Solidaridad

Acompañar pacientes, el mejor regalo de una joven ciega y su perra lazarillo

Raquel Marqués Laso es una voluntaria de Cruz Roja que, pese a su discapacidad, no para de sonreír

Acompañar pacientes, el mejor regalo de una joven ciega y su perra lazarillo
Raquel Marqués, invidente total desde hace cinco años, junto a su perra lazarillo Stela, mientras visita el Hospital de San Vicente del Raspeig de Alicante este miércoles. Tiene 31 años y como a muchas chicas de su edad le gusta el "crossfit", el "running" y pedalear por la carretera o la montaña pero lo que más le llena es "regalar" unas horas de su tiempo para acompañar a pacientes de larga estancia en un hospital de Alicante. EFE/Pep MorellPep MorellAgencia EFE

Tiene 31 años y como a muchas chicas de su edad le gusta el “crossfit", el “running" y pedalear por la carretera o la montaña pero lo que más le llena a Raquel, invidente total desde hace cinco años, es “regalar” unas horas de su tiempo para acompañar a pacientes de larga estancia en un hospital de Alicante.

Raquel Marqués Laso es una voluntaria de Cruz Roja que, pese a su discapacidad, no para de sonreír. Y cada lunes toma dos autobuses urbanos (el 12 y el 24) para ir desde su barrio de San Blas hasta el hospital de San Vicente del Raspeig (a pocos kilómetros de Alicante) con su perra lazarillo, Stela, una preciosa labrador cedida por la ‘Fundación ONCE del Perro Guía’ que se ha convertido en sus ojos.

Aunque nació en Santiago de Compostela no se le nota demasiado el acento gallego (“dicen que sí sale cuando me enfado”) quizá porque ha vivido cinco años en Madrid antes de que el pasado julio se trasladara con su pareja, Álvaro, a Alicante, donde se siente como en casa y supera con éxito los obstáculos de cada día.

Raquel es enfermera, gerontóloga y fisioterapeuta, tiene una cuenta de Instagram (@nomemiresquenoteveo) y desde que se quedó sin visión hace unos años por una retinosis pigmentaria no ha logrado renovar los contratos de trabajo en un claro caso de “discriminación por discapacidad visual”.

”En Madrid se me acaban los contratos y se me cerraban las puertas. Incluso en una empresa me dijeron directamente que no cogían ‘ni a cojos ni a ciegos’”. Al estar en el paro y sin ofertas, decidió marcharse a Alicante con su pareja, que le acompaña cuando corre con la ayuda de una cuerda y con quien comparte una bicicleta de tipo tándem por carreteras y también por complicadas rutas de montaña.

“Por algunos caminos, él me va diciendo ¡'levanta o baja el culo’ o ‘pedalea más o menos’ que si no, nos caemos!”, explica con una sonrisa Raquel, que constata que “el mundo está hecho para la vista, aunque en realidad puedes hacer casi, casi, lo mismo sin ver”.

“Agudizas el oído y desarrollas la memoria para los recorridos, te acostumbras a trucos y habilidades y te das cuenta de que el ser humano es adaptación y cambio”, señala esta joven, que también practica “crossfit" con elementos adaptados como una cuerda con cascabeles.

Acompañar pacientes, el mejor regalo de una joven ciega y su perra lazarillo
Acompañar pacientes, el mejor regalo de una joven ciega y su perra lazarilloPep MorellAgencia EFE

De lo poco bueno de su enfermedad degenerativa que le dejó a oscuras ha destacado que tuvo un periodo de adaptación “de ver a no ver” que le permitió aprender habilidades, por lo que hoy “no hay nada que cueste excesivamente: en casa cocino, limpio, plancho y voy al súper de mi barrio, donde me echan una mano para elegir la compra”.

El padre de Raquel, Higinio, es voluntario de Cruz Roja en Santiago y ella decidió “alistarse” al llegar a Alicante para ver dónde podía encajar. ”Todos lunes por la mañana voy al hospital de San Vicente y paso por las habitaciones para hablar durante cinco o diez minutos con los que más lo necesitan", relata esta joven, que dentro del programa ‘hospitalitis’ de Cruz Roja ofrece charla tanto a los enfermos como a los familiares porque “algunos están tristones e, incluso, más fastidiados de moral que los pacientes”.

Recorre los pasillos agarrada a Stela, que en su día fue a buscar a Estados Unidos en un grupo de siete ciegos junto a dos intérpretes voluntarias de Cruz Roja. Precisamente una de ellas la madre de su pareja, Álvaro, a quien conoció poco después.

Su inseparable labradora “lo es todo” para ella tanto en su día a día como en el hospital, donde le facilita la labor porque en segundos consigue “romper la barrera” de la confianza con los ingresados.

“El tiempo es lo más valioso que tiene una persona porque la vida es tiempo, y solo tú decides en qué y en quién invertirlo”, según Raquel, para quien “no tiene precio” dedicar algunos momentos “a hacer más agradable la vida de otra persona”.

Para iniciar una conversación que a menudo acaba entre risas, primero pregunta al paciente por su procedencia, profesión o si le gustan las mascotas, o por cualquier cosa que ayude a evadirse de las cuatro paredes del hospital."La gente mayor me encanta porque tiene mucha experiencia y mucho que enseñar", asegura Raquel, que valora la compañía que ofrecen los voluntarios porque los médicos y los enfermeros “no disponen de suficiente tiempo” para esta misión a veces tan poco valorada como sí necesaria.