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Jesús Carrasco: «Siglos de evolución no nos han preparado para que ahora todo sea virtual»

El escritor asegura que la pandemia ha traído cosas que se van a quedar y que ha roto «la primacía económica y de poder de Madrid y Barcelona»
IVAN GIMÉNEZ/SEIX BARRALIVAN GIMÉNEZ/SEIX BARRAL

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Jesús Carrasco ha escrito una novela de alumbramientos y reencuentros. La de esos hijos que, después de disfrutar de inmensas libertades, regresan a casa para aceptar los deberes que impone la madurez. «Llévame a casa» (Seix Barral) es la lúcida introspección de un personaje, Juan Álvarez, que toma conciencia de sus obligaciones hacia sus padres y una emotiva reflexión sobre lo que supone la vuelta al lugar donde se nació.
–Esta es la novela sobre los hijos, no de los padres.
–No ha sido premeditado. Un aspecto que me he planteado en mi vida es la responsabilidad de los hijos. Las personas elegimos ser padres, pero no ser hijos y tampoco la familia. Y eso provoca confusión: no lo he elegido y, por tanto, tampoco soy responsable. Ahora nos encontramos que nuestros padres envejecen y ellos nos necesitan. Estas son las cuestiones que se plantean los personajes.
–Maduras cuando tienes que ocuparte de los padres, dices.
–Hay ciertos hitos en la vida de una persona. El paso de la infancia a la adolescencia y de ahí, a la madurez. La madurez tiene un punto y aparte en los padres: cuando te necesitan. Hay un instante en que te encargas de tus hijos, pero también de los padres. Y es curioso porque hay algo de la vejez que tiene que ver con la infancia: las personas mayores dicen lo que piensan, igual que los niños.
–El punto de arranque de la historia fue.,.
–Es un «spin off». En estos años, acabé dos novelas previas, que no van a ser publicadas. En una de ellas aparece Juan. Cuando acabé esas historias me di cuenta de que no servían, pero que en una de ellas tenía un arranque interesante. Fue un flechazo. Lo recuerdo. No paré hasta que no acabé el primer borrador. Supuso un alivio extraordinario, porque me sentía presionado, incómodo con la literatura que estaba practicando. Tuve la misma sensación de escritura que con «Intemperie»: de plenitud.
–¿Se aprende mucho con las novelas abandonadas?
–En un primer momento resultan frustrantes. Las acometes con pasión, dándolo todo, durante uno o dos años, para que al final no tengas resultado. De primeras es desmoralizador. Pero, a toro pasado, es un patrimonio. Estos caminos finalizados, probados, en los que vas a lugares donde no hay nada, ese ir y volver escribiendo, metiéndote en el fango de las palabras, también es escritura. La literatura se parece a la vida. Uno también toma caminos equivocados y a veces te sonríe la suerte. Pero en ese tiempo sin resultados también has estado viviendo la literatura. Quizá no pasándolo bien, aguantando, teniendo fe, pero viviendo la escritura. Estos episodios te ayudan a mantener la fe, que es fundamental en la literatura. Confiar en que después de ese esfuerzo hay un aprendizaje.
–Hay fisicidad en tus novelas.
–Es una salida a la falta de imaginación. No soy un buen fabulador. Soy mejor escritor que novelista. No soy un gran tramador de historias complejas ni de imaginarios. Pienso en García Márquez o Ruiz Zafón, que era capaz de originar mundos imaginativos. La vida se mete en mi literatura a través el cuerpo, por la experiencia física del mundo, por las sensaciones táctiles, olfativas, visuales. Me relaciono estrechamente con el cuerpo. Estudié educación física y observé el cuerpo anatómico durante mucho tiempo. Escribo con los dedos, con la piel, el oído y una manera de narrar el interior. No me limito a describir una montaña. Eso debe tener un significado, Tiene que ver con el personaje.
–Habla del salto generacional. ¿Ha sido mayor en este siglo?
–Hay una ruptura en todas las generaciones. Pero es cierto que en el siglo XX y XXI, la generación a la que pertenezco, nos hemos separado en sentido geográfico. Hasta entonces, salvo en las décadas comprendidas entre los años 50 y 70 del siglo XX, había un elemento que agrupaba a las generaciones cerca del centro de trabajo. Pero nuestra generación dinamitó eso. No ya existían ataduras a ningún patrimonio ni a un centro de trabajo. No tenías que heredar el oficio de tus padres. Existe una renuncia, una ruptura, que tiene que ver con la separación.
-Y la tecnología, ¿qué impacto ha tenido en los pueblos y estas vidas?
-La tecnología es positiva. Es una enorme oportunidad para las zonas rurales. No se había previsto que algo como internet iba a ser una fijación de la población. Siempre se había pensado en los recursos naturales, pero ha sido internet lo que ha permitido desarrollar relaciones a distancia y comunicarse de igual a igual con cualquier ciudadano del mundo, incluso ver exposiciones en el MoMA y el Guggenheim. Esto democratiza el conocimiento.
-Es también la historia entre la aldea y la globalización.
-La tecnología introduce la aldea en la aldea global. La hace partícipe de los riesgos de la globalización, en aspectos positivos y también en lo que tiene de carga siniestra: como las grandes corporaciones que se hacen con todo el pastel. Amazon acaba con el comercio local, por ejemplo. La irrupción de la tecnología en la aldea tradicional está ahí para bien y para mal. Solo es una herramienta. Dependerá de nuestro juicio cómo la usemos.
-Juan aspira a cierta libertad.
-Tiene conciencia. Es lo que puedo decir. Lo suyo es la aceptación de un deber que ha ido eludiendo por su propio interés. Él ha sido un zar en la época de los bolcheviques, un rey en la época de la Revolución Francesa: de repente se le acabaron los privilegios, como hombre y hermano menor. Ya no se le permite y ir y venir. Sus privilegios se le han acabado. La asistencia de sus padres supone un recorte. Primero se cabrea y luego se rebela, pero va comprendiendo esta obligación moral poco a poco.
–Los objetos son importantes en sus libros.
–Cada objeto es un proyector de la memoria, como el reloj o las llaves del coche en este libro. Estos objetos proyectan una película en la cabeza del protagonista que le permiten ver a su padre de nuevo y conectar con momentos diferentes de su vida. Hoy en día cada vez existen menos objetos, pero, para mí, la materia es necesaria. No tiene que ver nada con lo decorativo, sino con lo metafísico. El libro físico parecía que iba a morir, pero sigue y eso tiene que ver con la materialidad. Hay un consuelo metafísico en que algo se sustente en lo material, que se puede constatar en este mundo virtual. Tantos milenios de evolución no nos han preparado para navegar por las pantallas y que todo sea evanescente. Tocar produce consuelo. Aunque pueda leer en el móvil, tengo mi biblioteca, y para mí es reconfortante. Tiene que ver con eso. Con manejar las manos. Me da miedo tanta virtualidad.
–La pandemia ha devuelto a la gente a vidas sencillas.
–Muchas de las cosas que ha traído la pandemia, han llegado para quedarse. El éxodo de las ciudades a los pueblos es una de ellas. Con internet puedes ir haciendo tu profesión desde cualquier parte. Las ciudades están bien equipadas, pero ahora eso lo tienes también en las pequeñas. Me parece fantástica esta reocupación del territorio. Existía una primacía, como centro de poder y económico en Madrid y Barcelona. Pero eso se ha roto. Y me alegro.