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Crítica de ópera: Afortunada primera piedra

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La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obras: “Sonatas” y “Bagatelas” del último Beethoven, obras de Bartók, Haendel/Halvorssen y Dvorák y bailes populares y cantados del XVII. Música: Josep María Colom, piano, quinteto del Festival y Raquel Andueza y Jesús Fernández Baena. Primer Festival Reclassics, Pamplona, 30 de julio y 1 de agosto.
Este joven Festival nace con el propósito de aportar savia regeneradora y proponer un racimo de actividades en buena parte didácticas y muy variadas. Su inspiradora y fundadora, la violista Isabel Villanueva, ha contado desde el principio con el apoyo del Ayuntamiento y del Gobierno de Navarra y con la ayuda, para las actividades infantiles, de la Caja Rural. Se persigue con la iniciativa “replantear la música clásica y actualizar todas sus formas”. Tanto a través de conciertos al uso como de enseñanzas dictadas en los cursos de perfeccionamiento de la Academia Reclassics y de charlas gratuitas ad hoc. Josep Colom lleva años trabajando los pentagramas de Beethoven.
El programa ofrecido en este concierto al aire libre en el hermoso marco de la Ciudadela –con las lógicas deficiencias acústicas derivadas de la necesaria amplificación- estuvo marcado por ese afán didáctico, explicitado en las concisas alocuciones del artista, que ofreció muy sustanciosas recreaciones de las 6 “Bagatelas op. 126” y de las últimas tres “Sonatas”: “op. 109”, “110” y “111”. Los dedos corrieron ligeros en el “Prestissimo” de la primera y desgranaron nerviosos las nada fáciles variaciones del tercer movimiento, rematado con la repetición del tema inicial, que Colom expuso mansamente.
Tras las “Bagatelas” “1″ y “3″, ambas “Andante” (muy inteligente la disposición) entramos en el mundo proceloso de la “op. 110”, “nº 31” de la colección, en donde el pianista nos brindó exquisitos pianísimos. La severa fuga del cuarto movimiento fue expuesta con suma claridad, con episódicos roces. Los poderosos acordes que marcan el desembarco en la repetición fueron estupendamente diseñados. Luego de la sexta “Bagatela”, reproducida de manera elegante y casi preciosista, entramos de lleno en la última y maravillosa “Sonata” con las turbulencias y lirismos del primer movimiento y con el canto seráfico de la “Arietta”, que Colom expuso con cautela, sin demorarse en demasía, con bien estudiadas gradaciones y los matices prescritos, aunque sin embeberse hasta el fondo. Una lectura bien conformada quizá alejada de la definición de Romain Rolland (“Ese sueño inmenso”), de esa espiritualidad diáfana, de esa suerte de ascesis que nos lleva a la paz absoluta. El pianista, ante los aplausos, repitió el “Quasi Allegretto” de la “Bagatela nº 5”, con la que había comenzado su concierto.
Nos lo pasamos muy bien el 1 de agosto con la interpretación del caudaloso, romántico, variado, inspirado y apasionado “Quinteto con piano en la mayor nº 2 op. 81” de Dvorák, de tantos resabios populares. La interpretación del Quinteto del Festival, compuesto por Judit Jáuregui piano, Erzhan Kulibaev y Jesús Reina, violines, Isabel Villanieva, viola, y Damián Martínez Marco, chelo, fue deslumbrante y atendió a los múltiples rostros que muestra una partitura tan caleidoscópica e intensa. Sin descuidar la letra, el grupo, muy bien ensamblado y ajustado, y mostrando una gran compenetración, supo cantar y expresar con un variado juego dinámico y un manejo magistral del “tempo”.
La hermosa y cálida frase inicial del chelo, base de toda la compleja trama del “Allegro” de apertura, marcó el desarrollo. En ella se demoró más adelante el delicado fraseo del violín de Kulibaev. Sutileza, excelente planificación, airosos juegos del teclado, energía natural en las partes más rápidas entre canto y canto de la “Dumka”, “Andante con moto”; chispeante y gozoso el “Furiant”, “Scherzo”, donde el chelo cantó a su gusto, y vertiginoso y lleno de humor el “Finale-Allegro”. Una magnífica versión.
Nos lo pasamos muy bien asimismo con la explosiva “Passacaglia” para violín y viola de Haendel/Halvorssen, en la que Reina y Villanueva hicieron diabluras, y con el estupendo arreglo de Kulibaev de seis “Danzas populares rumanas” de Bartók, que sonaron plenas y llenas de vida. El contraste, no muy afortunado -aunque seguíamos en el marco de la “música popular”- con los cuatro bailes y cantados del siglo XVII (reconstrucción de Álvaro Torrent), supuso una ruptura estética. En todo caso, Raquel Andueza, con su voz ligera, y Jesús Hernández Baena, circunspecto y seguro con la tiorba, aportaron la gracia y el desgarro un poco insolentes necesarios.