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8 de mayo de 1945: La penúltima reconstrucción de Europa

El fin de la Segunda Guerra Mundial dejó al viejo continente convertido en un vasto solar de difícil reconstrucción. El plan Marshall de EE UU supuso la inyección económica necesaria para la recuperación de unos países heridos de muerte

Recuerdos del gran día Reino Unido ha lanzado unos sellos conmemorativos sobre la victoria en la Segunda Guerra Mundial
Recuerdos del gran día Reino Unido ha lanzado unos sellos conmemorativos sobre la victoria en la Segunda Guerra MundialROYAL MAIL / HANDOUTEFE

«...Nuestro papel es proporcionar ayuda amistosa para el desarrollo de un programa europeo y, luego, apoyar ese programa con todos los medios. No lucharemos contra ningún país ni contra ninguna doctrina. Nuestros enemigos son el hambre y la miseria (...) Quienes intenten perpetuar la miseria para aprovecharla con fines políticos chocarán con nuestra oposición...», anunciaba el secretario de Estado norteamericano, Georges C. Marshall, el 5 de junio de 1947 en la Universidad de Harvard.

El prestigioso militar y político, de 67 años, uno de los artífices de la victoria aliada, desplegó en aquella fiesta de graduación el plan de reconstrucción europeo del que se llevaba hablando meses. Brindó el apoyo estadounidense a todo proyecto de rehabilitación en el que desearan participar los diversos países, pero Washington rechazaba encabezarlo o planificarlo: «La iniciativa debe partir de Europa».

Europa era un campo de ruinas cuya reconstrucción parecía imposible. Faltaba de todo, pero, fundamentalmente, vivienda, alimentos y energía. «El continente vive una enorme tragedia. Los campesinos están bastante bien abastecidos y los ricos pueden aprovisionarse en el mercado negro, pero una cuarta parte de los 400 millones de habitantes está condenada a pasar hambre este invierno. Algunos morirán» («The Economist», 1946, citado por Geert Mak, en «Europa. Un viaje a través del siglo XX», Destino).

La producción energética había caído en picado: los campos petrolíferos del Cáucaso, Ploesti y Zistersdorf estaban paralizados y la extracción de carbón solo alcanzaba el 40% respecto a la de 1939.Polonia había perdido seis millones de vidas (20% de su población), el 25% de sus casas, el 30% de su industria y trataba de resucitar una agricultura arrasada y desorganizada, sobre un territorio cuya tercera parte se había deslizado hacia el oeste. Yugoslavia, cuya guerra revistió un inaudito salvajismo, perdió dos millones de vidas: 10% de la población, el 25% de sus viñedos, el 50% de su ganado, el 60% de sus carreteras...

Especialmente desdichada era Grecia, que después de 1945 sufrió cuatro años de guerra civil promovida por el partido comunista, a la que se sumaron las crisis alimenticia, industrial y económica. Italia había perdido medio millón de vidas, el 10% de las viviendas, el 30% de la producción industrial, el 40% del parque e instalaciones ferroviarias. El paro afectaba a cuatro millones de personas y la marginación política de los comunistas suscitaba centenares de huelgas.

Francia estaba en crisis: había pedido 600.000 personas, el 50% de su producción industrial, el 40% de la agrícola, el 50% del parque móvil y el 30% del ferroviario. Un millón de familias carecía de casa y el doble habitaba en hogares ruinosos. Huelgas salvajes promovidas por los comunistas paralizaron ferrocarriles, minería e industria. Gran Bretaña vivía bajo un estricto racionamiento; faltaba carbón, su industria funcionaba al 60%, la energía eléctrica al 70% y era astronómico el déficit de su balanza de pagos.

Piojos, sarna y tifus

La situación alemana era crítica. El periodista José María Carandell, escribía: «En Colonia, solo el 12 %de los niños pesaba lo normal; en Hamburgo había, a fines de 1946, cien mil casos de edemas provocados por el hambre. La gente corría al campo a robar productos a los campesinos; ejércitos de niños repasaban los campos cosechados para recoger algunas patatas o zanahorias...».

