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Los cuatro científicos que hirieron de muerte a las tabacaleras

Dos estudios publicados en 1950 cambiaron la historia para siempre, destapando la terrible relación entre el tabaco y el cáncer

De izquierda a derecha: Bradford Hill, Richard Doll, Ernest Wynder y.Evart Graham
De izquierda a derecha: Bradford Hill, Richard Doll, Ernest Wynder y.Evart GrahamAnónimoCreative Commons

El tabaco no siempre nos ha parecido el demonio que es. Durante la mayor parte de nuestra historia hemos convivido con él, ha formado parte de ritos, ha dado estatus y ha sido recipiente de todo tipo de connotaciones sociales. De hecho, para saber sobre su origen hemos de remontarnos algo más, a la prehistoria. Podemos estar bastante seguros de que en el 600 o 900 antes de Cristo, algunas tribus precolombinas ya consumían tabaco. Hemos encontrado restos de nicotina en barcos que datamos de esa época. Sus hojas se han mascado, esnifado y fumado, buscando que la nicotina pasara de ellas a nuestro cuerpo, alterando nuestro sistema nervioso y produciendo una fortísima dependencia. No hace tanto que cualquier protagonista cinematográfico que se preciara tenía que aparecer en algún momento del largometraje sosteniendo un cigarro entre sus labios. Hemos sido “los monos que fuman” durante muchísimo tiempo, y, sin embargo, algo ha cambiado.

A mediados del siglo pasado, cerca del 80% de los españoles fumaban habitualmente. Ahora, el porcentaje apenas roza el 22%. Han pasado solamente 70 años, una minucia comparada con los miles que llevábamos en simbiosis con el tabaco. Este cambio brusco no ha sido fortuito, sino bien dirigido a partir de unas semillas sembradas en 1950. En aquel año sucedió algo inaudito, se publicaron 5 artículos que, por primera vez, apuntaban con firmeza hacia una relación entre el tabaco y el cáncer. Nunca se había escuchado tal cosa en las altas esferas académicas. De aquellos cinco hubo dos de muchísimo más peso que el resto, y sus autores han pasado a la historia de la medicina y de nuestra civilización, pues a ellos debemos millones de vidas salvadas. Sus nombres son: Bradford Hill, Richard Doll, Ernest Wynder y.Evart Graham

La importancia de llamarse Evart

Ninguno de ellos fue el primero en sospechar la relación subyacente entre el tabaco y el cáncer, pero si bien muchos comenzaban a intuir el vínculo, fueron ellos quienes decidieron llevar su inquietud a otro nivel, buscando un aval científico que vertebrara las especulaciones de los expertos. En el caso de Ernest Wynder, este todavía estaba estudiando medicina en la universidad de San Luis cuando conoció a Evart Graham. El doctor Graham era un afamado cirujano torácico y no dio demasiado crédito a su alumno cuando este le transmitió sus sospechas. Wynder había estado entrevistando a pacientes con cáncer de pulmón durante el verano de 1948 y sus testimonios le hicieron pensar que el hábito tabáquico, que estaba presente en muchos de ellos, podía ser el origen de su mal. A pesar de su escepticismo, Graham permitió que Wynder entrevistara a sus pacientes con el propósito de descubrir una posible relación entre el tabaco y el cáncer. De hecho, fue un paso más allá, e implicó en la cruzada de Wynder a otros cuantos cirujanos y expertos de la Asociación Americana del Cáncer.

Cuando terminaron de recoger los datos y los analizaron, encontraron una pesadilla mucho más oscura de lo que esperaban. El riesgo de sufrir cáncer de pulmón se multiplicaba por 7. El prestigio de Graham y el gran número de sujetos estudiados compensaron el contenido polémico del artículo y consiguieron ser publicados por el Journal of the American Medical Association. Solo con aquel artículo habría sido suficiente para envenenar las raíces de la industria tabacalera, pero la dosis hace al veneno y el picotazo de Hill y Doll no se hizo esperar.

Al otro lado del Atlántico

En el mismo año en que Wynder y Graham empezaron su estudio, otro par de médicos hicieron lo propio al otro lado del charco. Tiempo atrás, aquellos dos investigadores habían estado tratando de comprobar si el misterioso aumento de casos de cáncer de pulmón que Gran Bretaña estaba sufriendo podía deberse a los gases contaminantes del creciente parque móvil del país. Sin embargo, de sus estudios pudieron deducir algo, y es que más que por los coches, el aumento de cánceres parecía guardar relación con otro tipo de humo: el del tabaco.

Este estudio atribuyó al tabaco una peligrosidad incluso mayor que la de sus pares americanos, situando el aumento del riesgo de sufrir cáncer en torno a 14 veces más que entre los no fumadores. Cierto es que el estudio de Hill y Doll era más modesto en cuanto al número de sujetos analizados, pero igualmente robusto comparado con el resto de las publicaciones que emergieron durante 1950.

Algo estaba cambiando y durante los años venideros, Hill, Doll y otros tantos investigadores refrendarían esta relación con nuevos estudios y, lo que es más, encontrarían decenas de enfermedades igualmente relacionadas con el consumo de tabaco. A pesar de todo, la población no recibió muy bien estas noticias. Había demasiados fumadores incluso entre los propios profesionales de la salud. El poder de las tabacaleras era fuerte y hundía sus zarcillos en los gobiernos. No obstante, por resistente que sea el enemigo, cuando la evidencia científica es tan abrumadora, es solo cuestión de tiempo que termine sucumbiendo. Hizo falta mucho más que aquellos dos artículos para condenar al tabaco, pero fueron sin duda las semillas de todo lo que aún está por cambiar.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Hasta cierto punto, es normal e incluso saludable que la comunidad científica se resista a aceptar según qué afirmaciones. Un titular tan provocativo y revolucionario como el que podría derivarse de los estudios de Hill, Doll, Wynder y Graham no es cosa baladí. Antes de levantar la liebre conviene estar muy seguro y los estudios epidemiológicos presentados por estos investigadores, aunque rigurosos, empleaban metodología bastante novedosa que todavía debía ser puesta a prueba hasta recabar los éxitos necesarios para confiar en ella y descubrir sus puntos débiles.

REFERENCIAS (MLA):