Gastronomía
Bares condicionados, qué manera de sudar y sufrir
La climatización no es ya una opción, sino una obligación
La ola de calor se recrudece. Un mediodía de verano, con el mes julio consolidado, 40 grados en la calle y la búsqueda de un bar en el horizonte como refugio frente a la canícula. Cualquier parecido con la realidad no está calculado. A la hora acostumbrada, en nuestro caso, sobre las 13 horas, llegamos con la idea del reto del vermú. El calor se convierte en un auténtico sufrimiento para los clientes: sudores constantes y sensación de atmósfera opresiva. Aperitivo que nos hace sudar la gota gorda. ¿Cómo es posible sufrir de esta manera a estas alturas?
Algunos de los presentes encarnan perfectamente la insoportable levedad del ser cliente que lo aguanta todo. Tiene mucho mérito el tesón por sobrevivir, cuando el acorralamiento del calor en el interior del bar es permanente.
Tras quince minutos es imposible aguantar. La obligada estampida en busca de un local climatizado se convierte en urgencia. La complicidad de la terraza, en plena vorágine de calor, es desestimada de manera evidente. Una asombrosa curva de aprendizaje nos indica que en el siguiente establecimiento no debemos entrar al ver que celebran también una jornada de puertas abiertas y ventanas indiscretas hacia al exterior.
En plena antología del mercurio, emprendemos una prueba de fuego en forma de tour hostelero, con sobremesa tormentosa y anhelo refrigerado incluidos, donde el silencio y la ausencia del aire acondicionado son manifiestos.
Es solo coyuntural o un síntoma de algo. Para reflexionar sobre esta y alguna contradicción más. Debemos reconocer que estamos ante un problema de c...alores. Resumiendo mucho y por no evitar la tentación del chiste fácil, eso es básicamente a lo que nos enfrentamos. Los mapas del tiempo son más inteligibles que los supuestos mandos del aire acondicionado. A veces, también somos expropiados de la necesaria climatización, sin previo aviso, como iniciativa para ahuyentar a la parroquia comensal y provocar el éxodo de los clientes al final de la jornada.
No hace falta irse tan lejos para sufrir. Sorpresas te da la vida. En plena comida durante un caluroso almuerzo se produce el colmo del delirio. Nos colocan un ventilador industrial, de un taller mecánico contiguo. Detallazo de un cliente de la mesa de al lado. Sálvese quien pueda. La mantelería de pasta de papel se convierte en un surtido de confeti que revolotea, sin control, adueñándose del comedor. Ha llegado el momento para que la humanidad comensal, ponga fin a este flagelo calorífico. El almuerzo se tambalea. Nuestro fiel Matute nos ofrece una solución popular y reparte un juego de viejos abanicos publicitarios de una caja local intervenida. Tranquilos, hay para todos. Se propaga el momento Locomía bajo la nostalgia bancaria.
El canto de los paladares achicharrados nos recuerda que hay motivo de queja. «Es verano y toca sudar», nos contestan desde la barra. Arrieros somos y en el camino gastronómico jamás nos encontraremos. La indiferencia en frío y la penitencia en caliente. No tienen solución.
Después de diez minutos de dudas y quebrantos en la acera. En un alarde de heroico valor, nos subimos a un taxi. Claro, que las heroicidades no siempre se culminan en soledad. El taxi que nos lleva hacia la estación remata la jornada. ¡Uff, qué temperatura!. Sin rastro de aire acondicionado en el interior del vehículo empujado por más de 150 caballos coreanos. Observamos a duras penas la vieja licencia plastificada que está a nombre de un tal Carlos... Parafraseando al bueno de Luis Moya copiloto del mítico Carlos Sainz... «Por Dios, Carlos trata de arrancarlo», trate de poner el climatizador. ¿Tan difícil es?.
La obsesión por el aire acondicionado genera una nebulosa de quimeras en busca de un servicio convenientemente refrigerado. Hay un hecho que identifica tanto al hostelero como al taxista que hemos conocido son impermeables al concepto de rubor.
Cunde la sensación de que a estas alturas ya les da todo un poco igual. Busquemos la climatización óptima sin pérdidas térmicas que penalizan sobremesas. Adiós a la política hostelera de puertas abiertas y ventanas indiscretas hacia el exterior que da miles de oportunidades a la presencia de la temida canícula en el interior de los bares.
Aunque estamos más de vuelta que de ida, es necesario denunciar estos hábitos consolidados que resultan alarmantes. Qué desgracias puede provocar el maldito calor. La climatización no es una opción ni un desafío es una obligación. Bares condicionados, qué manera de sudar, que manera de sufrir.
✕
Accede a tu cuenta para comentar