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Contar estrellas para medir la contaminación del cielo

La Península Ibérica vista desde el espacio.
La Península Ibérica vista desde el espacio.NASA Earth ObservatoryCreative Commons

Si miramos desde el espacio a la parte de la tierra donde es de noche, las grandes ciudades se reconocen perfectamente gracias a su iluminación. Las luces artificiales son tan brillantes que parecen formar constelaciones. Las bonitas imágenes que nos llegan desde los satélites son, sin embargo, un reflejo de la gran contaminación lumínica que emitimos los seres humanos.

La luz contamina

Es cierto que las farolas, lámparas y demás fuentes de iluminación artificial son muy útiles, tanto para nuestra seguridad como para nuestra orientación. Sin embargo, cuando se usan en exceso o están mal dirigidas, constituyen una forma de contaminación. Esta hace que las estrellas sean menos visibles y llega a interferir con las investigaciones astronómicas. Además, altera los ecosistemas, ya que confunde a los animales migratorios, modifica las interacciones de competición entre animales, y les causa daño fisiológico.

También es perjudicial para los seres humanos, porque afecta a la producción de melatonina, que normalmente se regula a través de la luz y la oscuridad. Al dormir con luz, producimos menos melatonina y podemos desarrollar trastornos del sueño, dolores de cabeza, fatiga, ansiedad, etc. Por supuesto, un exceso de iluminación artificial supone también un derroche de energía, que aumenta nuestra huella de carbono.

La ciudadanía da soluciones

Para atajar estos problemas, lo primero es conocer dónde se concentra la contaminación lumínica. Medirla ha sido el objetivo de varios proyectos de los últimos años destinados a contar las estrellas del cielo, un fiel indicador de este tipo de contaminación, y que han requerido la colaboración de la ciudadanía. En España destacan Contadores de Estrellas, liderado por la Universidad Politécnica de Madrid y el Instituto Astrofísico de Canarias; una colaboración organizada por la Fundación Descubre en el proyecto sueco Cuenta Estrellas – The Star-Spotting Experiment, en el que también participaron Irlanda y Reino Unido; y la iniciativa Globe at Night en el marco del proyecto europeo STARS4ALL. Esto es lo que se conoce como ciencia ciudadana: iniciativas donde cualquier persona puede contribuir al conocimiento científico.

A través de estos proyectos, miles de personas han ayudado cada año a analizar la contaminación lumínica en diferentes lugares. Les ha bastado una brújula, un tubo de cartón, un transportador de ángulos y una aplicación para el móvil para salir de casa por la noche y contar las estrellas que veían a través del tubo. Son observaciones muy difíciles de abarcar por un equipo científico, tal es la diversidad geográfica, y este es uno de los atractivos de los proyectos de ciencia ciudadana.

Otra de sus ventajas es el aprendizaje científico que conllevan para la ciudadanía. Para contar estrellas es necesario ensamblar el tubo de cartón con el transportador de ángulos, utilizar una brújula, interpretar las coordenadas de latitud y longitud que nos ubican, identificar constelaciones a partir de mapas estelares, comparar las observaciones propias con las de otras personas… Desde las etapas más tempranas hasta la edad adulta, participar en estos proyectos alimenta nuestra cultura científica.

Claro está que en ciertos lugares no se ve ninguna estrella a través del tubo, bien porque el cielo está demasiado iluminado o porque hay árboles o edificios que impiden ver siquiera el cielo. Es importante que las personas participantes puedan distinguir a qué se debe la falta de estrellas en las observaciones, ya que un cielo despejado donde no se ven estrellas indica el nivel más alto de contaminación lumínica.

Al observar este fenómeno de primera mano, somos conscientes del problema. Este es precisamente otro punto a favor de la ciencia ciudadana: la toma de conciencia que promueven. Contando estrellas y comparando nuestros resultados con los de otras personas en distintas zonas geográficas o con los de años anteriores, nos volvemos testigos directos de cómo evoluciona la contaminación lumínica y dónde es más intensa.

Cómo reducir la contaminación

Analizado el problema, ¿cómo disminuir esta contaminación? En cuanto a la iluminación de las calles, la llave para atajar este tipo de polución está en manos de los gobiernos locales. Son ellos quienes pueden asegurarse de que las farolas dirijan la luz hacia abajo y no hacia el cielo, utilizar bombillas de bajo consumo e incluso elegir la distribución de las farolas para reducir su luminosidad en lo posible sin comprometer la seguridad de las calles.

Pero no se trata solo de farolas. La ciudadanía también juega un gran papel, en especial quienes viven en casas unifamiliares que tienen su propia iluminación exterior. La toma de conciencia generalizada es clave además para hacer presión a los gobiernos y promover iluminaciones más sostenibles.

Está claro que nuestro comportamiento como sociedad tiene un gran efecto sobre la contaminación lumínica. La muestra más flagrante ha venido de los datos más recientes. El pasado mes de febrero de 2021, la ONG británica CPRE, the countryside charity animó a la ciudadanía a contar cuántas estrellas veían en la constelación de Orión en una noche clara. Los resultados fueron muy esperanzadores: solo la mitad de observadores (51%) estaban bajo contaminación severa, frente a un 61% el año anterior. Quedó patente que la disminución de la actividad en áreas urbanas y en sus grandes edificios, debida a las estrictas restricciones que aplicó Reino Unido contra su segunda ola de la pandemia, oscureció en gran medida los cielos nocturnos.

Poder ver las estrellas es señal de un entorno saludable y sostenible, tanto para el ser humano como para otras especies. Además, el cielo estrellado ha sido fuente de inspiración para artistas desde Shakespeare hasta Van Gogh o Holst. Perder la oscuridad nocturna es un grave problema medioambiental, y atajarlo está en nuestras manos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La ciencia ciudadana no consiste únicamente en apoyarse en la ciudadanía para recabar datos que sean útiles a la comunidad científica. La toma de conciencia y el aprendizaje científico que promueve son dos ventajas adicionales importantes. Pero quizá el reclamo más profundo sea el fomento del pensamiento colaborativo, como manera de producir innovaciones sistémicas en lugar de graduales.

REFERENCIAS (MLA):