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«La llamada de Cthulhu»: el mundo de pesadilla de Lovecraft que terminó en su aislamiento

El escritor publicó múltiples historias para dar forma a un universo fantástico que terminó dando forma en la absoluta soledad en un mundo en el que se sentía un extranjero
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En 1926, «Weird Tales» publicó una historia de terror titulada «La llamada de Cthulhu» de H. P. Lovecraft. Aunque el joven escritor había publicado trabajos antes y lo haría después, esta novela corta iba a convertirse en la piedra angular de un mundo de fantasía y horror que le colocará como uno de los más grandes autores del género. Una puerta de entrada a un universo en el que se mezclan los elementos de terror sobrenatural, el ocultismo, la magia y el satanismo, combinado con seres del espacio y dimensiones espaciotemporales alucinantes. Un mundo terrorífico que sintetizaba lo mejor de la literatura fantástica inglesa, de Allan Poe a Bram Stoker, y que, con la mezcla perfecta de ciencia y brujería, sometía al lector. Tras aquella historia, una constelación de relatos darían cuerpo a lo que dio en llamarse de forma no oficial “los mitos de Cthulhu”. No menos fascinante que su obra fue la vida de Lovecraft, que parece la de un personaje escrito por él mismo, saltado a la realidad de las páginas de un relato que nunca publicó.
Nació en 1890, en una familia burguesa venida a menos cuyo linaje se remontaba nada menos que al Mayflower y a la Edad Media en Inglaterra. Con esos antecedentes, su madre no quería que tuviese relación con niños del vulgo, así que Howard pasaba el tiempo solo, andando por los bosques y cuevas, escuchando las naturaleza de Massachussets, y leyendo. Cuando tenía 8 años había concluido casi toda la biblioteca de su abuelo. «Nunca llegarás a nada, eres muy feo», le decía su madre, así que era normal que el pequeño Howard tratase de evadirse. Y al final su soledad se convirtió en método. Aprendió ciencias por su cuenta, pero fracasó en sus intentos de llegar a la Universidad. Avergonzado -la culpa será uno de sus temas literarios predilectos-, buscó consuelo en la poesía hasta que un buen día se cruzó con las narraciones de Allan Poe y desde entonces solo quiso escribir narrativa.
Tras la muerte de su madre y el colapso financiero de la familia, se instaló en Nueva York, atraído por el ambiente literario. Escribía de «negro» para Robert E. Howard y Robert Bloch, autores de mayor éxito que él, que había publicado apenas una historia, “Dagón” (1922). Contrajo matrimonio con Sonia Greene, pero la relación, igual que la adaptación a las costumbres de la vida urbana, fueron un fracaso. Lovecraft tenía un código caduco de comportamiento, unos valores arcaicos y una desconfianza total por el otro. Pero era normal: había sido educado en la sospecha y el temor al prójimo, así que al poco tiempo experimentó una aversión a la ciudad. Se sentía un extranjero en su propio país y en parte lo era, porque se parecía más a un aristócrata barroco que a un peatón del siglo XX. Su racismo se agudizaba entre otras misantropías, así que, tras un divorcio amistoso, decide regresar a su Providence natal, cerca de las viejas colonias británicas de Salem y Marblehead, donde podría escribir relatos para sus amigos de la urbe.
Allí comienza a dar forma a su obra: «La llamada de Cthulhu» (1926) , «El caso de Charles Dexter Ward» (1927) y «En las montañas de la locura» (1931) son los tres relatos más destacados, pero una quincena de ellos dan origen a «Los mitos de Cthulhu», un ciclo de horror cósmico que concibe sufriendo una gran soledad y frustración, y que disimula como buen caballero de provincias. “El horror de Dunwich” (1928) o “La cosa en el umbral” (1933) son otros de los relatos más alucinantes que fue escribiendo en la parte más fructífera de su carrera y que formaron los “Mitos de Cthulhu”, título que jamás usó el propio escritor.
Lovecraft en esos años incluso relajó un poco sus principios políticos ultraconservadores y admitió ciertas ideas socialistas moderadas. También dio forma a un ensayo, “El horror sobrenatural en la literatura” en el que sentaba algunas bases teóricas de la creación fantástica. Su obra, escrita en un lenguaje recargado y culto, y en la que aparecen algunas alusiones xenófobas (contra judíos, afroamericanos e hispanos) eran fiel reflejo de una personalidad y de un tiempo que a los ojos del presente quizá pueda resultar polémico. Las mujeres escasean en su obra y el amor nunca es pleno y, sin embargo, su imaginario es el alfabeto de la ficción fantástica posterior. Desde Ray Bradbury a Stephen King pasando por Alan Moore y Guillermo del Toro (que desde 2006 trata de adaptar al cine “En las montañas de la locura”) han reivindicado su fuerza literaria, más poderoso que una mera ficción. Imposible no ver a Lovecratf detrás de “30 Monedas” de Álex de la Iglesia. La serie “Lovecraft County” le rendía pleitesía sin ambages. Juegos de mesa y de rol, cartas coleccionables, canciones, películas y videojuegos han buceado durante las siguientes décadas en un mundo inagotable.
Sin embargo, tal era la reticencia de Lovecraft al contacto social que uno de sus mejores amigos, el escritor Robert E. Howard (el autor de “Conan”) no le conocía en persona. Su relación por carta fue en cambio muy intensa y abierta, hasta el suicidio de éste en 1936, un hecho que dejó conmocionado al creador de Chtulhu. Pero así siguió viviendo y escribiendo, en soledad, hasta su fallecimiento en 1937, casi en la pobreza. Fue a causa de un cáncer intestinal, que no le dio tiempo de disfrutar del reconocimiento, pues, no mucho después, se convirtió en uno de los escritores de fantasía más influyentes de la historia. Y su vida, en materia de investigación igual de fascinante.

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