otras se han producido cortes con tijeras. Y, sí, resulta evidente pensar de quién eran las manos que las usaron: Gala.

El contenido de estas misivas es conocido. No existen documentos inéditos y cabe decir que la fundación daliniana las ha ido dando a conocer en algunas exposiciones. Una de las pocas completas está escrita por el granadino desde Nueva York, entre mayo y junio de 1930, hecho que demuestra que, en contra de lo que se ha dicho en ocasiones, los dos amigos no se distanciaron y mantuvieron cierto contacto por escrito hasta que volvieron a coincidir en 1935. Sí es cierto que la publicación del «Romancero gitano», en 1928, no había gustado al pintor, pero eso es algo que no molestó totalmente a Lorca, como este último le dijo a Sebastià Gasch. «¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos? Tengo ganas de hablar contigo y, además, me hace una falta enorme hablar contigo», le apunta el poeta a Dalí en la carta que hay en Figueres.

La carta que Lorca envió a Dalí desde Nueva YorkFundació Gala-Salvador Dalí

Entre las recortadas hay una de noviembre/diciembre de 1927 en la que Lorca asegura a su amigo que «no sé por qué, tengo necesidad de mirarme las uñas repetidas veces mientras leo tus poemas. Me parece que un pelo de gato se ha mezclado en la circulación de mi sangre y uno cosas indescriptibles con una naturalidad asombrosa».

Uno de los documentos más importantes del legado documental dejado por Dalí es un álbum de recortes en el que su padre fue diligentemente guardando las críticas y las noticias con los primeros éxitos pictóricos de su hijo. Es allí donde hay alguna anotación de puño y letra de Lorca, así como un telegrama de enero de 1926, momento en el que Dalí presentaba en el Círculo de Bellas Artes de Madrid dos cuadros: «Muchacha en la ventana» y «Venus y un marinero». Lorca no dudó en remitir unas rápidas líneas de agradecimiento: «Un abrazo por tu cuadro de Venus. Saludos Federico».

A Dalí le fascinaban los dibujos de Lorca. Fue unos de los impulsores de la exposición que el poeta realizó en 1927 en las célebres Galeries Dalmau y a la que dedicó un brillante artículo en esos días en «La Nova Revista». Sabemos que el poeta le regaló algunas muestras de su talento como dibujante, pero en Figueres solamente se conserva uno: un retrato de Dalí. Se sabe que el artista, al menos en 1985, tenía entre sus papeles otro que se titulaba «Fecundación del niño azucena». Robert Descharnes, el último secretario de Dalí fue quien facilitó una copia del mismo a mediados de los 80 al especialista lorquiano Mario Hernández. Tras la muerte del genio surrealista, en enero de 1989, este dibujo desapareció del archivo de Port Lligat.

Salvador Dalí retratado por Federico García LorcaFundació Gala-Salvador Dalí

Dalí no tenía primeras ediciones de los libros de su amigo, pero en su biblioteca hay copia de publicaciones posteriores al asesinato de Lorca de «Bodas de Sangre», «Canciones», «La zapatera prodigiosa», «Canciones» o «Yerma». También hay un ejemplar de «Cartas a sus amigos», la primera selección del epistolario lorquiano y donde se publicaban algunas de las misivas dirigidas a Anna Maria Dalí, la hermana del artista. Una mención aparte la merecen algunos ensayos biográficos, como el de Arturo Barea «Lorcata y su pueblo»; el que Antonina Rodrigo dedicó a la relación entre Lorca y Dalí y que calificó como «una amistad truncada», título que irritó al artista; o el primer volumen de la gran biografía que Ian Gibson dedicó al autor de «Divan del Tamarit». Precisamente la lectura de algunos pasajes de este libro animó a Dalí a conceder a este hispanista la que fue su última entrevista y que estuvo centrada en su amistad con Lorca.

En la colección de la fundación se conservan también algunos retratos que Dalí dedicó a su amigo. Uno de ellos es un óleo de corte cubista del que tenemos el estudio preparatorio. En él se adivina a Lorca sentado en la mesa de un café y leyendo algunas de las composiciones de su proyectado libro «Suites». Junto al boceto Dalí anotó una referencia bibliográfica: «Los pintores cubistas» de Guillaume Apollinaire.

Retrato cubista de Lorca por DalíFundació Gala-Salvador Dalí

Otra pieza importante es otro estudio preparatorio, en este caso de la tela «El enigma sin fin». En esta obra de 1938, Dalí plasmó su impresión tras conocer la noticia del asesinato de Federico García Lorca. Encerrado en La Pausa, la finca de su amiga Coco Chanel, Dalí hizo varias versiones de esta obra en la que podemos adivinar, casi como si fuera una aparición fantasmagórica, el rostro del amigo muerto.

Tras la muerte de Gala, Dalí se encerró en sí mismo. Empezó a ver que su propio fin estaba cercano. Tal vez por eso quiso reconciliarse con su pasado, el de las noches de fiesta, verbenas y tabernas, junto a Lorca, Luis Buñuel, Pepín Bello o Maruja Mallo por Madrid. Por eso pidió morir escuchando interpretadas por un violín las canciones que cantaba con ese grupo.