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Historia

Laboratorio de la historia

El hermano de Franco y «diez mil millones» en alhajas

Ramón, hermano menor del Caudillo, fue un ídolo de masas muy agasajado tras atravesar el Atlántico en el Plus Ultra

Ramón Franco, en el «Plus Ultra», acompañado de Ruiz de Alda
Ramón Franco, en el «Plus Ultra», acompañado de Ruiz de Aldalarazon

Tras su monumental gesta del Plus Ultra, el hidroavión a bordo del cual atravesó el Atlántico Sur desde Palos de Moguer hasta Buenos Aires en 1926, el comandante Ramón Franco Bahamonde, hermano menor del futuro Caudillo de España, era ya un ídolo de masas. Un impresionante retrato suyo se instaló en la plaza del Congreso de Buenos Aires para que todo el mundo pudiese contemplarlo. El retrato medía ocho metros de circunferencia y estaba orlado por un artístico disco de madera que llevaba la siguiente inscripción en grandes caracteres: «Salve, heroicos tripulantes del Plus Ultra».

Poco antes de regresar a España, una joven de veintiocho años se acercó a Ramón Franco, sujetándole el hombro con la mano izquierda mientras con la derecha empuñaba una tijera extraída del bolso. Ramón se asustó, creyendo que iba a clavársela. Pero, enseguida, la mujer le imploró a gritos: «¡Deje que le corte un mechón de su cabello! ¡Por favor, comandante! ¡Es para la Virgen de Luján!».

El comandante confirmó luego que la señora residía en Caballito, y que era argentina. En una de sus romerías a Luján, había prometido a la Virgen un mechón de su pelo para que, por obra y gracia divina, se le permitiera regresar a España sin contratiempos.

No solo las mujeres le acechaban tratando de tocarle y besarle; los periodistas extranjeros también reclamaban su atención, como un corresponsal de la agencia de noticias Associated Press, quien, impotente para obtener declaraciones suyas, acabó suplicándole: «Piense usted que tengo orden de cablegrafiar cinco mil palabras…». El aviador bromeó: «Tenga usted la seguridad de que, desde el día en que nací hasta hoy, no he pronunciado aún tantas».

Ramón Franco fue agasajado como un héroe de multitudes. La relación de placas, medallas y otros presentes era interminable. Y no solo eso: su propia hermana Pilar daba fe, con su habitual desmesura, de los extraordinarios regalos con que fue agasajada su madre y la del héroe del Plus Ultra: «Lo que sí fue muy importante son las condecoraciones, alhajas y piedras preciosas con que los países latinoamericanos obsequiaron a nuestra madre. Tenían un valor incalculable. En aquella época se peritaron en novecientos millones [de pesetas]. En valor actual [Pilar escribía esto en 1980], sobrepasaría los diez mil millones».

El recibimiento en España fue aún más multitudinario. El sonido estridente y machacón de la sirena eléctrica del Círculo Mercantil de Huelva avisó a todos de que el tren real había salido ya de San Juan del Puerto, disponiéndose a entrar en agujas de la estación.

Algo grande por España

Casi al mismo tiempo, el crucero Buenos Aires que traía a bordo a los cuatro aviadores aquella mañana del día 5 de abril de 1926, pasó la barra y enfiló majestuoso el llamado canal del Padre Santo. Toda España acudió a recibirles, excepto alguien que no debería haber faltado: el presidente del gobierno, Miguel Primo de Rivera.

Los hermanos de Ramón –Nicolás y Paco (Francisco)– se hallaban entre la multitud. Alfonso XIII y su séquito se habían traslado a la escalinata del crucero Cataluña para presenciar desde allí el paso triunfal del Buenos Aires. Una canoa del Cataluña trasladó a Franco y a sus compañeros hasta donde estaba el monarca, que estrechó a cada uno la mano afectuosamente. Acto seguido, les obsequió con una copa de champán, que el mismo Alfonso XIII fue ofreciendo a cada uno, para dedicarles luego este brindis: «Habéis escrito una brillante página en la gloriosa historia de España. Yo os felicito por ello y espero que sigáis siempre siendo tan buenos patriotas como habéis demostrado en esta ocasión».

Emotivo discurso

A la una de la tarde, llegaron al Monasterio de La Rábida, donde el monarca pronunció con voz clara un emotivo discurso, admitiendo, en sus propias palabras, que «para hacer algo grande por España lo mismo da ser republicano que monárquico, cristiano que ateo». Nadie, en su sano juicio, cuestionaba ya a Franco como ídolo de masas. Salvo Miguel Primo de Rivera, el gran ausente en el apoteósico recibimiento tributado a los aviadores del Plus Ultra en Huelva. Si algo no olvidaba ni perdonaba Ramón Franco era que el gobierno español, por decisión de su presidente, hubiese regalado el Plus Ultra a la Argentina, privándole de un viaje de regreso triunfal.

Menudo era Ramón. Días después, la Gran Peña, una de las sociedades favoritas de Primo de Rivera, organizó la entrega al aviador de su medalla de oro. Y claro, nadie mejor que el propio Primo de Rivera para imponérsela. Pero, llegado el día, Ramón ni apareció.