Talos, ¿un robot en Jasón y los argonautas?
Adrienne Mayor reflexiona en «Dioses y robots» sobre cómo los antiguos griegos imaginaron conceptos de robótica e inteligencia artificial
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El primer «robot» sobre la tierra –según la antigua mitología griega– fue un gigante de bronce llamado Talos. Talos era una estatua animada que guardaba la isla de Creta, uno de los tres asombrosos regalos fabricados por Hefesto, dios de la forja y patrón de la invención y la tecnología. Estas maravillas fueron encargadas por Zeus para su hijo Minos, el legendario primer rey de Creta. Los otros dos regalos eran un carcaj de oro cuyas flechas, a modo de dron, nunca fallaban su objetivo, y Lélape, un sabueso de oro que siempre atrapaba a su presa.
Al autómata de bronce Talos se le encomendó la tarea de proteger Creta contra los piratas. Este patrullaba el reino de Minos y recorría el perímetro de la gran isla tres veces al día. Se trataba de una máquina de metal animada, con forma de hombre, capaz de realizar acciones complejas en apariencia humanas, por lo que se le puede considerar como un imaginario robot androide, un autómata «construido para moverse por sí mismo». Diseñado y fabricado por Hefesto para repeler invasiones, fue «programado» para detectar extraños y coger y lanzar rocas, así como hundir cualquier barco extranjero que se acercase a las costas de Creta. Talos poseía, además, otra habilidad, inspirada en una característica propiamente humana. En el combate cuerpo a cuerpo, el gigante mecánico podía recrear una espeluznante perversión del gesto universal de calidez humana, el abrazo. Con la capacidad de calentar su cuerpo de bronce al rojo vivo, Talos estrechaba a sus víctimas contra su pecho y los asaba vivos. La aparición más memorable del autómata en la mitología tiene lugar cerca del final de las «Argonáuticas», el poema épico de Apolonio de Rodas que narra las aventuras del héroe griego Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro.
En la actualidad, muchos conocen el episodio de Talos gracias a la inolvidable animación del robot de bronce en «stop motion» creada por Ray Harryhausen para la película de culto de 1963 «Jasón y los argonautas». Cuando compuso su poema, Apolonio se basó en versiones orales y escritas mucho más antiguas de los mitos de Jasón, Medea y Talos, historias que ya eran bien conocidas por su audiencia. Apolonio, un anticuario que escribía en un estilo deliberadamente arcaizante, presentó a Talos en cierto momento como un relicto o superviviente de los «hombres de la Edad del Bronce». Esto era una alusión puramente literaria a un concepto metafórico sobre el pasado remoto tomado de la obra del poeta Hesíodo, Trabajos y días (750-650 a. C.). En las «Argonáuticas» y otras versiones del mito, no obstante, Talos era descrito como un producto tecnológico, concebido como un autómata de bronce fabricado por Hefesto y emplazado en Creta para cumplir un trabajo. Sus capacidades eran impulsadas mediante un sistema interno de icor divino, la «sangre» de los dioses inmortales. Esto plantea, por tanto, ciertas dudas: ¿era Talos inmortal? ¿Era una máquina sin alma o un ser sensible? Estas incógnitas resultaron ser cruciales para los argonautas. Enfrentados al peligro del amenazante autómata de bronce que se interponía en su camino, la hechicera Medea tomó el mando: «¡Esperad! –ordena a la aterrorizada tripulación de Jasón–: Puede que el cuerpo de Talos sea de bronce, pero no sabemos si es inmortal. Creo que puedo derrotarlo». Medea (de medeia, «ingeniosa», relacionada con medos, «planear, idear») hizo uso del control mental y de un conocimiento particular de la fisiología del robot. Sabe que el dios herrero Hefesto construyó a Talos con una única arteria o conducto interno a través del cual el icor, el etéreo fluido vital de los dioses, bombeaba de la cabeza a los pies, un «vivisistema» biomimético sellado con un clavo o tornillo de bronce en su tobillo. Murmurando palabras místicas para invocar a los espíritus maléficos, rechinando los dientes con furia, Medea fija su penetrante mirada en los ojos de Talos. La bruja irradia una especie de siniestra «telepatía» que desorienta al gigante. Talos tropieza al coger otro peñasco para lanzarlo. Una roca le corta el tobillo abriendo la única vena del robot. Al desangrarse su fuerza vital «como plomo derretido», el majestuoso gigante de bronce se tambalea y termina desplomándose sobre la playa.
Para saber más:
Adrienne Mayor
312 páginas, 23,95 euros