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Fanzines: tijeras, pegamento y apostolado musical

No estaban pensados para perdurar aunque algunos eran verdaderas obras de arte: un libro recupera este mundo de publicaciones caseras cargadas de romanticismo cuya historia es la de la música en España
larazon

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Nacieron de la rabia, de la frustración, y también del amor a un determinado grupo de música o más bien a una forma de entenderla. Los fanzines fueron el máximo exponente de la cultura del “hazlo tú mismo” y quizá el gesto espontáneo de creatividad menos reconocido pero más extraordinario de la cultura popular. En España hubo muchos ejemplos, auténticas obras de arte de pegamento, tijeras y prosa urgente consagradas a esas bandas de las que no hablaban las revistas ni las radios. Un movimiento underground lleno de romanticismo, de amor por la cultura y por su difusión, que, inevitablemente también, generó, como explica César Prieto Álvarez, autor del libro “Papeles subterráneos” (Walden), clanes movidos por cierto sentimiento elitista o prepotente del “yo lo ví primero” y del “esta música es la buena, vosotros no tenéis ni idea”. Un precio digno de pagarse cuando, en la era pre-internet, las rudimentarias cuartillas grapadas “colocan en portada a Burning y Tequila, siendo grupos absolutamente desconocidos, New Order cuando no eran más que un proyecto, Los Elegantes –con una carrera impecable después– con apenas un single y Nick Cave era el cantante de un grupo raro que venía de Australia”, como recuerda Prieto en el volumen. Rebobinamos.
Para el autor, lo más importante de este universo fue su espíritu. Existen varias épocas de producción que abarcan todos los géneros musicales, desde la ’'bossa nova’' al ’'northern soul’', pero todas las publicaciones manufacturadas comparten una actitud. “Quienes pertenecimos a aquello hablamos el mismo idioma, hay sobreentendidos entre nosotros, cuestiones que nos unen”, dice Prieto, que explica así ese latido: “Ponlo con todas las comillas que quieras, pero se trataba de coger ese grupo que te gusta y del que nadie habla y convertirlo en una especie de apostolado. Ese fue mi caso y el de mucha gente”. Coleccionó y escribió en fanzines, y por eso el libro es más un recorrido vital que un intento de enciclopedia del género. “Aunque suene prepotente, es un poco un ’'nos lo merecemos’'. Porque se hicieron cosas muy interesantes y valiosas, y de muchos fanzines ni siquiera se conocían los nombres o los apellidos de los autores. Por eso, el único enfoque del tema que se puede hacer es el subjetivo, no un estudio erudito o académico, porque no hay de dónde tirar, no hay teléfonos, fechas, los ejemplares se han perdido y sus ramificaciones son infinitas... Solo se puede escribir parcialmente y por alguien que lo haya vivido”, explica el autor, que trató de recoger, eso sí, los más importantes que se publicaban en España, a partir de su colección personal y de las de sus contactos, fanzineros todos. Imposible que aparezcan todos los que se tiene constancia. En el libro de Kike Babas y Kike Turrón “De espaldas al kiosko”, editado por El Europeo y La Tripulación, se citan 1.123 fanzines antes del año 1996, cuando en España se produce una segunda explosión de estas publicaciones gracias a los ordenadores domésticos.
La explosión de los 90
“Te movía cierta rabia, algo de vanidad y mucho de sentir que tienes que defender algo. Eso era lo que nos motivaba”. La primera época de estas revistas realizadas a mano y fotocopiadas surge cuando llegan los grupos de Nueva Ola y de punk “que querían limpiar el pasado musical y empezar de nuevo. En ese momento, era casi obligado que hubiera gente que defendiera a esos grupos con textos. Alaska y los Pegamoides y Kaka de Luxe empezaron así, estaban en el mismo barco que la gente que escribía. Kaka de Luxe fueron a la vez un grupo y un fanzine”. Pero a finales de los 80 hay un parón, porque aquellos grupos ya llenaban estadios y ya era inútil hacer publicaciones en su defensa. “Sí, pero de nuevo en los 90 hubo una explosión, que fue la que me emocionó a mí, de grupos como Le Mans o La Buena Vida que aparecían en algunas revistas especializadas pero con poca extensión o atención, y vuelve a haber un crecimiento exponencial. A finales de los 90, los ordenadores de casa ya permitían hacer mucho más. Diseños más cuidados, todo más barato y facilísimo. Ya no hablamos de recortar letras del periódico y escribir con una Olivetti”, rememora Prieto.
