Coronavirus
La letra escarlata de la coronafobia
El temor a un enemigo invisible puede llegar a comprenderse en pleno brote del Covid-19
Ante una pandemia, el miedo a un enemigo invisible puede llegar a comprenderse. En Bélgica, en el caso de Amine, un enfermero de 24 años, el pánico ha llegado demasiado lejos. En pleno turno en la UCI de uno de los grandes hospitales de Bruselas, el joven recibe una llamada a las 8:30 de la mañana. Sus compañeros de la que ha sido su casa en estos últimos cuatro años le informan que ya no es bienvenido. Descolocado, termina su jornada y vuelve a su hogar. Sus pertenencias están en el rellano. Su llave, ya no entra en la cerradura.
Con su cansancio y vida a cuestas comienza a buscar «casa». Le extraña porque nunca tuvieron ningún problema de convivencia. Es más, desde que acabó la carrera en septiembre y comenzó a trabajar en el hospital siempre le habían animado, incluso cuando se desató el brote de coronavirus y pasó a tratar con pacientes infectados. Seguro que cada noche salen a aplaudir al balcón.
Amine trata con una veintena de pacientes cada día, pero no se ha contagiado. Al igual que el resto de sanitarios del país se blinda con el material a su disposición. Sin embargo, su barrera de protección y doble uso de mascarillas no ha sido suficiente en el imaginario de sus compañeros de piso. Por suerte, encontró una habitación en casa de un amigo empático que trabaja en Urgencias. «Ha sido muy amable al dejarme acomodarme aquí. De lo contrario estaría en la calle», relata Amine, que ha preferido usar un nombre falso porque teme que se le siga señalando y marginando por su profesión.
Una vez se instaló allí, «24 horas después, otro colega vino a unirse con nosotros». Sus compañeros de piso le expulsaban por las mismas «razones». Ante estos hechos, pregunto a Patrick Charlier, director de UNIA, una institución pública independiente que combate la discriminación y promueve la igualdad de oportunidades. Me confirma que ya hay más casos de animadversión contra personal sanitario y que, por supuesto, se trata de un nuevo tipo de discriminación que podría consolidarse. Es más, Charlier recuerda que desalojando a enfermeros de su vivienda se vulneran sus derechos humanos así como la ley belga. «De momento no tenemos demandas individuales, pues aquellos que son expulsados de sus hogares lo primero que hacen es contactar con la Policía y los servicios sociales, en busca de una habitación o apartamento». Charlier avanza que han «empezado a elaborar un informe sobre las consecuencias del estallido de la pandemia, en la que desgraciadamente también vemos que aumentará el racismo contra las personas de origen asiático».
Pero como en toda crisis se revela lo peor y lo mejor del ser humano, la vergonzosa situación de Amine, que fue destapada por la cadena RTBF, ha propiciado una oleada de solidaridad. Por un lado el Gobierno belga ofrece una prima de 1.450 euros al personal sanitario y farmacéutico por estar en «la primera línea». Por otro, la Unión Nacional de Propietarios y Copropietarios ha decidido ofrecer sus pisos vacíos más cercanos a los hospitales y con todas las comodidades a aquellos trabajadores sanitarios que se encuentre en la misma situación que Amine. Y así, puedan «simplemente» preocuparse de hacer su trabajo: salvar vidas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar