Gastronomía
Restaurante Apapacho. Caricias gustativas
Estrecha relación entre la excelencia de la materia prima de temporada y la querencia por las brasas donde se contextualizan aromas y texturas
Sepultados por el inicial aquelarre de las subidas de temperatura nos hablan de nuevas señales de vida culinaria en la ciudad de Valencia, mientras nos proponen visitar el restaurante Apapacho (Artes Gráficas, 9) inaugurado el pasado 2 de junio.
La sobremesa sirve para encumbrar el encuentro esperado con amigos que hablan, sin interrupción, de las inquietudes del momento. Aunque en sus inicios muchos restaurantes se muestran constreñidos para definirse. Aquí lo tienen claro. El restaurante Apapacho contribuye a confirmar algunos de los postulados con más raigambre en la gastronomía actual, como la estrecha relación entre la materia prima de temporada y la querencia culinaria por las brasas que conduce Oscar Pecero.
Tras probar las anchoas artesanas mariposa en aceite virgen extra, la cecina premium sobre pan suflado y una ensalada de tomates y su emulsión fría forman un perfecto prólogo a lo que nos aguarda. Después de la deliciosa coreografía de entrantes, el bonito estilo apapacho y su conseguida ciencia conservera natural centra todas las miradas.
El producto sostiene una máxima interlocución con las brasas, el chipirón de anzuelo a la brasa y sus tintas resulta sumamente esclarecedor a la hora de comprender esta relación, al igual que el tuétano asado, brotes frescos y salsa machacón cacahuete y sésamo. Se contextualizan los aromas y las texturas.
Cerramos con una esperada chuleta de vaca madurada, sin olvidar, nos apuntan para una próxima visita, que será demasiado frustrante alejarse de no probar las alternativas que ofrece la carta de pescados.
Los postres recomendados, puestos al servicio de la orfidalización golosa del respetable, intensifican muy notablemente el efecto multiplicador de la dulce satisfacción: papaya a la brasa, sirope de agave y helado de yogur; tarta cremosa de queso; infusión de frutos rojos, remolacha y helado de queso. El resto de la lista no pierden fuerza y alcanzan también posiciones privilegiadas entre todos los gustos: torrija caramelizada, cacao y helado de canela y crema de mango, crumble de coco, perlas de tapioca y caviar cítrico.
Ofrecen una bodega desde la que se puede recorrer de norte a sur, de este a oeste, saltando de vinos blancos sorprendentes como Albamar Finca o Pereira con vocación Atlántica desde las Rías Baixas a tintos transcendentes como el Pícaro del Águila, de la Ribera del Duero. No debemos olvidar pontificar el interesante discurso alambicado ofrecido, ni desligar tampoco el incuestionable maridaje vivido. Son muchas las señales que indican la seriedad de la bodega bajo la eficiente gobernanza sumiller de Ana Llopis. El espectacular cava Sabate i Coca Reserva Familiar mantiene el bienestar y supone una declaración final de principios.
Salimos más optimistas y alegres de lo que entramos. Mientras un significativo número de gastrónomos siente nostalgia del ayer, hay que empezar a adaptarse al hoy que viene y aprovechar cualquier oportunidad. Sobremesas felices nos aguardan.
Cuando uno es preso de tantas influencias, normalmente acaba pareciendo una especie de cliente frankenstein. El asunto no es baladí. Sin entrar en alarmismos siempre mal venidos son tiempos para sobremesas precisas. En este restaurante son sabedores de cómo andan de exigentes los futuros clientes a la hora de seleccionar las salidas.
Sobra decir que la visita es obligada, no solo por la armoniosa curiosidad. Tras la sobremesa, abrazamos el futuro con optimismo. No hablamos solo de hechos, sino de sensaciones, servicio y condiciones. Cuando la
restauración es ilusión, como es el caso, y no solo matemáticas, las cosas no son como son sino también como parecen. Lo que ocurrió en el restaurante, el otro día, en cualquier caso, no deja de ser un fiel reflejo de la alegría que necesitamos.
Los eslóganes gastrónomos, me insisten, activan la curiosidad de los paladares aventureros. Pues marchando uno... simplemente la apertura de un restaurante, hoy por hoy, es triunfar. En realidad, ya ha ocurrido y es que, sin ir más lejos, estábamos tan faltos de caricias gustativas.
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