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Libros de la semana: de la corrupción en la Segunda República a la amistad de Delibes y Umbral

Entre las lecturas destacadas también se encuentra el poema pandémico de Chimamanda Ngoze Adichie y la nueva novela de Tatiana Tibuleac

Delibes y Umbral en 1989, en el estreno de «Las guerras de nuestros antepasados» / FUNDACIÓN MIGUEL DELIBES
Delibes y Umbral en 1989, en el estreno de «Las guerras de nuestros antepasados» / FUNDACIÓN MIGUEL DELIBESLa Razón
“La bahía de Venus”: Corrupción, política y frentismo en la Segunda República española
Luis María Cazorla lleva al lector a los años 1933 y 1936 para mostrar los juegos y estratagemas políticas y cómo era la vida en aquel Madrid
★★★★☆
Por Jorge VILCHES
La Segunda República parece una fuente inagotable de experiencias ejemplarizantes. El Partido Republicano Radical, el de Lerroux, que intentaba una política de centro, liberal, ajustada a la legalidad y defensora del régimen, como se vió ante el golpe de 1934, se deshizo por la corrupción. El último asunto fue el «escándalo Nombela». Un funcionario colonial, de Fernando Poo, Antonio Nombela denunció al subsecretario de Presidencia por corrupción con la Compañía de África Occidental. Una comisión parlamentaria estudió el caso en las Cortes, exoneró a Lerroux, pero desgració al Partido Radical. Lo que provocó una crisis de gobierno que desembocó en la convocatoria electoral de febrero de 1936, cuyo resultado polarizó más la vida española.
En ese contexto politizado y apasionado se desarrolla la novela de Luis María Cazorla. Es la segunda entrega de la trilogía que inició con «La rebelión del general Sanjurjo», ambientada en la Segunda República.

