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¿Por qué nos quemamos al Sol?

¿Cómo nos queman minutos bajo el Sol y no horas bajo una bombilla?

Mujer quemándose la piel al Sol
Mujer quemándose la piel al SolPixabay - Barni1 / 1276 imagesCreative Commons

Podríamos empezar diciendo que: como todo el mundo sabe, demasiado sol puede ser perjudicial. Sin embargo, no parece que sea un conocimiento tan universal. De hecho, los países con personas de piel más pálida siguen lanzando campañas de concienciación, como “Ayuda a un danés”. Sea como fuere, el Sol no solo nos proporciona luz y energía para que la vida siga existiendo, sino que puede quemarnos y, a largo plazo, causar cáncer de piel. Y, sin embargo, incluso quienes tenemos claro que este peligro es real, no solemos comprender del todo a qué se debe. ¿Por qué nos enrojece el Sol? ¿Por qué nos arruga a largo plazo? ¿Tiene que ver la quemadura con el cáncer de piel o son cosas diferentes? ¿Por qué nos quemamos bajo el Sol, pero no tras horas frente a la pantalla o cerca de una hoguera?

Para responder a todo esto tendremos que desmenuzar un concepto fundamental: ¿qué es la luz? Si nos ponemos finos tendremos que empezar a hablar de teoría cuántica de campos para explicar por qué a veces la luz parece comportarse como una onda y otras como una partícula, pero para nuestro propósito podemos quedarnos con la versión simplificada en la que asumimos que es una onda, como las olas del mar, y nos centramos en las implicaciones que tiene eso. Así pues, la luz es una onda electromagnética y, como todas las ondas, puede ser más o menos intensa según lo altas o bajas que sean las crestas de sus ondas, como la altura de las olas (a esto lo llamamos amplitud). Por otro lado, puede ser más o menos energética en función de la distancia que haya entre una cresta y la siguiente, cuanto más pegadas más energética (y esto se conoce como longitud de onda). Con esto en mente podemos comprender la diferencia entre la luz visible y la peligrosa luz ultravioleta.

Un amplio espectro

El Sol emite en todo el espectro electromagnético y eso significa que la luz que nosotros vemos es solo parte de ese espectro: los colores. En un rayo de sol también hay radiación infrarroja, con una longitud de onda mayor, invisible a nuestros ojos, pero responsable de transmitirnos calor. Por otro lado, también hay radiación ultravioleta, con una menor longitud de onda y, por lo tanto, más energética. Esa es la radiación dañina y, las malas noticias, son que rebota bastante bien en las superficies, por lo que puede alcanzarnos incluso parapetados con sombrilla. Es más, puede incluso atravesar las nubes y, por lo tanto, quemarnos cuando está nublado. De hecho, el agua absorbe bien la radiación infrarroja, reduciendo nuestra sensación de calor y haciendo que nos confiemos cuando, en realidad, los rayos ultravioletas siguen llegando y dañando nuestra piel. Y por eso nos quema el Sol pero no una bombilla, porque esta última no emite en ultravioleta.

Ahora bien, no toda la luz ultravioleta es igual, los rayos de tipo C son absorbidos mayormente por la capa de ozono, los de tipo B dañan la superficie de nuestra piel, destruyendo células y provocando una reacción inflamatoria, lo cual implica dolor, enrojecimiento y aumento de temperatura. Asimismo, también estimulan unas células llamadas melanocitos que sintetizarán un pigmento llamado melanina capaz de ponernos morenos para proteger nuestra piel del Sol. Finalmente, los rayos de ultravioleta A profundizan más en la piel y dañan el tejido conectivo que la mantiene firme, haciendo que, con el tiempo, la piel pierda tersura y se formen arrugas por exposición al Sol.

Aunque, en realidad, el mayor peligro del Sol no son las quemaduras o las arrugas, sino el cáncer, que está producido por el daño que produce la radiación ultravioleta en el material genético de las células que intentan dividirse. Es cuestión de azar que alguno de estos daños genéticos no logre repararse y convierta a una célula en la precursora de un tumor. Como vemos, la quemadura no produce el cáncer, pero ambas son consecuencia de los rayos ultravioleta, por lo que quemarse mucho es un indicador de que, posiblemente, también haya daños genéticos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La radiación electromagnética de los teléfonos móviles o del WiFi, por lo tanto, no son peligrosas, porque sus radiaciones son poco energéticas. Las radiaciones ionizantes, como los rayos X y la ultravioleta son peligrosas por ser suficientemente energéticas como para arrancar electrones de nuestro ADN y alterar su estructura.

REFERENCIAS (MLA):