La publicaciones son muchas y de enorme creatividad. Por hacer una línea cronológica, la historia pasa de ’'La Cochu’' y ’'Kaka de Luxe’', que fueron los primeros, a ’'Stamp’' que aguantó una época de cambio, en la que desaparecen muchos títulos. Por supuesto, “Elefant” y después “Mundo Brutto”. “Pero hubo centenares de muy buena calidad, como ’'Serenidade’', que me encantaba y que solo trata de bossa nova”, hasta el último importante para mí, que sería ’'La escuela moderna’', que es el de Kiko Amat, que montaban fiestas y lo hacían en blanco y negro. Y decía que estaba hecho en fotocopias porque no quería ir más allá. Sus pretensiones no eran otras que dárselo a sus amigos. Para mi fue el último”, dice el autor. Ese espíritu independiente de rechazar el éxito incluso en el eventual caso de conseguirlo: “Quizá alguno podía tener la pretensión de entrar en el mundo editorial, pero, en gran medida, la gente huía del éxito, no quería ir más allá de una pretensión de cien personas o doscientas. Porque lo que fuera más, había la idea, estúpida, seguramente, de que ir más allá sería deformar el asunto y corromperlo. No tanto por elitismo como por afán minoritario. Aunque había excepciones como ’'Mondo Brutto’', que vendía para sostenerse y vivir de eso y ’'Yoyo’', que llegó a colocar 5.000 ejemplares”. La consecuencia de esta manera de entender la música no siempre fue positiva. “Creo que tendíamos a derivar hacia un cierto elitismo y gente que vivía mucho del ’'yo lo vi primero’', del ’'yo tengo la maqueta’'. Pero siendo un poco inteligente evitabas ese desvío, porque no tenía sentido”. Hay una evidente contradicción entre hacer el “apostolado” por el grupo que te gusta y no querer que de repente lo conozca demasiada gente. “Sí que la hay. Por eso era fácil tender a la prepotencia. Se podía derivar hacia ahí, pero a la mínima que te venía, si eras inteligente, lo descartabas. Por un lado, quieres preservar ese mundo porque lo ves puro y propio, pero por otro, quieres que todo el mundo se entere y se acoja a él. Como los primeros cristianos. Es algo humano y lógico pero hay que evitar eso de que los de afuera no te van a entender y a desfigurar el mensaje de Cristo. Sin plegarse, sin venderse, pero llegando a todo el mundo”.
Entonces, el mismo ordenador que permitió hacer virguerías en casa y expandir el mundo visual de los fanzines, fue el que echó la primera palada de tierra en su tumba. Cuando llegó internet, parecía que se cumplía el sueño de todos: relaciones rápidas y fáciles con gente a 700 kilómetros. Colaboraciones instantáneas, distribución de ejemplares a otras provincias... todo eso que trajo internet al principio, luego se volvió en contra. “La gente piensa en abrir un blog o una página y colgar allí lo mismo que en los fanzines. Te ahorras la impresión, la distribución... pero sucedió algo no esperado: el fanzine por internet es información, igual que los antiguos impresos. Pero lo que ya no hay es la comunicación, que se buscaba todavía más que la información. Se pierde el concepto de comunidad, de hacer una quedada... ahora escribes y está muy bien, pero ya no va más allá hacia un colectivo”, lamenta Prieto. La información, además, es mayúscula y libre. No hacen falta apóstoles contra los gigantes mediáticos. “Nostalgia cero, ¿eh? No volvería a esos tiempos. Un tiempo en el que puedes leer todo por internet, o ver películas o hablar con un familiar en cinco minutos... ese mundo está mejor”.

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