Por qué el cine oriental será el nuevo Hollywood
El éxito de «Parásitos» significa un reconocimiento a la industria coreana, desconocida en el terreno estadounidense a excepción de Park Chan-wook, y la prueba de que el cine oriental está más vivo que nunca
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Hollywood cerró los ojos y se encontró con el Dolby Theatre infestado de «Parásitos». La película de Bong Joon-ho, que empezó su carrera meteórica ganando la Palma de Oro en Cannes, ha hecho realidad su alegoría sobre la lucha de clases ganándole la partida a los pesos pesados de Hollywood –Quentin Tarantino, Martin Scorsese, Sam Mendes– en su propia casa. «Roma» estuvo a punto de hacer historia el año pasado, pero la sombra de Netflix le aguó la fiesta. «Parásitos» ha llegado allí donde nadie había soñado, sentando precedente en un debate que puede hacer temblar los cimientos de la Academia. Si cualquier título del universo mundo puede hacer doblete con el Oscar a la mejor película y el de película internacional, los ricos y famosos de Hollywood han de prepararse para lo peor, porque les han crecido como setas los competidores.
La temporada de premios parecía haberle preparado una trinchera de rosas a «1917», fantasía vistosa en dos planos secuencia que se caracteriza por dar una visión de la guerra desprovista de toda ideología. Era una manera de no mojarse demasiado en una gala con al menos cuatro títulos potencialmente conflictivos para los estándares académicos («Parásitos», «Joker», «JoJo Rabbit» y «Érase una vez en... Hollywood»). En esta 92ª edición, que había sido criticada por la falta de reconocimiento a las cineastas y las minorías raciales, daba la impresión de que el éxito de «Parásitos» podía compensar la cuestión de la diversidad. Es muy posible que la ilimitada simpatía de Bong Joon-ho en la precampaña, demostrada con creces en su discurso de aceptación del Oscar al mejor director, haya hecho el resto. He aquí un invasor al que, con la humildad como lema, no se le caen los anillos por hacer levantar a todo el Dolby Theatre para aplaudir a Martin Scorsese, y que se acuerda de que Quentin Tarantino ya le amaba cuando en Estados Unidos nadie conocía a los de su especie.
Los Oscar para «Parásitos» significan, por un lado, un reconocimiento al cine coreano, que, con excepción de las películas de Park Chan-wook, es prácticamente desconocido en Hollywood –a pesar de que el Korean Film Archive haya subido a YouTube más de doscientos clásicos subtitulados de su cinematografía–, y, por otro, la prueba de que el cine oriental está más vivo que nunca. Cierto es que «Oldboy» fue readaptada a la sensibilidad norteamericana por Spike Lee, y que Chan-wook ha coqueteado un par de veces con la industria, pero el año pasado la que fuera una de las mejores películas del año («Burning», de Lee Chang-Dong) ni siquiera llegó a estar nominada para el Oscar a la mejor cinta extranjera. La Academia había ignorado sistemáticamente que el cine oriental sigue ganando premios en festivales internacionales después del «boom» de nuevos cineastas que, en los ochenta y noventa, sedujeron a la crítica especializada.
La fábrica desconocida
En los últimos años, películas como la filipina «The Woman Who Left» (cuatro insumisas horas dirigidas con mano férrea por Lav Diaz premiadas con el León de Oro en Venecia 2016 con Sam Mendes como presidente del jurado), la japonesa «Un asunto de familia» (que ganó la Palma de Oro en Cannes 2018 confirmando la proyección internacional de Hirokazu Kore-eda) o las chinas «Hasta siempre, hijo mío», una de las cintas mejor recibidas de la pasada edición de la Berlinale, o la excelente «El lago del ganso salvaje», que concursó en Cannes y que ahora está en las carteleras españolas, han demostrado que lo de «Parásitos» no es una excepción. Sin embargo, el mismo Bong Joon-ho ha tenido que sudar tinta para llevarse cuatro Oscar a casa. Es probable que ya le haya perdonado a la industria americana su nefasta experiencia con «Rompenieves», película que el mismísimo Harvey Weinstein quiso remontar para su estreno comercial en Estados Unidos. Es pura justicia poética que mientras Bong Joon-ho está de resaca después de festejar que se ha convertido en el rey del mundo, Weinstein se pudre en los juzgados como un desecho de otros tiempos, un parásito con la vitrina llena de Oscar que ahora nadie miraría a la cara.