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¿Cómo le sentará la mascarilla a Lope de Vega?

Solo hace falta ser paciente, que el teatro post coronavirus llegará, aunque sea con un periodo de transición. El sector confía en una vuelta a la rutina similar a la vivida hasta ahora. Del futuro que se viene encima hablan quienes mejor conocen el medio: Israel Elejalde, Alfredo Sanzol, Alberto Conejero, Lola Blasco, Andrés Lima y Ana Zamora
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Irene Escolar acaba de estrenar su «Leyendo a Lorca» en versión «webcam», pero se resiste a imaginar un futuro así. «Me niego». Y es que se puede decir bien claro sin ofender a nadie: ver una función a través de una pantalla no es teatro. Es lícito, sí, incluso, es un medio muy recurrente en tiempos de confinamiento. Sirve para repasar esos montajes míticos de los que te han hablado y que nunca pudiste ver por una u otra cosa; sin embargo, la experiencia no tiene nada que ver con «lo de toda la vida». También se puede hacer en directo a través de la cámara, que añade ese plus del momento Bien. Pero sigue sin ser lo mismo. Entonces, surgen dos cuestiones: ¿cuándo podremos volver a llenar las salas? Y, sobre todo, ¿será el teatro que viene igual que lo que hemos conocido hasta ahora?
Preguntar entre los teatreros esta última cuestión es certificar lo que nos han venido mostrando los escenarios desde hace miles de años: son muchos siglos de funciones y prácticamente no se ha cambiado en la forma. Se le han añadido innovaciones técnicas, efectos audiovisuales, luces, han surgido modas, se le ha dado la vuelta una y otra vez, pero la vidilla sigue estando en ponerse frente al espectador y contarle una historia, la que sea. «Es que no tiene sentido de otra forma», apunta Israel Elejalde.
A él le pilló todo «el lío» del coronavirus a punto de estrenar «Traición», de Pinter. El día 12 de abril era la gran puesta de largo del montaje, pero no. El cierre de los teatros (en este caso, El Pavón Kamikaze, de Madrid) hizo imposible la empresa. ¿Se imaginan esta pieza con guantes y a dos metros de distancia? «Imposible. No se podría hacer», explica el director. «Que los actores no se acercasen me parecería de broma. Respecto a los espectadores, se podría entrar a mirar ese modelo en el que se llenaba un tercio del aforo, pero ahí hay que ver la rentabilidad del espectáculo. Si no cubres gastos es imposible, solo podrían abrir los teatros públicos», prosigue el miembro de la familia Kamikaze. Aun así, Elejalde le da vueltas a la cabeza y cree que existiría una opción de establecer un «periodo de transición en el que se programen obras unipersonales, con un solo sueldo. Es adaptarse dentro de lo posible. Puede ser la única manera de salir a cuenta con el tercio del patio de butacas, aunque, claro, habría que negociar el pago del alquiler porque si pagas lo mismo... Son muchas cosas». Para, piensa y ríe: «Pienso en un “Romeo y Julieta” con mascarillas y me parece ridículo».
Para Ana Zamora, directora de los segovianos Nao d’Amores, el camino «lo vamos a tener que abrir los apasionados del teatro. Tendremos que ofrecer obras muy buenas para convencer al público de que vuelva a la sala». Pero bien sabe ella, experta en el teatro medieval y renacentista, que esto no se va a terminar: «Cambiarán los temas, puede, pero los fundamentos se van a mantener siempre», cuenta desde la Academia de España en Roma, donde le pilló el confinamiento .

