Dolores del Río, la actriz más bella de Hollywood
Acabó con las bocas de piñón y puso de moda a las mujeres de rasgos exóticos. enamoró a Orson Welles y fue la gran mexicana junto a Lupe Vélez
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La primera y más importante aportación de Dolores del Río al cine de Hollywood fue acabar con las boquitas de piñón. La segunda, la moda del traje de baño de dos piezas y la tercera imponer el glamur con su belleza mejicana en un cine que relegaba las etnias exóticas a papeles secundarios. Lo hispano estaba de moda en Hollywood, desde las estrellas latinas a la arquitectura neocolonial española y el estilo Misión. Poco después, otra actriz mejicana triunfaba en Hollywood con su temperamental carácter en divertidas comedias, Lupe Vélez. Hal Roach la emparejó con Stan Laurel y Oliver Hardy, pero fue Douglas Fairbanks en «The Gaucho» (1927) quien la convirtió en «la latina que escupía fuego» con el tango desbocado que bailaba con Doug, un papel rechazado por la más cotizada Dolores del Río.
En «El canto del lobo» (1929) Lupe cayó literalmente en los brazos de Gary Cooper, de quien siempre estuvo enamorada. Durante años mantuvo el idilio y le ayudó a pulirse, pese a las intromisiones de la madre, que dominaba la vida del guapo garañón. Pero fue Marlene Dietrich quien lo alejó de su vera durante el rodaje de «Marruecos»(1931). La Paramount lo envió a Europa. En la estación, la temperamental Lupe Vélez se despidió de Cooper descerrajándole un tiro de escopeta que no llegó a darle. Como el Hollywood silente fue una mezcla de orgías, fiestas salvajes y un circo de imposturas, la volcánica latina se casó con el Tarzán del cine sonoro, Johnny Weissmuller. El matrimonio se peleaba con tanto ahínco que debían maquillarle el cuerpo de los arañazos de la celosa Lupe Vélez, la «It girl» mejicana con chihuahua incorporado.
Sus ligues fueron legendarios: «No dejaba uno para compadre». Machos requetebién dotados como Gary Cooper, Errol Flynn, Charles Chaplin, Clark Gable y Tom Mix, con quienes coincidió en los rodajes. En el cine sonoro triunfó con siete comedias donde esta polvorilla desbocada interpretaba a una mejicana racial y volcánica («spitfire») apodada Lupe «tabasco» Vélez: «The Mexican Spitfire’s Baby» (1941). Pasado de moda lo hispano, volvió a Méjico donde mantuvo su carrera de éxitos hasta que embarazada, quien sabe si de Arturo de Córdoba –Clara Bow sostenía que de Cooper– o de su novio Harald Maresch, éste se negó a casarse, aunque corrió el rumor de que pilló a Arturo de Córdoba en la cama con Maresch y le supo a cuerno quemado. El «género fluido» ya hacía estragos en Hollywood.
Dormitorio con flores
El 14 de diciembre de 1944, le escribió una carta recriminatoria a Harald, organizó una fiesta mejicana en su casa de Beverly Hills y dispuso su dormitorio con flores y velas encendidas alrededor del lecho para protagonizar el suicidio más glamouroso de Hollywood. Se tomó setenta y cinco pastillas de Veronal y se acostó. La muerte debió de ser horrible, porque, entre retortijones y vómitos, acabó con la cabeza dentro de la taza del wáter, igual que Elvis Presley.
El éxito de Dolores del Río fue justo lo opuesto al de su rival más joven Lupe Vélez. De una belleza marfileña, su rostro traslúcido emitía luz propia al ser retratado, como una delicada figura art déco alabastrina. De familia acaudalada, con estudios en Méjico y Europa, Dolores del Río se convirtió con «El precio de la gloria» (1926) en la estrella más taquillera de la Fox. Es curiosa la doble carrera de Dolores del Río. En Hollywood interpretó a californianas, rusas, francesas, italiana y, cómo no, españolas raciales en la mejor versión muda de «Carmen» (1927), en «Ramona» (1928) tuvo canción propia, un vals que la consagró internacional como cantante, mientras que en Méjico interpretó a aldeanas.
Se casó con Cedric Gibbons, el influyente director artístico de la MGM, que la convirtió en una elegante y sofisticada dama vestida de satén blanco en musicales como «Volando hacia Río» (1933), con el sofisticado tango que bailaba con Fred Astaire, y en «Wonder Boy» (1931), otro con Ricardo Cortez, un tango arrastrao que decía: «Él la trata a latigazos… ¡y a ella le gusta!». El arquetipo fogoso de la apasionada «Latin lover girl» que impuso y prosigue hasta Penélope Cruz.
Fue Dolores del Río quien convenció a Gibbons de que su amigo el director Emilio Fernández posara desnudo como modelo de la estatuilla del Oscar. Se divorció de Gibbons cuando perdió la cabeza por Orson Welles, que soñaba con ella desde que la vio desnuda en «Ave del paraíso» (1932): «¡Era guapa con locura!». Vivieron el apasionado romance durante el rodaje de «Ciudadano Kane» (1941) y planificaron rodar juntos «Estambul» (1943), pero la abandonó para ir de embajador de la RKO a Suramérica y volvió enamorado de la española Rita Hayworth. Marlene Dietrich, catadora de mujeres exóticas, consideraba a Dolores la mujer más bella de Hollywood. El desengaño y los fracasos le hicieron volver a Méjico donde comenzó una segunda carrera con Emilio Fernández, interpretando a indígenas marcadamente raciales en «Flor silvestre» (1943) y «María Candelaria» (1944). Su belleza resplandeció igual con rebozo y los pies desnudos, imagen para la exportación de un Méjico rural mítico, embellecido por la divina diva Dolores del Río, que con el vestuario más cara del cine mejicano en «Bugambilia» (1945). Fue una diosa.