Latido incesante y discreto del pianista Christian Blackshaw
El músico británico interpreta con delicadeza a Schubert en la cuarta edición de la Schubertiada de Valdegovía
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Obras: de Schubert y Schumann. Pianista: Christian Blackshaw. Iglesia de Testa. Schubertiada de Valdegovía, Álava. 24-VII-2021.
Blackshaw (1949) no es un pianista demasiado conocido, aunque últimamente, sobre todo tras su interpretación hace unos años de la integral de las “Sonatas” de Mozart en la londinense Wigmore Hall (con grabación incluida), se empieza a hablar de él; también en España, donde ha actuado muy poco. Su carrera estuvo detenida durante mucho tiempo a raíz de la muerte de su mujer, que dejó tres hijas. No hace mucho que ha comenzado a reverdecer sus laureles y a mostrar una sensibilidad, una exquisitez y un sonido muy peculiares, muy propios y personales en los que se dan cita influencias rusas e inglesas, recibidas respectivamente en Leningrado, de mano de Moisei Halfin, e inglesas, de parte de Clifford Curzon.
Dos maestros muy distintos, cuya influencia ha sabido amalgamar Blackshaw, que canta para sí, posee un especial refinamiento, exhibe un raro lirismo en su arte y manifiesta un delicado dominio de la frase legato; como pudo demostrar en esta ocasión alavesa en la interpretación de los cuatro “Impromptus D 899” de Schubert. Ya en el primero, en “Do menor”, puso en evidencia un variado juego de matices, un muelle ataque a la nota, un dominio palpable de la dinámica más refinada para mantener un latido incesante y discreto.
Ciertas borrosidades y un tempo quizá en exceso prudente no impidieron la fluidez del discurso ni la animación de la parte danzable del “Impromptu nº 2” en Re bemol mayor. Se dejó llevar y cantó magníficamente el “nº 3 en Sol bemol mayor”, tras un inicio no muy diáfano, nos embebió en el lirismo trascendente del “nº 4, en La bemol mayor”, donde mostró independencia de manos y donde cantó estupendamente el episodio central.
La desbordante riqueza temática del primer movimiento de la “Fantasía en Do mayor” de Schumann fue administrada y revelada con claridad y proporción adecuada partiendo de la gran amplitud inicial, de un planteamiento especialmente meditativo y de un manejo singular de los silencios. Vuelo romántico sin llegar al arrebato total, no siempre deseable. Mucho aire garboso en el segundo movimiento, en cuyos meandros supo conseguir la deseada blandura del sonido y en el que acertó a vencer con dignidad los pasajes más intrincados, aunque sin poder evitar alguna nota falsa.
El “Langsam getragen” de cierre fue una muestra de finura desde la consecución de sonoridades evanescentes del comienzo a los perentorios acentos posteriores. En todo momento mostró una expresividad a flor de piel y, particularmente, una facilidad más que notable en la diferenciación de ataques, de dinámicas, de transparencia contrapuntística para dejar en evidencia las distintas formas en las que el tema lírico es expuesto. En su sitio la peroración postrera. Blackshaw supo hacerse con una acústica nada fácil y dio con el toque adecuado para que pudiéramos disfrutar. Lo hicimos también en las delicadas y conocidas propinas: “Ensueño” de “Escenas de niños” de Schumann; y “Marcha militar nº 1” de Schubert.