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No te dejes atenazar por el sol este verano: Los secretos del protector solar

Los riesgos de la exposición al sol van mucho más allá del picor de las quemaduras. El cáncer de piel es el más común, y utilizar el protector solar de manera correcta es la mejor forma de prevenirlo.

Una persona que no utilizó el protector solar como debía
Una persona que no utilizó el protector solar como debíaAnónimoPublic Domain

El sol es un gran aliado. Nos da luz y calor, forma nuestra base para contar nuestros días y años, es una fuente de energía renovable… Pero también es muy peligroso, sobre todo ahora en verano cuando es más intenso. Nos puede provocar quemaduras que llegan a desembocar en cáncer de piel, además de otras lesiones. El cáncer de piel es, con diferencia, el tipo de cáncer más común. Pero con unos sencillos consejos para estas vacaciones, prevenirlo está en nuestras manos.

El enemigo: radiación ultravioleta

La causa de las quemaduras solares está en la radiación ultravioleta. Esta viene del sol, en los mismos rayos que contienen luz visible (la que perciben nuestros ojos) y radiación infrarroja (la que nos da calor). Las tres son ondas del mismo tipo, ondas electromagnéticas que viajan a través del espacio casi vacío hasta llegar a la Tierra. Hay más ondas electromagnéticas que están muy presentes en nuestras vidas: también pertenecen a esta categoría las ondas de radio y televisión, las microondas y los rayos X.

Lo único que distingue estas radiaciones es su energía: las ondas de radio y televisión tienen la energía menor dentro del espectro electromagnético, las infrarrojas tienen algo más, después la luz visible, luego la ultravioleta y, por último, los rayos X son los que más energía tienen. Tanto la ultravioleta como los rayos X tienen la energía suficiente para separar un electrón de un átomo o una molécula. Es decir, son tipos de radiación ionizante. Cuando penetran en las células humanas, la ionización puede dañar sus genes, y así provocar cáncer. Pero la radiación ultravioleta no tiene la energía suficiente para penetrar profundamente en el cuerpo, de modo que la ionización afecta principalmente a la piel.

Los principales responsables de las quemaduras solares son los rayos UVB. Estos contienen algo más de energía que los UVA, y algo menos que los UVC, y son capaces de dañar el ADN de las células directamente. Se cree que también están detrás de la mayoría de cánceres de piel. Además, tienen efectos negativos sobre los ojos, causando problemas de córnea, visión distorsionada, y fotoqueratitis, una enfermedad que afecta a la visión y que se conoce también como “ceguera de la nieve”.

A pesar de tener menos energía, los rayos UVA también tienen efectos nocivos. Hacen que las células de la piel envejezcan más rápido de lo normal, provocan cataratas, y a largo plazo causan arrugas. Se piensa que también pueden jugar un papel en algunos cánceres de piel. En este sentido, los centros de bronceado constituyen un riesgo documentado: acudir a un solárium una sola vez aumenta el riesgo de padecer un tipo de cáncer de piel en un 83%, es decir, casi lo dobla.

El sol también emite rayos ultravioleta aún más energéticos y dañinos, los UVC. Sin embargo, precisamente por su elevada energía, reaccionan con el ozono en la alta atmósfera y no llegan a tocar nuestra piel. Por eso no se consideran de alto riesgo. Con todo, hay fuentes artificiales de UVC, como algunos sopletes o lámparas UVC para desinfectar alimentos y superficies.

El escudo: la crema solar

Es cierto que algunas personas son más sensibles que otras a la radiación ultravioleta. Por ejemplo, las personas blancas son más de 20 veces más propensas a desarrollar melanomas que las personas negras. Algunas medicaciones o enfermedades que debilitan el sistema inmunitario también incrementan aún más esta sensibilidad. En cualquier caso, los posibles efectos de los rayos ultravioleta son graves, y por eso es muy necesario prevenirlos. Para ello, la crema solar es nuestra principal herramienta.

