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El regreso de las verbenas: prohibido comer, beber, fumar, bailar y ponerse en pie

Las orquestas vuelven a los pueblos con cuentagotas y restricciones tras un año y medio en el dique seco
David JarLa Razón

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En la esquina derecha de la Plaza Los Cotos de Monterrey (Venturada) hay una mujer apoyada viendo el espectáculo. Viste uniforme blanco, lleva zapatillas de deporte, guantes y mascarilla. Cuando la música termine, será la encargada de limpiar el perímetro. Esta tarea, y ella misma, en las que antes apenas habríamos reparado, se han convertido en indispensables desde que llegó la pandemia. Y lo seguirán siendo este verano, otro igual de distópico que el de 2020. Al menos, este año el espectáculo ha vuelto a los pueblos. Lo ha hecho de otra forma, con los asistentes sentados, con mascarilla, sin poder comer, ni beber, ni fumar, ni bailar. Una suerte de neoverbena, una fiesta aguada, pero una fiesta al fin y al cabo.
Esteban Piñero, más conocido como Basty, devolvió el viernes la música a este municipio a 49 kilómetros de la capital. Ante un auditorio de 599 personas contadas (una más y el dispositivo de seguridad habría sido otro), la orquesta La Misión, la más potente de España, retomó la actividad un año y medio después. Han sido 18 meses de sequía, durísimos. Con una inversión en equipo e instalación que ronda el millón y medio de euros, en 2019 tuvieron unas 70 actuaciones; en 2020 la cuenta bajó a cero.
Esta temporada tienen 15 bolos contratados. Actuaciones completamente distintas a las que hacían: «Pensábamos que este iba a ser un verano de locura, pero en otro sentido. Montar el show ha sido complicado. Nuestro estilo siempre ha sido muy de contacto con el público, que ahora tiene que estar sentado y con mascarilla. Hemos tratado de buscar un equilibrio: que no se aburran pero que tampoco se nos vaya de las manos. El resultado se parece más al que se puede ver en un teatro. Con temas menos bailables pero más conocidos: Queen, Mónica Naranjo, Mecano... Hay incluso ópera y un violinista. Cada número tiene algo especial».
Lo primero que hizo Basty, que en 2017 representó a España en Eurovisión, fue reunir a los artistas desperdigados. Cada uno andaba buscándose la vida como podía. Tocó a rebato y la tropa se personó sin excepción. Según el líder de La Misión, la necesidad de unirlos para no perder el espíritu de equipo y hermandad fue uno de los motivos para volver al ruedo, aunque, al menos este año, no resulte rentable. Tiró para adelante pese a la ausencia total de ayudas por parte de ninguna administración y en abril comenzaron los ensayos. También fueron especiales; los hicieron por fases y en salas separadas, se trataba de no juntar a muchos en el mismo espacio.
Esta familia artística la componen una treintena de personas, 18 sobre el escenario y 11 detrás de él. Emociona ser testigo de sus nervios antes de salir a escena. Ya no les verán miles de personas enardecidas por el alcohol, el respetable ahora es más mayor y ni siquiera se puede levantar de la silla. Pero ellos lo viven, aunque suene muy institucional, con un enorme sentido de la responsabilidad. Se les ve contentos, entregados. Hay cantantes, acróbatas, músicos, bailarines. Minutos antes de empezar, calientan la voz y los músculos entre bambalinas. Es un guirigay electrizante.
Anes León, cantante lírica, hace escalas al lado de una bailarina abierta de piernas, mientras otro intérprete gesticula abriendo mucho la boca. Lorena, cantante, y Merche, acróbata, comentan la jugada en el vestuario de mujeres. Aquí cada uno está a lo suyo hasta que, a pocos segundos de que se levante el telón, se reúnen en círculo para lanzar un grito de guerra. «¡Con huevos!», es lo último que se escucha antes del brevísimo y sepulcral silencio que precede a la representación. Un tiempo muerto en el que artistas y público contienen la respiración. Y, a partir de ahí, la locura. Más de dos horas y media de música en directo con una potencia de 120.000 vatios, números circenses, pantallas gigantes, pasarelas, fuegos artificiales y hasta confeti. Todo efecto visual y sonoro parece poco para compensar a los 599 vecinos que se han acercado a ver y escuchar «Nocturna Music Xperience».
