Mar de Azahar
Porque el Padre Jofré lo vio venir
Allá por 1350, un bondadoso y santo sacerdote, al que la Iglesia de los hombres aún no le ha hecho justicia, decidió crear el primer psiquiátrico del mundo
El pasado 13 de enero celebramos el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión. Por todas partes escuchamos que la depresión es un trastorno que incide, cada vez más, en las tasas de mortalidad a nivel mundial. En la actualidad, todos los medios de comunicación perseveran para que seamos conscientes de la envergadura del problema. A pesar de los ímprobos esfuerzos de los profesionales para familiarizarnos, de una vez por todas, con esta temible lacra que se ha instalado en la sociedad actual y que produce más tristeza que cualquier plaga milenaria, no resulta extraño escuchar a más de un imbécil argumentar tesis en las que manifiestan que esta devastadora enfermedad, que te arrolla como un tsunami, es propia de espíritus débiles, demasiado sensibles, pusilánimes y carentes de dificultades serias en su vida.
Os aseguro que yo he escuchado discursitos de este estilo, y supongo que vosotros también. Estoy convencida de que os suena eso de: «si tuvieras realmente un problema…», «si no te protegieran tanto…», «si te hubiera dado dos cachetes a tiempo…». En fin, contra esto no podemos luchar, el mundo está lleno de dos cosas: hidrógeno y estupidez.
Sin embargo, es obligación nuestra hacer una sociedad más habitable, un lugar más apacible en donde todos tengamos un pequeño hueco, donde todos seamos importantes con nuestras pequeñas cosas… Sí, lo sé, sé que esto es una utopía, que es imposible, que estamos en un mundo globalizado, competitivo, tan feroz y lacerante que no da tregua. En cambio, lo que sí debemos hacer es atendernos y, desde luego, querer a quien lo necesita, igual que nos gustaría que hicieran con nosotros.
Me gustaría contaros una historia que muchos valencianos ya sabrán. Allá por 1350, un bondadoso y santo sacerdote llamado padre Jofré, al que la Iglesia de los hombres aún no le ha hecho justicia, decidió crear el primer psiquiátrico del mundo. El viernes 24 de febrero de 1409, Juan Gilabert Jofré, fraile mercedario valenciano, se dirigía a la catedral para dar su sermón en el primer domingo de la Cuaresma. En su trayecto descubrió, más o menos por la antigua calle de la Platería, a unos jóvenes insensatos y pecadores que vapuleaban a un pobre enfermo mental al tiempo que voceaban: «Al loco, al loco». El padre Jofré se interpuso salvándole la vida. En su homilía expuso lo acontecido y acabó diciendo: «En la presente ciudad hay mucha obra pía y de gran caridad y sustentación, pero falta una que es de gran necesidad, un hospital o casa donde las personas sean acogidas».
Sus palabras fueron escuchadas por un grupo de artesanos y comerciantes que aportaron su dinero para la construcción. El Consejo General de la Ciudad aprobó la iniciativa, el rey Martín I el Humano concedió los permisos y el Papa Benedicto XIII autorizó el hospital en una bula.
El 1 de julio de 1410, se inauguró con el nombre de «Hospital de Ignoscents, Folls e Orats», bajo el amparo de Sancta María dels Innocenst, advocación que aludía a los niños que Herodes ordenó degollar, los únicos canonizados por la Iglesia sin tener uso de razón.
Ese fue el primer psiquiátrico del mundo. Un lugar donde a los enfermos se les trataba con cariño y humanidad, con humildad y pasión. Mas tarde, sus puertas permanecieron abiertas para cuidar también de los indigentes, los huérfanos y las meretrices. Atendían a los que morían solos, a los ajusticiados, a los reos en el patíbulo. ¿Imagináis tan virtuosa y misericordiosa entrega? Una encomiable labor que se debe proclamar a través de los siglos.
Ese misericordioso hogar estuvo ubicado en el solar de la biblioteca de la calle del Hospital, un bonito lugar rodeado de jardines en donde se respira el peso de la historia y la piel se te eriza al imaginar la de gente buena que por allí pasó entregando su vida de forma incondicional a quienes lo necesitaban.
Quienes me conocéis sabéis que soy una apasionada de sor Isabel de Villena, nuestra abadesa del convento de La Trinidad, esa culta y maravillosa mujer a la que ya le hemos dedicado algún que otro artículo en esta sección. Y vosotros os preguntaréis: ¿Qué tiene que ver ella con esta historia? Pues nada, porque nació en 1430, casi con un siglo de diferencia. No obstante, esta que escribe ha fantaseado en multitud de ocasiones con la posibilidad de que se hubieran conocido, y no puedo ni pensar en la cantidad de cosas que habrían compartido y en el importante legado común que, igual, nos hubieran dejado.
El caso es que ninguno está, y a ese visionario que fue el padre Juan Gilabert y su empeño en atender todas esas enfermedades mentales, que tantas veces son dolencias del alma, no le gustaría nada ver cómo se cargaron su obra… Por qué se la cargaron, ¿verdad? Creo recordar que algún puñado de iluminados dijo hace años que las dolencias del alma pasarían a tratarse en los hospitales comunes… Y así nos va.
Hasta dentro de unos días. Y no se olviden de una cosa: el mar les espera.