Nadie sabe nada

Por esa etapa de transición también apuesta Andrés Lima. Atiende a LA RAZÓN desde su casa de Madrid y, de primeras advierte: «Nadie sabe nada. Es un horizonte muy incierto». Sin embargo, rápidamente apunta a que «una de las obligaciones que tenemos es reflexionar sobre cómo vamos a afrontar el futuro. El virus acabará y la incógnita que nos queda ahora es cómo superar el miedo a que esta situación no se repita. No depende del teatro, pero sí podemos poner nuestro granito de arena». El actual Premio Nacional de Teatro (en 2017, lo ganó Elejalde junto a los kamikazes) apuesta por dos posibles vías: la primera, «la de una sociedad miedosa, encerrada en casa, en la que el control y la seguridad van a ser lo más importante; o, por el contrario, un sistema basado en la confianza y la autonomía». Asegura que es esta segunda la que va en consonancia con el oficio, «la buena». Forma parte de la filosofía del teatro, una de las artes del encuentro que «se sustenta en el otro, en la reunión y en la transmisión de energías en directo. Y, por eso, una de nuestras labores es que el público recupere la confianza». Y continúa: «En el futuro inmediato dependemos de la ciencia, pero es un buen momento para replantearse la filosofía y la sociología de las ciudades. El teatro de después del franquismo utilizó mucho la calle y veo que es un buen momento para volver a ella, que sirva de transición para comunicar con el pueblo de manera directa». Confía en tomar la iniciativa incluso «antes de saber cuándo vamos a poder volver. No nos puede pillar pasivos. Hay que empezar a plantear sitios de no riesgo en los que poder representar, como la calle», anticipa de un proyecto que está desarrollando con la Sala Beckett de Barcelona: «Ahora se da la paradoja que estoy tan cerca de los teatros de Madrid como de los de Barcelona o Copenhague. Eso nos obliga a reflexionar y a aprovechar la intercomunicación que nos han brindado las redes, que muchas veces nos han servido solo para cotillear, pero ahora nos unen como nunca», expone Lima.
Algo más apagado ha estado este mes Alfredo Sanzol, no por falta de ganas, sino porque a él sí le ha tocado lidiar con el virus. Dice que han sido veinte días «muy chungos», pero que «ya pasó». Ahora mismo, el director del Centro Dramático Nacional (CDN) se afana en recolocar las funciones canceladas de esta primavera en la siguiente temporada, aun sin saber fechas de regreso: «Lo que está claro es que el teatro volverá a la normalidad que conocemos. No nos queda otra que ser sensibles a lo que está ocurriendo y esperar mientras recurrimos a las opciones multimedia que tenemos».
Por su parte, Alberto Conejero (actual Premio Nacional de Literatura Dramática por «La geometría del trigo», dos años más tarde que Sanzol, con «La respiración») no ha logrado ligar su escritura a la de la pandemia. Comenta que no cree que salga ningún texto suyo de este encierro y que «no se puede predecir qué pasará con la forma de hacer y ver teatro. Habrá una transición con guantes y mascarillas entre los espectadores, pero lo que sí nos ha recordado la privación absoluta de funciones es el deseo milenario de juntarnos en un mismo espacio y tiempo para compartir un fragmento de experiencia, de belleza, de enigma».
Como dice Conejero, son miles de años de teatro y unas cuantas pandemias las que han superado las artes escénicas. Así ocurrió en la antigua Grecia, cuando la Peste de Atenas (430 a.C.) no pudo con las tragedias. Es más, según han concluido los estudios, festivales como el de Leneas no se detuvieron y en los años posteriores a esa crisis se escribieron tragedias como «Edipo Rey», que Sófocles concibió como respuesta a la peste, e «Hipólito», de Eurípides, entre otras. Y, como apunta el experto en los periodos clásicos, Robin Mitchell-Boyask, las obras que siguieron al citado hecho «exhiben una frecuencia más alta de palabras relacionadas con la enfermedad».
De vuelta en los tiempos modernos, «Siglo mío, bestia mía» daba a Lola Blasco el Nacional de Literatura Dramática un año antes que a Sanzol. La pieza hablaba de la necesidad del otro, ese otro al que tanto añoramos ahora. Lo que la dramaturga echa en falta es recuperar la normalidad. Ha pasado más de un mes y Blasco reconoce seguir en «shock»: «He empezado a retomar la lectura estos días, me he pasado semanas sin hacer nada, solo ayudando a mi hija con las clases». Reconoce que el teatro «tardará en volver», pero que cuando lo haga debe ser con todas las consecuencias. «Regresar con miedos sería no vivir. Necesitamos abrazarnos y besarnos, por lo que no tendría sentido cambiar la manera de entender el teatro».
Por el momento, la apuesta de directores y autores es conservadora, no confían en un cambio radical de la profesión. Pero tampoco se sabía durante la peste de Londres de principios del siglo XVII que allí mismo, en una casa que había sido tocada por la enfermedad, se estaba gestando una de las más grandes obras escritas hasta hoy: el «Macbeth» de Shakespeare. Otra cosa sería apostar por el futuro que nos cuentan en Hollywood. Ese en el que neones y acero lo eclipsan todo y en el que los hologramas están a la orden del día. Con ellos no habría problemas de distancia interpersonal que reactivase ningún virus. De hecho, el Teatro Bankia Príncipe Pío ya apostó por ello para revivir a la soprano María Callas antes del obligado cierre. Pero eso sería demasiado frío. Tampoco sería teatro.

La peste que inspiró a Shakespeare

Dicen que la peste que se vivió en Londres en torno a 1606 cambió, en buena parte, el teatro. Mientras Lope escribía en España sus obras, en Inglaterra, Shakespeare iba de teatro en teatro intentando anticiparse a la llegada de la enfermedad y del consiguiente cierre de las salas. Parece que él no la sufrió, pero que sí le tocó de cerca. Que le dio que pensar y que durante el confinamiento firmó piezas como «El rey Lear», «Antonio y Cleopatra» y «Macbeth», una auténtica referencia de los escenarios. Siempre en boga, hoy no iba a ser menos: dicen las redes que el soliloquio de Lady Macbeth es el perfecto cronómetro para lavarnos las manos: «¡Fuera, maldita mancha!...».

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