No es de extrañar que algunas personas sean reacias a utilizarla: hasta hace poco, ir a la playa implicaba embadurnarse de una crema blanca y opaca imposible de disimular. Esta película blanca es óxido de cinc o dióxido de titanio, dos sustancias que hacen de espejo y reflejan los rayos ultravioleta, evitando que la piel los absorba. Al triturar estas sustancias en partículas de unos pocos micrómetros (más pequeñas que el ancho de un cabello humano) para formar la crema, tienen un color muy blanco y opaco.

Pero a día de hoy es posible ir a la playa sin parecer un muñeco de nieve. La mayoría de las cremas actuales son tan eficaces como las anteriores, y son transparentes. ¿El secreto? Mismos ingredientes, con trituración más minuciosa. El óxido de cinc o dióxido de titanio se muelen en partículas unas mil veces más pequeñas que en las cremas antiguas hasta formar nanopartículas. Resulta que esto las dota de propiedades muy diferentes en cuanto al color, volviéndolas transparentes, mientras que su capacidad de reflejar rayos ultravioleta se mantiene intacta.

Sin embargo, estas sustancias (que son bloqueadores físicos) no son muy resistentes al agua ni al sudor. Por eso los protectores solares suelen contener también bloqueadores químicos, que absorben la radiación ultravioleta antes de que penetre en la piel y emiten calor. Entre estas sustancias se encuentran el ácido para-aminobenzoico (PABA), la avobenzona, el octisalato, el octocrileno y la oxibenzona.

Es así como nos protegen las cremas solares: reflejando y absorbiendo los rayos ultravioleta antes de que lo haga nuestra piel. Pero ¿son iguales todas las cremas? Aparte de algunas variaciones cosméticas como su perfume, o de presentación como el spray frente a la crema densa, gel, pasta, etc., hay ciertas diferencias en cuanto a la protección que ofrecen.

La diferencia principal es el SPF, siglas que responden a “Sun Protection Factor” en inglés. A más SPF, más tiempo tarda la piel sana en enrojecerse ligeramente. Aplicando un protector con un SPF de 30, la piel sana tarda 30 veces más en enrojecerse que si la piel está descubierta. De modo que pasar una hora al sol con una crema que tenga un SPF de 30 es equivalente a exponerse durante dos minutos sin crema. El factor 50 protege solo un poco más: una hora al sol con un protector con SPF 50 equivale a algo más de un minuto sin protección.

Hay otro detalle importante a tener en cuenta: el SPF solo contempla la protección frente a los rayos UVB. Sin embargo, la legislación europea obliga a que las cremas también protejan contra los UVA, algo que se suele indicar en el envase como “amplio espectro”. En todo caso, la crema solar nunca ofrece una protección del 100%, con lo que siempre es necesario complementarla con un sombrero que haga sombra sobre la cara, ropa para proteger el resto del cuerpo, y permanecer a la sombra lo más posible. Por supuesto, hay que complementar el protector con unas gafas de sol que reflejen los rayos ultravioleta si queremos prevenir también las lesiones de los ojos.

Sea cual sea la crema, el factor más relevante en su efectividad es aplicarla bien. El SPF se mide cuando el protector se ha aplicado correctamente: una cantidad abundante, bien extendida sobre la zona a proteger, y vuelta a aplicar al menos cada dos horas y después de bañarse o sudar. Una crema con un SPF de 30 bien aplicada protege mejor que una con un SPF de 50 mal aplicada. Por eso las voces expertas, antes que establecer criterios objetivos, recomiendan que elijas el protector que más te guste: es el que más te apetecerá usar.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Es cierto que el sol (concretamente la radiación UVB) hace que produzcamos vitamina D, que nos ayuda a mantener los huesos, dientes y músculos sanos. Pero esto no nos da licencia para dejar de usar protector: los riesgos de exponerse al sol son mucho mayores que los beneficios, e incluso con crema absorbemos lo suficiente para producir la vitamina D que necesitamos. Tampoco nos eximen los días nublados: hasta el 80% de los rayos ultravioleta llega a penetrar a través de las nubes, que además pueden dispersar la radiación y hacerla puntualmente más intensa. Y, desde luego, el efecto protector de la crema se pierde si nos confiamos y nos exponemos al sol durante mucho más tiempo del que hubiéramos pasado sin crema.

REFERENCIAS (MLA):