Diego López está acostumbrado a girar cada verano con la orquesta. Reconoce que esta neoverbena es algo distinto, aunque no tiene por qué ser peor. «Este show es diferente, es más musical. Antes, si se te olvidaba la letra de una canción no había problema porque le ponías el micrófono al público y te la cantaba. Ahora te da más respeto porque todo tiene que salir perfecto, no puedes fallar. Está claro que a la gente con mascarilla no la escuchas igual que antes, es otro sensación. Eso sí, al final todo acaba igual. En aplausos. La gente tiene tantas ganas de ver un espectáculo que nada más bajarnos del autobús ya vamos ganando tres a cero». Recuerda Diego que en la actuación de finales de junio en Fraga (Huesca), con la que abrieron boca antes de “redebutar” en Madrid, «hubo gente que acabó llorando, de pie y aplaudiendo. A pesar de que se puso a llover, nadie se movió. Fue súper emocionante».
Hay que reconocer que el Ayuntamiento de Venturada, con una población de 2.400 habitantes que se triplica en verano, se la ha jugado. Es un acto valiente montar un evento en tiempos difíciles, en los que lo más cómodo habría sido no hacer nada. Con las tradicionales fiestas de los pueblos prohibidas hasta nueva orden, la concejal de Cultura, Yolanda Calles, insiste en que este concierto está enmarcado en una «agenda cultural» y que se cumplen todas las medidas de seguridad. Desde luego lo parece, viendo las dotaciones de Policía que rodean el perímetro para garantizar, entre otras cosas, que no haya botellón en los aledaños.
Realmente sería un «Expediente X» que de aquí pudiera surgir un brote. La organización tiene registrado a cada espectador en una planilla para saber quién se ha sentado dónde en caso de que se reportara algún contagio y así poder avisar al resto. Comparado con el ambiente que se respira en cualquier parque de Madrid, con jóvenes y no tan jóvenes apiñados, sin mascarilla, esta Plaza de Cotos de Monterrey es el santuario de la prudencia.
En primera fila hoy están los incondicionales de La Misión. Víctor Fernández se ha hecho 500 kilómetros para asistir al concierto. Este pulpeiro de Carballiño (Orense) llevaba un año y medio sin ver a la orquesta que conoció el verano de 2019 en una pequeña aldea gallega. «Me quedé prendado, después de la actuación se bajaron del escenario y se pusieron a hablar con todos. Son unos artistas tremendos, ya los considero amigos». Al día siguiente, cogió el coche y los siguió hasta Santa Marta (Salamanca).
Entre risas, comenta que el grupo se sorprendió de verlo allí porque «seguro que pensarían que la proposición de la noche anterior era producto de la borrachera». A él no le importa que, esta vez, esté obligado a verlos sentado y con mascarilla: «Sinceramente, con que puedan actuar y yo pueda verlos, me quedo más que contento».
A su lado, la familia Martínez Fernández opina lo mismo. También es la primera vez que los ven en 18 meses, pero «mañana repetiremos en Guadalajara y en todos los pueblos a los que podamos acudir». Aseguran que es un fastidio no poder bailar, claro, ni cantar con ellos, ni subir al escenario, ni hablar en el descanso. «Al menos esto nos quita un poco el mono, disfrutamos mucho con estos espectáculos, nos encantan las verbenas, pero es que ellos son especiales. Lo que sí nos dejan es cantar, aplaudirlos y gritarles cosas».
Cuando termina el show al filo de la una de la madrugada, algunos espectadores que aún resisten sentados se levantan tímidamente para pedir un «bis». Los artistas salen para la última canción. Cecilia, una de las asistentes, se marcha contenta de haber visto «un poco de cultura». Aunque sea de esta manera extraña, tan alejada de las verbenas que tenemos en la memoria. Al batallón de La Misión también se le ve satisfecho. No es lo mismo, pero es. Están de vuelta.