El 25% de las viviendas eran escombros y veinte millones de alemanes vivían a la intemperie. Las comunicaciones funcionaban al 50% y la electricidad, al 10%. La alimentación no proporcionaba ni 900 calorías (lo normal era unas 2.000), sobreviviéndose en las ciudades gracias al trapicheo con las fuerzas de ocupación.

La hambruna provocó epidemias de piojos, sarna, tifus y aumentó la tuberculosis: en la zona británica, 23 millones de habitantes, hubo 46.000 casos en 1946. En los sectores occidentales, la mortalidad aumentó del 11,8 por mil (1938), al 18% (1946) y murió uno de cada cuatro niños. Y peor en la zona soviética: «Desmantelaron un tercio de la capacidad industrial, un golpe devastador para un país que estaba ya de rodillas.

Los trabajadores alemanes se vieron obligados a trabajar sin cobrar, con palizas para los remolones, sin que se tuviera en cuenta si eran comunistas o no» (Michael Burleigh, «El Tercer Reich», Taurus).

Organizar el caos humano

¿Cómo organizar e ilusionar aquel hambriento caos humano? Asumieron la tarea las únicas organizaciones con infraestructura y medios: los ejércitos, sobre todo, el estadounidense. Junto a ellos se multiplicaron la Cruz Roja Internacional, la beneficencia de diversas iglesias cristianas y la recién nacida UNRRA (Administración de Socorro y Rehabilitación de las Naciones Unidas), que acogió a más de 15 millones de necesitados en un millar de campos de refugiados desde Alemania a los Balcanes.

Pese ello y a la contribución de EE UU no se logró la reacción y la reconstrucción. Moscú capitalizaba políticamente la miseria, sus amenazas perturbaban a Turquía e Irán y las guerrillas comunistas intentaban destruir la democracia griega. «No había que perder ni un instante para levantar Europa», recordaba Truman en sus memorias y encomendó el trabajo a su secretario de Estado, Marshall, al tiempo que, el 12 de marzo de 1947, formulaba la doctrina de su nombre.

Ayudar a los pueblos libres a alcanzar sus objetivos, según sus propios sistemas, con apoyo económico y financiero y, para empezar, una ayuda de 250 millones para Grecia y 150 para Turquía. La doctrina Truman frenó la zapa soviética y los países occidentales se sintieron reconfortados aunque la ayuda fuera solo otro parche mientras se estudiaba un plan de reconstrucción.

Políticos y economistas cavilaban sobre lo que convenía hacer cuando Marshall desgranó en Harvard los puntos básicos: Europa deberá elaborar sus proyectos de reconstrucción; EE UU prestará ayuda económica y financiera; y se opondrá a quienes pretendan impedir la reconstrucción para aprovechar políticamente la miseria... y limando asperezas: «Nuestra política se dirige contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos».

Tras la formulación de la Doctrina Truman y de las ayudas norteamericanas a Grecia estaba claro que Washington se enfrentaba a Moscú, que estaba engullendo políticamente a los países del Este y orquestaba la desestabilización de Italia y Francia. Por ello, y pese a los esfuerzos de París y Londres para llegar a un plan conjunto con Moscú, Stalin rechazó el Plan Marshall vaticinando que los europeos perderían su independencia.

La gravísima situación aguzó el ingenio y barrió obstáculos: el 12 de julio se reunieron en París los representantes de Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña, Grecia, Irlanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal, Suecia, Suiza y Turquía (Alemania estaba ocupada; España, bajo la dictadura franquista, fue rechazada, y Finlandia renunció «aconsejada por Moscú»).

Se pidieron 22.400 millones de dólares entre 1948 a 1951, pero el éxito fue tan extraordinario que bastaron 13.000 (lo que en cifras actuales serían unos 300.000 y 350.000). En 1948, la R.F de Alemania fue incluida en el Plan Marshall, con un crédito de 1.500 millones. A partir de ahí comenzó «el milagro alemán».