El fantasma de Largo Caballero

Cazorla, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos, desarrolla esta entrega en la época del bienio radical-cedista, entre 1933 y 1936. El trasfondo es el de la España republicana que intenta alejarse del fantasma socialista y exclusivista de Azaña y Largo Caballero. Todo transcurre en un país inmerso en una crisis económica, de gran enfrentamiento social y violencia. La primera parte de la obra se sitúa en la Guinea española, un lugar desconocido hoy para la mayoría de los estudiantes. El autor describe la vida colonial, la corrupción local y el trato a los negros.
La segunda es más política. Se adentra en el convulso Madrid republicano. La aventura de los protagonistas sirve a Cazorla para exponer las quiebras de un régimen pretendidamente democrático. El retrato de los dirigentes es muy certero, en especial, de Niceto Alcalá-Zamora y Alejandro Lerroux, mostrando que del caos personal provenía el desorden político. La descripción de la crisis de gabinete por los temas de corrupción, el del estrapelo y luego el «caso Nombela» está realizada por alguien que conoce bien la naturaleza humana y partidista. La presencia de Gil Robles y el problema que supone para el presidente de la República no pasan desapercibidos para Cazorla. No falta tampoco la descripción del Madrid nocturno y del espectáculo, de la vida desbordada de la capital. En buena medida, gran parte de la cultura y la política de la época se fraguó en aquellos locales de moda. Una muy buena obra para adentrarse en ese tiempo.
▲ Lo mejor
La capacidad del autor para, con una prosa amena, introducirnos en el laberinto político y social de la época
▼ Lo peor
Nada que sea mencionable en una historia bien tejida y que está muy bien ambientada
“El jardín de vidrio”: la niña que aprendió ruso a base de golpes
Este es un libro magistral y cruel. Tibuleac refleja la realidad de los antiguos países soviéticos a través de una mujer a la que obligan a hablar en ruso
★★★★☆
Por Sagrario FERNÁNDEZ-PRIETO
Vuelve Tatiana Tibuleac (Chis-nau, Moldavia, 1978) con una historia estrechamente relacionada con la lengua, la que a veces se crea artificialmente, se impone y desaparece dejando un desarraigo muy parecido a la orfandad. La protagonista de esta historia es una niña sacada de un terrible orfanato por una anciana sucia y miserable que la «rescata» para recoger por las calles botellas de vidrio que después vende. Esta mujer le prohíbe hablar su lengua natural, el moldavo, y la obliga a aprender el ruso a base de golpes. Lastochka, sin embargo, se considera afortunada, esa vieja que la maltrata y le da lecciones sobre el sufrimiento es, al fin y al cabo, lo único que ha tenido en su vida parecido a una madre.
En otro contexto, el de los años más duros del comunismo soviético y su posterior desintegración, Tibuleac vuelve a los temas esenciales de su obra que descubrimos en «El verano que mi madre tuvo los ojos verdes»: la maternidad y la falta de amor en la infancia. Ahora todavía con mayor complejidad: su mirada se dirige a una sociedad que hace recordar los sufrimientos de un Charles Dickens, ese mundo despiadado donde las carencias de pan son tan dolorosas como las de afecto, pero en la que, afortunadamente, hay fugaces momentos de compasión que realzan esa belleza que brota imparable en los que han sido maltratados y saben encontrar la redención.
▲ Lo mejor
Que indaga en los sentimientos de sus personajes con una intensidad y un control absoluto de las técnicas
▼ Lo peor
Definitivamente, nada. Son muy interesantes el tratamiento del lenguaje y la mirada de la autora
“La amistad de dos gigantes. Correspondencia (1960-2007)”: Delibes y Umbral, entre la literatura y sus achaques de salud
Se publica la abundante correspondencia entre los dos escritores, que establecieron una entrañable amistad a partir de los años sesenta
★★★★★
Por Jesús FERRER
Sabida es la honda y mantenida amistad que unió durante décadas a Delibes y Umbral; a pesar de la diferencia de edad y de sus modalidades narrativas, coincidirían tempranamente en una misma vocación periodística, idéntico rigor estilístico e igual identificación entre vida y literatura. Con el título de «La amistad de dos gigantes» se publican ahora casi 300 cartas reunidas y anotadas por Araceli Godino y Luciano López; un libro este que contribuye a una mejor comprensión de los procesos de creación, ambiente sociocultural y vicisitudes editoriales de la obra de estos escritores.
Es precisamente en los diferentes perfiles artísticos de ambos donde reside el mejor interés de estos paratextos, que encaran continuamente, como muy bien señala Santos Sanz Villanueva en el prólogo, «el clasicismo frente a la modernidad». Que nadie busque en este intercambio epistolar sesudas disquisiciones estéticas, como ocurría con la correspondencia entre Juan Benet y Carmen Martín Gaite. Aquí se opta por una cercana participación de vivencias cotidianas; declara Umbral: «No me gusta hablar de literatura en las cartas»; y Delibes, mostrándose coherente con su asumida identidad, manifiesta que «yo soy cualquier cosa, menos un intelectual».
Aun así, el primero proclama su rechazo a la «literatura de mensaje», mientras el segundo le objeta la inverosimilitud de algunos de sus personajes novelescos. Aparecen aquí curiosos datos, como la adaptación que Umbral realizó para TVE de la novela de Delibes «La hoja roja», o la supervisión que este llevó a cabo del doblaje de «Doctor Zhivago». Atraviesan las páginas el envío mutuo de sus respectivos libros ponderadamente comentados, la presencia de señeros amigos comunes como Cela o Manu Leguineche, la coercitiva censura que padecieron tantos años, la incidencia cultural de los premios literarios y la crítica especializada, sin olvidar un sinfín de anécdotas y situaciones personales, con el dramático punto álgido de la muerte del hijo de Umbral, Pincho, con seis años, y la de Ángeles, esposa de Delibes, ambos fallecidos a mediados de los 70.
Achaques de salud, expectativas y no pocos fracasos permiten la construcción de sus identidades literarias, que dan forma al tejido de esta emotiva correspondencia, fascinante al mostrar la vertiente íntima de dos escritores que mantuvieron durante décadas una entrañable amistad jalonada por sus inteligencias.
▲ Lo mejor
La presencia de una palpitante cotidianidad en la que se entrelazan vida y literatura
▼ Lo peor
No podemos decir nada de esta cuidada edición de tan interesante correspondencia
“Sobre el duelo”: perder a un padre en medio del duelo colectivo por la Covid
Ngoze Adichie, la autora de «Todos deberíamos ser feministas», vuelve con una reflexión sobre las pérdidas causadas por la pandemia
★★★★☆
Por Ángeles LÓPEZ
Esta es la crónica de lo que podríamos denominar un nuevo estado civil: el de orfandad. Es aquel que nunca elegimos, nos viene dado, y siempre comporta un dolor extremo. Eso es lo que nos narra en este ensayo, nacido de un artículo publicado en «The New Yorker», la autora de «Todos deberíamos ser feministas».
Su padre falleció de forma inesperada por complicaciones derivadas de la pandemia global que todavía nos afecta. Él estaba en Nigeria y ella en EE UU. A partir de dicho suceso, explora la naturaleza del duelo colectivo durante la pandemia, consciente de ser una más entre los millones de personas en su misma situación.
Así, nos hablará de las dimensiones culturales y familiares de la pérdida, de la soledad y la ira que la acompañan y sobre las expectativas que se le exigen a una persona de luto. Conoceremos la historia de su padre desde su supervivencia en la guerra de Biafra hasta su carrera como profesor de estadística, dibujando al lector el retrato de un hombre de «notable bondad y encanto».
La narración ofrece cuadro por cuadro la secuencia del fallecimiento desde la última llamada por videoconferencia que tuvieron hasta el fatal desenlace, pasando por la recepción de la noticia junto a su hija de cuatro años o la voluntad de su madre en cumplir con los preceptos de viudedad de la etnia igbo. Todos tenemos un padre y todos lo perdemos... pero la alta literatura nace cuando el desgarro íntimo se convierte en universal, que es lo que ha logrado la autora.
▲ Lo mejor
Su capacidad para conmover por una honestidad inquebrantable, así como por su cruda vulnerabilidad
▼ Lo peor
El llanto empático que sentimos al navegar por cada una de estas líneas por la pérdida de un ser amado