Historia
¿Es la guerra algo humano? Pregunten a los monos
Entre 1974 y 1978 tuvo lugar en Tanzania la guerra de Gombe, donde un clan de chimpancés se separó en dos bandos rivales y empezaron una guerra de guerrillas
Ahora que la guerra está a las puertas, de repente, decidimos prestar atención. Las redes sociales parecen haberse volcado en el conflicto y todo usuario de vecino dice tener una valiosísima opinión. Entre los análisis geopolíticos de salón ya no vemos vulcanólogos ni epidemiólogos, pero sí algún que otro “etólogo” que insiste en que aprendamos de los animales, pues ellos no guerrean. Cuántas veces habremos escuchado frases similares acerca de todo lo que se ha corrompido en nosotros y sigue virgen en ellos. Es una suerte de pecado original secular con el que nos gusta martirizarnos. Ya sea el hombre bueno por naturaleza o un lobo para el hombre, Roseau y Locke coincidían en que, o bien la civilización o bien la naturaleza lo hacían “malo”. Y en momentos como estos, donde tenemos que sacar fuerzas de flaqueza y enfrentarnos a nuestros demonios, conviene conocerlos bien y no dejarse llevar por frases más rotundas que acertadas. ¿Somos realmente ese animal caído?
El debate está abierto y un artículo no sería suficiente para hacerle justicia. Sin embargo, podemos particularizarlo en un caso concreto, ese que nos ha pegado a los medios estas últimas semanas: ¿Es la guerra algo puramente humano? Si diéramos con un contraejemplo podríamos demostrar que no, que es algo común a otros animales y que, en todo caso, tenemos que aprender de ellos tanto como ellos de nosotros. No obstante, para poder identificar guerras en especies tan distintas a nosotros como las que hay ahí afuera, el primer paso debería ser determinar qué podemos considerar como “guerra”.
La gran polémica
Sobre lo que es y deja de ser la guerra se ha escrito mucho y las definiciones más estrictas excluyen los eventos que podemos ver en otras especies. Sin embargo, otros expertos sugieren que hace falta ampliar un poco el concepto para captar su posible universalidad. Por ejemplo, sin duda daremos con pantalones si los buscamos siguiendo la definición de “vestimenta que rodea separadamente ambas piernas uniéndose en la cintura y que se confecciona en tela vaquera”. Sin embargo, tal vez estemos siendo demasiado específicos y perdiendo otros ejemplos de pantalones no vaqueros igualmente válidos. En estos casos, algunos estudiosos proponen quedarnos con un núcleo fundamentado en tan solo dos conceptos. Por un lado, la lucha por un recurso limitado (sea el territorio, el alimento, las parejas reproductivas…); y, en segundo lugar, que sea una acción coordinada. Aquí no estamos teniendo en cuenta aspectos cruciales de nuestro concepto humano de guerra, como la implicación de los valores, pero esta simplificación podría ayudarnos a encontrar la esencia de “lo bélico”.
Un ejemplo recurrente, en estos casos, es el de los insectos eusociales, aquellos que viven en grandísimas comunidades organizadas en castas, con una reina, obreras, tal vez soldados… Sean hormigas, termitas, abejas o avispas, se han descrito enfrentamientos repetidos entre distintas colonias. Se trataría de una lucha coordinada por un recurso limitado, algo parecido a una de esas populares batallas campales que vemos en las películas sobre la Edad Media (y que, en realidad, eran muy infrecuentes). El problema es que es muy difícil comparar el comportamiento de una “mente colmena”, mayormente dirigida por impulsos innatos, feromonas y acciones menos deliberadas que las nuestras.
La guerra de Gombe
El otro gran ejemplo es el de una guerra de guerrillas, como la que tuvo lugar en Tanzania entre 1974 y 1978 bajo la atenta mirada de la primatóloga Jane Goodall. Por aquel entonces, en el parque nacional de Gombe, había una comunidad de chimpancés que se encontraba a las puertas de una cruenta secesión. El nombre de la comunidad era “Kasakela” y poco a poco, pudo verse un aumento de la territorialidad entre algunos de sus miembros. Esto provocó que de ella se escindiera una segunda comunidad, la Kahama, formada por seis machos, tres hembras y algunas crías. En la comunidad Kasakela quedaron ocho machos, doce hembras y sus vástagos.
