Arqueología

Así sabe una miel de 2.500 años de antigüedad

“Los residuos antiguos no son solo rastros de lo que la gente comía u ofrecía a los dioses; son ecosistemas químicos complejos que nos llevan al pasado”, señala un estudio.

Miel
Restos de la miel encontrada al sur de ItaliaLuciana da Costa CarvalhoLuciana da Costa Carvalho

A menudo se destaca (y con razón) que la miel nunca se echa a perder, pero más allá de muestras de 100 años que haya guardado nuestro abuelo o abuela, es muy difícil comprobarlo por nosotros mismos. Y menos aún cuando se trata de una miel que lleva 2.500 años en su ánfora.

Hace décadas, un equipo de arqueólogos descubrió una sustancia pegajosa en una vasija de cobre en un antiguo santuario griego. Hasta hace poco, la identidad del residuo era incierta: ¿se trataba de una mezcla de grasas, aceites y cera de abejas o de otra cosa?

Ahora, un equipo de científicos ha publicado un estudio en Journal of the American Chemical Society volvieron a analizar muestras del residuo mediante técnicas analíticas modernas y determinaron que probablemente se trate de restos de miel antigua, una conclusión que análisis previos habían rechazado.

La miel era una sustancia importante en el mundo antiguo; a veces se dejaba en santuarios como ofrendas a los dioses o se enterraba junto a los muertos. En 1954, se descubrió uno de estos santuarios griegos subterráneos, que data de alrededor del año 520 a. C., en Paestum, Italia, a aproximadamente unos 300 km al sur de Roma.

En su interior se encontraban varias vasijas de bronce que contenían un residuo pegajoso. En aquel momento, los arqueólogos asumieron que se trataba de miel, originalmente ofrecida en panales. Posteriormente, tres equipos diferentes analizaron el residuo a lo largo de 30 años, pero no lograron confirmar la presencia de miel, concluyendo, en cambio, que los frascos contenían algún tipo de grasa animal o vegetal contaminada con polen y partes de insectos.

Sin embargo, cuando el residuo llegó al Museo Ashmolean para una exposición, un equipo de investigadores dirigido por Luciana da Costa Carvalho y James McCullagh tuvo la oportunidad de reexaminar la misteriosa sustancia y recopilar nueva evidencia científica.

El equipo de McCullagh analizó muestras de los residuos utilizando diversas técnicas analíticas modernas para determinar su composición molecular. Los resultados mostraron que tenía una huella química casi idéntica a la de la cera de abejas y la miel modernas, con un nivel de acidez más alto, consistente con los cambios tras un almacenamiento prolongado.

La composición química del residuo era más compleja que la de la cera de abejas, degradada por calor, lo que sugería la presencia de miel u otras sustancias. En el lugar donde el residuo había entrado en contacto con el frasco de bronce, se encontró azúcar degradado mezclado con cobre. Los azúcares hexosa, un grupo común de azúcares presentes en la miel, se detectaron en concentraciones más altas en el residuo antiguo que en la cera de abejas moderna.

También se identificaron proteínas de jalea real (se sabe que son secretadas por la abeja melífera occidental) en el residuo. Estos resultados sugieren que la sustancia antigua es lo que queda de la miel antigua. Sin embargo, los investigadores no descartan la posibilidad de que otros productos apícolas también estén presentes.

“Los residuos antiguos no son solo rastros de lo que la gente comía u ofrecía a los dioses; son ecosistemas químicos complejos – concluye da Costa Carvalho -. Su estudio revela cómo esas sustancias cambiaron con el tiempo, lo que abre la puerta a futuros estudios sobre la actividad microbiana antigua y sus posibles aplicaciones”.