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Amnistía: cómo nuestro cerebro procesa el perdón

El volumen y la forma influyen en nuestra capacidad para perdonar.

Una nueva ley de amnistía es inconstitucional
La capacidad de juzgar a los demás está relacionada con nuestra estructura cerebral.RaúlRaúl

Cuando Google lance los términos más buscados del año, como suele hacer habitualmente, la palabra Amnistía seguramente estará entre las primeras en España. De acuerdo con la RAE, se trata de “la derogación retroactiva de la consideración de un acto como delito” y son muchos quienes lo equiparan al perdón. Así… ¿cómo procesa nuestro cerebro el estado de indulgencia, amnistía o perdón?

Una de las primeras características del perdón es que este se otorga a alguien que, deliberadamente, ha hecho algo injusto o perjudicial. No podemos, por ejemplo, decir que perdonamos a un bebé por llorar porque tiene hambre: está claro que la acción no fue injusta ni deliberadamente hiriente.

La ciencia ha estudiado el perdón y ha descubierto que la tendencia a perdonar es un rasgo relacionado con determinadas características estructurales y metabólicas del cerebro. Por ejemplo, un estudio publicado en Nature, pidió a un grupo de voluntarios que completaran cuestionarios para calificar su propia tendencia a perdonar (TTF). Para evaluar los resultados se evaluó el volumen cerebral relativo, para medir si existía una correlación entre el TTF autoevaluado y la estructura cerebral.

Las conclusiones señalan que las personas que tienen una corteza insular pequeña, que también se asocia con el sentimiento de desagrado, tienden a ser más indulgentes. Por su parte, la circunvolución frontal inferior, conocida por desempeñar un papel importante en el lenguaje y el control de los impulsos, era más pequeña en las personas que se consideraban más indulgentes. Esto sugiere que perdonar no está relacionado con las habilidades verbales ni es un comportamiento completamente racional o controlado que pueda ser moderado por pensamientos y sentimientos que no están bien articulados. En pocas palabras, depende en gran medida de nuestra estructura cerebral.

Otro hallazgo interesante es que una corteza prefrontal dorsolateral izquierda más grande se asocia con el perdón. Se cree que la disfunción de esta región causa depresión, por lo que parece que la falta de tendencias depresivas promueve el perdón. Pero hay más…

Si bien la estructura del cerebro en relación con el perdón es interesante, la función metabólica del cerebro también tiene su propio peso. Cuando se pidió a los participantes voluntarios en un estudio que imaginaran escenarios e informaran su TFF, un nivel bajo de actividad de la corteza prefrontal dorsomedial se asoció con puntuaciones más bajas de TFF. Se cree que la corteza prefrontal dorsomedial desempeña un papel en la capacidad de imaginar los sentimientos de otros. Esta baja capacidad imaginativa se correlacionó con un menor perdón. A poca empatía, en síntesis, menor capacidad de perdón.

En otro estudio también publicado en Nature, con implicaciones más prácticas para la sociedad, a los participantes se les presentaron escenarios criminales y se les pidió que repartieran castigos, como si fueran parte de un jurado. Los voluntarios mostraron más actividad metabólica en el precúneo, la unión temporoparietal izquierda y la zona prefrontal dorsomedial cuando se les presentan escenarios que provocan simpatía que ante escenarios sin simpatía. El aumento de la señal en estas regiones también estuvo asociado con la reducción del castigo. Esto sugiere que los jurados, e incluso posiblemente los profesionales, podrían verse afectados por sus propias respuestas fisiológicas cuando se trata de imponer castigos, en lugar de basar sus decisiones en una toma de decisiones puramente racional.

La diferente anatomía estructural del cerebro asociada con la tendencia a perdonar sugiere que el perdón podría ser un rasgo con el que las personas nacen. Pero, al mismo tiempo, las diferencias en la actividad cerebral metabólica asociadas con la inclinación a perdonar pueden significar que este rasgo podría verse alterado a lo largo de la vida. Las influencias pueden incluir experiencias de vida con personas confiables o con traición, las cuales pueden sentar las bases de cuánto tiende a perdonar una persona. Nacemos con la capacidad de perdonar o no, dependiendo de nuestra estructura cerebral, pero las experiencias nos llevan a cambiar o confirmar esto.