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Alejo Schapire revela cuál ha sido la traición de los progresistas

El autor sostiene que «la izquierda hoy significa más censura y unirse a liberticidas”
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Schapire provenía de la izquierda. Estaba encantado con los logros que había conseguido: trabajo de ocho horas, vacaciones anuales. «Y, si se amplian en el futuro, mejor», dice. Pero después sobrevino el desencanto: «Me he dado cuenta de que mi familia política ha cambiado, que la censura, un valor antes de la derecha, es también algo recurrente en esta izquierda. Igual que considerar a la gente por la orientación sexual o el color de la piel. Ahora eso no solo es de la extrema derecha, sino de la izquierda actual, que define el mundo a partir de estos determinismos». Alejo Schapire lo admite: «No me reconozco en este macartismo de la izquierda que cada día cancela a un artista y es enemiga de la libertad de expresión». Y asegura con firmeza: «La izquierda ha abandonado la lucha de clases para concentrarse en la lucha de razas y definir victimas según el sexo y el color».
–Es una batalla cultural. ¿Se ha renunciado a un programa desde la izquierda?
–Claramente. Por un lado, fue derrotada por el derrumbe del muro de Berlín y el colapso de la URSS. La izquierda ha perdido la batalla en el campo económico y político y la fuerza soviética. Ha dejado las luchas de emancipación y de libertad que defendía. Esas reclamaciones de pedir más democracia e intercambio de ideas, que eran unos argumentos procedentes de la Ilustración. En su lugar nació esta que se ha trasladado del campo a la universidad.
–¿Por?
–Es sencillo. Prefieren conseguir a través de la cultura, los campus universitarios y las militancias más visibles unas conquistas que no podrían conseguir en el campo político y económico. Han perdido al trabajador, su sujeto histórico, para concentrarse en una nueva clientela, como son las minorías étnicas de las urbes.
–¿Por qué se alejó de la clase trabajadora?
–Los líderes de la izquierda de ahora proceden de las universidades y han evolucionado en un medio diferente al de las fábricas. Forman parte de los ganadores de la sociedad. Viajan por el mundo y tienen mejores productos para consumir. Existe un divorcio cultural que se ha reflejado en que las élites se han separado de los trabajadores, que, de repente, se encuentran solos.
–Una herramienta de esta progresía es la lengua.
–El lenguaje inclusivo no ha incluido nunca a nadie. Venezuela posee una Constitución con lenguaje inclusivo y no surte ningún efecto: la sociedad venezolana no tiene matrimonio igualitario, ni ley del aborto ni tampoco las conquistas sociales que han logrado otros países. Hay lenguas que se acercan a dicho modelo deseable por ellos, a ese masculino neutro, y no son por ello mejores civilizaciones.
–¿Un ejemplo?
–Lo tenemos en el mundo árabe y en Turquía. Pero la situación de las minorías y las mujeres de estos países no han mejorado. En cambio, en Islandia, que tiene un idioma que esta izquierda consideraría arcaico, la sociedad es más igualitaria y han alcanzado más éxitos sociales.
–¿Y entonces?
–Lo que subyace tras esta «política» solo es una cuestión ideológica. En realidad, nunca ha importado si funcionaba o no. Si hubiera sido un remedio, habría tenido un resultado efectivo en la práctica, pero no es así. Al lenguaje inclusivo se recurre para intentar plantar una bandera dentro del discurso, para afirmar quién está en el campo del bien y enviar una señal clara para los que ellos consideran que están fuera de él.
–Hay otra estrategia.
–Sí, y es peligrosa porque supone una renuncia a los derechos universalistas de la izquierda y un cambio hacia lo identitario. Supone una alianza con grupos y gobiernos con ideas oscurantistas. Esta izquierda se alía con teocracias en Oriente, como Irán, o autocracias tipo Rusia. Lo hacía con Cuba en nombre de los oprimidos y ahora se compromete con enemigos para defender Occidente. ¿Qué opina esta izquierda de Putin o el gobierno iraní sobre cómo tratan ellos a los homosexuales y las mujeres?
–Parece conocer la respuesta.
–El relativismo cultural se ha impuesto en la izquierda que ahora conocemos y no les molesta dejar banderas históricas para, en nombre del antiimperialismo, unirse a Teherán. Para ellos todos los males vienen de Israel y EE UU, aunque un homosexual palestino viva mejor en Tel Aviv. Dicho cambio en la izquierda significa unirse con liberticidas, censura, y, en cambio, ir contra la libertad de expresión y de las ideas que, sin embargo, eran centrales hasta hace no mucho tiempo para ellos mismos.
«LA TRAICIÓN PROGRESISTA»: LAS PATRULLAS MORALES
★★★★☆
La Nueva Izquierda iniciada en los 60 vio que ya no era creíble que la clase trabajadora quisiera una dictadura de partido único para repartir la riqueza. La verdad es que los trabajadores querían vivir como burgueses. El concepto «obrero» se quedó para la retórica de partido y sindicato, mientras que los dirigentes y su descendencia llevaban una vida acomodada. Eso ha llegado hasta hoy. Trasladaron el motor de cambio a grupos cuyo comportamiento o biología suponían un desafío al orden moral. Se trataba de poner en duda lo existente y sustituir las costumbres, valores y educación tradicionales por lo «progresista». Comenzó la era de las identidades. Así lo cuenta Alejo Schapire en «La traición progresista». Las izquierdas se constituyeron en «patrullas morales», dice Schapire. Se censura supuestamente para no ofender, pero se trata de controlar las mentes, la creación cultural y la expresión. Desprecian el cristianismo por su pretendida historia de opresión a la mujer y a los homosexuales, pero aplauden el islamismo que es eso. Son antirracistas, aunque solo para los negros porque defienden la discriminación de los blancos y odian a los judíos. El resultado es una dictadura que contradice la idea de progreso entendida como ampliación de la libertad del hombre. Schapire, como Félix Ovejero en España, siente que la izquierda le ha traicionado. Es un orteguiano «no es esto, no es esto». El socialismo en todas sus vertientes tiene un alma totalitaria que va contra la naturaleza humana, que es la libertad. Tanta ingeniería social acaba chocando con la realidad, y provoca perplejidad en sus seguidores más leídos. No es nuevo. Quizá es que las generaciones acabaron sintiendo que el paraíso socialista que se les prometió era un fraude. El PSOE de Felipe González saltó a la política en 1976 con el lema: «Socialismo es libertad». Entonces eran marxistas y defensores del «derecho» de autodeterminación. Hoy son los mismos que denuncian la deriva autoritaria del sanchismo, y su alianza con comunistas e independentistas.
Jorge VILCHES
▲ Lo mejor
La sinceridad en la autocrítica que el autor hace a la izquierda a lo largo de todo el libro
▼ Lo peor
No se adentra en el ecologismo ni tampoco en la identidad del sexo, otros temas de actualidad