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Los psicópatas desprenden una especie de magnetismo que ha encandilado a cinéfilos durante décadas. Prácticamente todo lo que la gente cree saber sobre estas personas proviene de los personajes que Hollywood ha creado. Desde Norman Bates hasta la manipuladora Catherine Tramell. Lo cierto es que, según las estimaciones, los psicópatas conforman entre un 1 y un 3% de la población y la única manera de protegerse de ellos es identificándolos y manteniendo las distancias. Una estrategia que solo funciona si sabemos exactamente qué es un psicópata, y en la que fallaremos estrepitosamente si pretendemos utilizar lo que el cine nos ha enseñado.
Posiblemente, el psicópata más famoso de la gran pantalla sea el psiquiatra Hannibal Lecter. El buen doctor nació en las novelas de Thomas Harris y trató de dar el salto al cine en 1981 con Manhunt, una fallida película de Michael Mann. La fama se hizo esperar una década más, cuando, en 1991, Jonathan Demme dirigió El silencio de los corderos. Anthony Hopkins brilló tanto en su papel de refinado genio psicópata que su persona y el personaje quedaron íntimamente ligados. Lecter es un maestro del comportamiento, capaz de jugar con los pobres mortales a su antojo y de tomar la vida como una partida de ajedrez donde la paciencia y la estrategia lo son todo. Ahora bien, por apasionante que sea el personaje, de psicópata tiene poco.
Las principales características de un psicópata
Cuando imaginamos a un psicópata imaginamos personas superficialmente encantadoras, maestros de la manipulación, estrategas brillantes y, sobre todo, sujetos con una irrefrenable sed de sangre. Si esto fuera verdad sería realmente preocupante que existieran un 3% de psicópatas. Una de cada 33 personas podría ser un Patrick Bateman en potencia, capaz de segar vidas con la misma ligereza con la que se sirve un café. Como siempre (y por suerte) la realidad es bien distinta.
Algunos aspectos de la realidad sí coinciden con lo que nos presenta la ficción. Por ejemplo, los psicópatas tienden a ser egocéntricos, manipuladores, mentirosos y carecer por completo de remordimientos o empatía como la entendemos popularmente. Sin embargo, su constante búsqueda de excitación y una baja capacidad de autocontrol los llevan a tener conductas imprudentes, alejándoles mucho de ser grandes estrategas.
Es más, el psicópata de las películas suele ser bastante capaz de entender sus propias emociones y las de sus víctimas, aunque él no se contagie de ellas. Esa capacidad para entender lo que otra persona siente es también un tipo de empatía de la que los psicópatas reales suelen carecer. En parte, esto se debe a que el “mundo interior” de un psicópata es bastante pobre. Sus emociones son pocas y básicas. Para algunos de ellos todo enfado es ira y toda excitación amor, no hay gamas. No sienten miedo, su pulso no se acelera y su sudoración no aumenta, les permite tener arrebatos y, durante ellos, ser plenamente conscientes de sus decisiones.
¿Y los crímenes?
Por ahora no hemos hablado de crímenes violentos, y es que todo lo que hemos dicho que define a un psicópata puede expresarse sin necesidad de que medie la violencia física. Por ejemplo, la clásica personalidad de tiburón empresarial que se cree con el derecho a aprovecharse de las debilidades ajenas. Solo una pequeñísima parte de ese 3% comete crímenes violentos. La mayoría aprovechan sus cuestionables habilidades para trepar en entornos competitivos donde los escrúpulos son un lastre. De hecho, existen ciertas profesiones donde el número de psicópatas parece ligeramente superior al que correspondería encontrar por puro azar: política, derecho, cirugía, etc.
En el día a día, los psicópatas pasan desapercibidos. La forma en que invaden el espacio personal, su mirada sostenida y dirigida a los ojos de su interlocutor y otra serie de peculiaridades tienden a generar una incomodidad que nubla nuestro juicio. En este contexto se vuelve complicado reparar en qué nos están diciendo. Si lo hiciéramos, percibiríamos que sus discursos suelen estar cargados de contradicciones donde confiesan haber hecho algo que inmediatamente después niegan. Identificar sus mentiras se vuelve incluso más complicado cuando, tras pillarles en falta y con completa seguridad, desvían la conversación como si no hubiera ocurrido absolutamente nada.
Se trata de personas propensas a conductas adictivas, ya sea con sustancias tóxicas, sexo o juego, capaces de hacer daño por puro egoísmo. Y lo que es peor, al no mostrar remordimientos ni miedo, su comportamiento no puede ser corregido a través de castigos. La psicopatía es, según indican las hipótesis más robustas, un trastorno de la personalidad congénito (de nacimiento) y que no desaparece con los años ni con el tratamiento. Es más, tal vez sea esa la característica mejor representada por Hollywood: la naturaleza del escorpión es picar.
QUE NO TE LA CUELEN:
REFERENCIAS (MLA):