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Libros

La vida hablada de Concha Méndez

Renacimiento presenta una versión ampliada de las memorias de una de las más destacadas mujeres de la Generación del 27

Concha Méndez Renacimiento

Todavía queda un tiempo para que celebremos el centenario del nacimiento de aquel grupo poético que se reunió en 1927, en el Ateneo de Sevilla, para homenajear a Luis de Góngora. Antes de que todo esto se materialice, con el apoyo institucional correspondiente, es bueno que nos acerquemos a todos esos nombres, pero no solamente a aquellos más conocidos sino también a los que han quedado desdibujados por el paso del tiempo o, a veces, por razones que no tienen nada que ver con la literatura.

Lo mejor es acudir a las fuentes directas y darle voz a aquellos que vivieron en primera persona aquellos acontecimientos, aquella época relacionada con una de las mejores cosas que le han pasado a la literatura de nuestro país, Renacimiento, dentro de su Biblioteca del Exilio, ha tenido la buena idea de rescatar en edición ampliada el testimonio de una magnífica poeta como fue Concha Méndez. «Memorias habladas, memorias armadas» es el fruto de las conversaciones que Méndez tuvo con su nieta Paloma Ulacia Altolaguirre, responsable de la cuidadísima edición de la palabra de su abuela. Es el responsable de numerosas horas de grabación que nos ayudan a conocer momentos vividos por Concha Méndez, desde su matrimonio con el poeta y editor Manuel Altolaguirre, sus años en el Madrid republicano pasando por su exilio, su amistad con Maruja Mallo, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Luis Cernuda, sin olvidar su noviazgo con un jovencísimo Luis Buñuel. Pero, por encima de todo, está la voz de una mujer que se resistió a ser silenciada.

En el libro, que cuenta con una extraordinaria presentación de María Zambrano, Ulacia Altolaguirre explica que todo comenzó cuando su abuela cumplió los 83 años. La culpa de todo ello fue la lectura de Marcel Proust «y haberme sensibilizado con el terror del tiempo perdido». Todo ello acabó siendo un total de 23 horas de grabación, de un completo viaje autobiográfico del que hoy podemos disfrutar los lectores. Y es que la lectura de esta autobiografía hablada es una delicia, es uno de esos libros que convienen reivindicar siempre.

Sin ser una feminista declarada, tal y como explica su nieta, sí podemos decir que Concha Méndez fue una mujer verdaderamente adelantada a su tiempo y que durante su infancia y juventud se encontró no pocos problemas para poder formarse intelectualmente. A este respecto, Méndez, hija de una familia acomodada, no conoció las primeras lecturas serias hasta los 16 años, aunque tuvo que hacerlas a escondidas gracias a la ayuda de un profesor de literatura y su esposa que eran inquilinos de los apartamentos propiedad de la familia Méndez. Fue de esta manera que conoció a Chejov y Dostoievski, además de a Zorrilla. «El puñal del Godo», por este último, ocasionó un verdadero escándalo en el hogar familiar al ser descubierto el libro por la criada de la casa. La sirvienta lo consideró indecente porque pronunciaba J a la G de Godo.

Por aquel tiempo, Concha Méndez también intentó probar suerte en el terreno de la pintura, con un estudio improvisado en la terracita de casa. «Me compré una bata de pintor trasnochado para que vieran los inquilinos que más pintor. Copiaba reproducciones de cuadros, que transformaba cambiando la posición de las cosas, la dimensión, los colores; mientras pintaba, cantaba», rememoraría en estas memorias. Sin embargo, no se conserva ni un solo de esos primeros trabajos pictóricos. ¿El motivo? «Creían que, por haber sido pintados por una mujer, no tenían valor; pero era doloroso el desaliento de mi medio ambiente».

Resultan conmovedoras las páginas con las que describe su noviazgo con el jovencísimo Luis Buñuel, en aquellos tiempos más interesado en los insectos que en el cine. Pero el hombre que fue más importante para ella fue Manuel Altolaguirre. Fue una tarde, en el café de la Granja del Henar, donde se encontró con Lorca acompañado de Altolaguirre. De la mano de este último entró en el mundo de la edición imprimiendo, por ejemplo, la revista «Héroe», inspirada por Juan Ramón Jiménez, maestro de aquel grupo.

La pareja se casó el 5 de junio de 1932 en Madrid. La lista de los testigos impresiona todavía hoy: Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Federico García Lorca, José Moreno Villa, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, el capitán Francisco Iglesias y el embajador de Chile. Los novios querían un acto sencillo, pero aquello, como rememoraría Concha Méndez, se excedió en cuanto a asistencia, porque «fue todo aquel que se había enterado de nuestra boda».

La pareja, ya en el exilio en México, se acabó separando en 1944. Pese a ello, resultan conmovedoras las palabras que Concha Méndez dedicó a su marido, especialmente en lo que hace referencia a la relación que tuvo con sus nietos. «Manolo era el abuelo ideal, no sólo por el cariño que les tenía sino porque despertaba en los niños un mundo de cuento», explica. Altolaguirre murió en un accidente automovilístico mientras trataba de llegar a San Sebastián para presentar en su festival una película.

Otro nombre propio en estas memorias es el de Luis Cernuda, quien encontró en el hogar de Concha Méndez su última residencia. «En 1963, cuando nació mi nieta pequeña, María Isabel, llegó Luis a vernos y se le veía con mal aspecto, con mala salud. Llegó enfermo, pero también traía un cambio de actitud. En lugar de una persona a quien le molestaba todo, se volvió sociable. Al volver del cine nos contaba durante la cena la película que había visto, incluso reía», podemos leer en el libro. Sin embargo, una mañana el autor de «La realidad y el deseo» no bajó a desayunar. Había muerto inesperadamente. Volvamos a las palabras de Concha Méndez: «Luis Cernuda sabía el gran poeta que era; y en efecto, el año de su muerte, un periódico americano lo incluyó, junto con el Papa y Kennedy, entre las personalidades destacadas que había muerto ese año. y me sorprendo al comprender su grado de conciencia, sabía el lugar que ocupaba en el mundo».

Concha Méndez, por su parte, ocupa uno de los lugares privilegiados de nuestra literatura. Estas memorias habladas así lo demuestran.