Así es como empezó la guerra, pero tardaría 4 años en terminar y, por el camino, Goodall vería todo tipo de abominaciones. Lo que comenzó con ataques relámpago donde varios machos se coordinaban para matar a otro, pronto fue ascendiendo. Tras una muerte, los vencedores saltaban, gritaban y golpeaban las ramas. Decir que lo estaban celebrándolo sería conflictivo, porque caeríamos en una antropomorfización innecesaria, pero, en cualquier caso, se mostraban excitados. Durante el conflicto hubo raptos y conductas que podrían recordarnos a la esclavitud. La guerra solo terminó cuando los Kasakela hubieron eliminado a los seis machos Kahama. Algunos acabaron muertos, otros fueron raptados y otros tantos huyeron.
Por desgracia para los vencedores, también terminaron perdiendo su territorio a manos de otra comunidad fronteriza, los Kalande. Las atrocidades que presenció Goodall le persiguieron durante décadas y la comunidad la acusó de mala praxis. Por un lado, los expertos decían que sus relatos antropomorfizaban demasiado a los chimpancés; esto es, los analizaban bajo un prisma demasiado humano, forzando la interpretación de sus acciones para que encajaran en las categorías que a nosotros nos resultan más familiares. Por otro lado, se sugirió que había sido precisamente la intrusiva presencia de Goodall la que había propiciado el conflicto. Con los años, otros estudios menos invasivos confirmaron que, de forma independiente a lo bien que hubiera actuado Goodall, el caso de Gombe no era aislado.
Llamativo, pero infrecuente
De un tiempo a esta parte, se han reunido todo tipo de testimonios atroces sobre las conductas de los chimpancés. Se habla de crímenes políticos, de traiciones y se ha visto incluso un alarde de agresividad “innecesaria”, desgarrando por ejemplo los genitales de un cadáver. Sin embargo, esto no es la norma. Ocurre, por supuesto, pero pocas veces. Podríamos poner otros ejemplos menos llamativos pero que también resuenan con lo que entendemos por guerra, como los enfrentamientos entre clanes de suricatas, mucho menos emparentados con nosotros, pero la conclusión será la misma: hay aspectos “bélicos” en otras especies. Y, sin duda, nosotros los hemos llevado al extremo.
Sea por nuestra tecnología o por nuestra capacidad de organizarnos en grupos de un tamaño casi planetario, las guerras humanas superan en escala a lo que pueda hacer cualquier animal. Somos más destructivos en ese aspecto, las consecuencias son más graves y somos más conscientes del daño que hacemos. Solo por eso, tal vez resulte absurdo llamar “guerra” a todo, aunque entre los animales haya conductas tan reprochables como la complejidad de sus sociedades lo permite. No obstante, del mismo modo que la guerra no era lo normal entre los chimpancés, tampoco lo es en nosotros. Recordemos que, en nuestro país, la amplia mayoría de la población rechaza los conflictos bélicos. No podemos comparar la cantidad de guerras que vivimos nosotros con las que tienen lugar en pequeños grupos de animales, porque lo raro es que consigamos que convivan de forma pacífica tantísimos individuos con objetivos a veces incompatibles.
Y, por romper una última lanza a nuestro favor, si bien las guerras humanas son más terribles, eso no es lo único que hemos cambiado, porque nuestra diplomacia también es muy superior a la que muestra cualquier otro animal. Hemos desarrollado una enorme lista de herramientas retóricas, económicas y políticas para aplacar conflictos antes de llegar a las armas. Si queremos vernos como el mono de la guerra tenemos la obligación de reconocernos también como el de la diplomacia. Solo así, comprendiendo que no somos el animal caído, podremos seguir desarrollando todas esas herramientas que nos han permitido llegar tan lejos en lo social. Para despreciar la guerra no hay por qué despreciar lo humano, pero sí hay que entenderlo.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Hacer una aproximación puramente científica a la guerra es tan absurdo como hacer una aproximación filosófica a la circuitería de un ordenador. Cabe la posibilidad de que la filosofía reflexione sobre el papel de la tecnología en nuestra sociedad del mismo modo que la ciencia ha de proporcionar descripciones exhaustivas de los conflictos en el reino animal a partir de las que la filosofía pueda trabajar. Porque, aunque la guerra de Gombe no pudiera entenderse como una guerra, es necesario conocerla para entender qué relación guardan los conflictos humanos con los del resto de animales. No sirve con especular sobre lo que creemos que hacen el resto de los seres vivos, hay que partir de la evidencia y en ello el estudio del comportamiento animal juega un papel indispensable.
REFERENCIAS (MLA):
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